martes, 17 de enero de 2012

Capítulo 1

                                                      1
                   LA MAÑANA DESPUÉS DE LA BATALLA

Eva Skinner se sentía feliz.
Para empezar, tenía una pinta realmente despampanante: el maquillaje fucsia de sus párpados pegaba a la perfección con sus azulísimos ojos, y el brillo de labios hacía resaltar su boquita de piñón. Llevaba un espléndido chaleco verde fosforito y unas botas que no podían estar más a la última.
¡Ay, si sus amigas hubiesen podido verla en ese momento!
Ante ella tenía un pequeño lago de aguas cristalinas rodeado por un bosquecillo de árboles de cristal.
Uno de aquellos árboles se estiraba y curvaba como un sauce llorón, y de sus ramas brotaban gotas de agua de todos los colores del arco iris, que se estrellaban contra la superficie del lago dibujando una cascada etérea.
Eva se encontraba en un parque, el parque de una ciudad maravillosa y desierta de la que ella era la única y legítima reina. ¿Qué más podía pedir?
Bueno, claro, no todo era perfecto... Empezando por aquellos dos tíos raros con los que se había topado allí. El primero, que decía llamarse Ulrich, era un chico mono y atlético. Pero iba vestido de una manera definitivamente trágica, como un samurai, con su correspondiente espada colgando del cinto. El otro estaba aún peor: se llamaba Jeremy, llevaba un par de gafas bien gruesas y redondas, tenía las orejas puntiagudas, vestía unos horribles leotardos verdes y parecía el hermano feo de un elfo.
Eva no conseguía recordar por qué demonios había aceptado ir de paseo con unos tipos así. Ella era una persona de cierto nivel y, sin duda alguna, la chica más guapa del instituto. Se dio media vuelta. Jeremy y Ulrich estaban sentados con las piernas cruzadas en la orilla del pequeño lago, y discutían entre ellos animadamente. Hablaban en francés.
Aunque consideraba que saber francés era de lo más chic, Eva nunca había encontrado el momento de estudiarlo. Sin embargo, y para su gran sorpresa, ahora conseguía entenderlo todo. Parecía como si
una parte de su cerebro tradujese de forma automática al inglés las palabras de aquellos dos, y la verdad es que eso resultaba de lo más extraño.
Eva se encogió de hombros antes de acercarse a los muchachos. En aquella ciudad no había nadie salvo
ellos tres, así que más le valía tratar de llevarse bien con ellos.
Jeremy, Ulrich y Eva se hallaban en el parque de la Primera Ciudad, y hacía muchas horas que no recibían ninguna señal del mundo exterior.
Jeremy había tratado de explicarle a Eva por qué se encontraba allí, incluyendo la historia de X.A.N.A. y todo lo demás, pero aquella muchacha parecía más interesada en su ropa que en su arenga, así que después de un rato había decidido desistir. Tenía cosas mucho más urgentes en las que pensar: debían dar con alguna forma de abandonar la Primera Ciudad y volver a materializarse en el mundo real.
—¿Tú qué crees que está pasando ahí fuera? —le preguntó Ulrich con expresión preocupada. Yumi se había quedado en la realidad, adonde X.A.N.A. había enviado un ejército de criaturas monstruosas.
—Estoy seguro de que Yumi y Odd se las van apañando estupendamente —dijo Jeremy, tratando de sonreír—Richard y la profesora Hertz están con ellos, por no hablar del director ni de nuestros padres. Y creo que Aelita se encuentra a salvo en el Mirror: el diario de su padre es un mundo tranquilo y exento de peligros.
—Se te está olvidando X.A.N.A. —puntualizó Ulrich—. X.A.N.A. está con ella.
Jeremy sintió cómo un escalofrío le recorría la espalda. Aquél era un pensamiento que trataba de rechazar con todas sus fuerzas.
—X.A.N.A. también está aquí, con nosotros —respondió—. Ya ha vuelto a convertirse en el amo absoluto de Lyoko y la Primera Ciudad. Y, aun así, todavía no nos ha atacado.
—¿Y qué? —exclamó Ulrich—. ¿Seguimos quedándonos aquí, a la espera? A lo mejor, antes o después desatará a sus monstruos para hacernos pedazos, y entonces...
Jeremy chasqueó los dedos mientras su cara se iluminaba por la alegría.
—¡Tienes razón! —explotó.
—¿Razón? ¿En qué? —le espetó Ulrich mientras lo miraba fijamente, sin entender nada.
—¡Pues en lo de los monstruos de X.A.N.A.! Si los provocamos y nos atacan, perderemos puntos de vida, y...
—¿Eh? Pero... ¿tú te has vuelto loco? —Pero ¿es que no te acuerdas de nuestras batallas en Lyoko? Sin puntos de vida, el juego se acaba y nosotros volvemos a la realidad. Nos materializaremos en las columnas-escáner de la fábrica y estaremos a salvo.
—La fábrica está plagada de terroristas de Green Rioenix —le contestó Ulrich, que no parecía muy convencido—. ¿Cómo demonios vamos a conseguir salir de allí?
—No lo sé —admitió Jeremy—. Pero siempre habrá alguna forma de descongestionar el asunto, ¿no? Se percató de que Eva había dejado de mirarse en el espejo del agua purísima del lago. La muchacha se había vuelto hacia ellos, y sonreía.
—En vez de quedaros ahí discutiendo, ¿por qué no me acompañáis a dar una vuelta? Quiero explorar este lugar fantástico.
Eva acababa de hablarles en francés, aunque con un fuerte acento estadounidense. Jeremy pensó que tal vez aquella muchacha era mucho más despierta de lo que parecía.

Odd Della Robbia se despertó muerto de frío y n la sensación de tener magulladuras hasta en las pestañas. Al principio había pensado que dormir en el suelo del laboratorio de ciencias iba a ser divertido, pero no había tenido en cuenta lo duras que estaban las baldosas. Además, hacía un frío de tres pares de narices. La noche anterior, durante la batalla con los soldados robot, Odd se había visto obligado a desconectar la corriente de todos los edificios de la escuela para impedir que sus enemigos pudiesen recargar sus baterías. Había sido una jugada inteligente, porque de aquel modo los había salvado a todos... Pero también había fundido el termostato, y ahora las calderas estaban apagadas.
Odd asomó la cabeza fuera del saco de dormir. La luz de la mañana empezaba a entrar por las grandes ventanas del laboratorio. Había un batiburrillo de pupitres, mesas y microscopios apartados contra las paredes, mientras que en la zona central, que había quedado totalmente despejada de muebles y aparatos, podían distinguirse a la tenue luz del amanecer las siluetas de los estudiantes del Kadic, que dormían dentro de sus sacos, sobre los que habían añadido todos los edredones y mantas que habían encontrado por la escuela. Y aun así, muchos de ellos seguían tiritando. También estaban el director, los profesores y algunos padres: el de Ulrich, el de Jeremy, los de Yumi y los suyos, Robert y Marguerite Della Robbia.
Todos juntos como una gran familia que hubiese ido je acampada. Sólo que no estaban de acampada: istaban en guerra.
Yumi, que tenía sus negros y lisos cabellos esparcidos en desorden sobre la almohada, todavía seguía pormida junto a él. Debía de estar realmente agotada: durante la batalla de esa noche había combatido como una gran guerrera.
En aquel mismo instante la muchacha entreabrió un ojo legañoso y se echó a reír.
—¿Qué pasa? —le preguntó Odd de inmediato.
—Tu... tu pelo... Estás de lo más ridículo.
Odd tenía un pelo largo y rubio que solía embadurnar de gomina para mantenerlo bien tieso por encima de su cabeza, que de esa forma recordaba a una cerilla encendida. Pero se dio cuenta de que en ese momento su glamuroso peinado estaba hecho un desastre, con todo el pelo aplastado hacia un lado. Debía de tener una pinta realmente ridícula.
 —Que no cunda el pánico. Esto lo arreglo yo en un pispas —respondió alegremente.
Sin perder tiempo buscando un espejo, volvió a peinarse en condiciones con unos pocos gestos precisos.
—Siguen todos dormidos... —dijo después, mientras miraba a su alrededor.
Yumi ya estaba despierta del todo, y salió de su saco de dormir. Llevaba una sudadera y unos vaqueros negros. El negro siempre había sido su color favorito.
—Richard no está —observó la muchacha.
Odd advirtió que tenía razón: el saco de dormir de su amigo estaba vacío. Le echó un vistazo al reloj y vio que eran las seis de la mañana. ¿Adonde podía haberse ¡do tan temprano?
Yumi y él se miraron durante un segundo. Después salieron del laboratorio sin hacer ruido.
La academia Kadic mostraba a las claras las señales de la lucha. Por todas partes había cristales rotos, tomas de corriente arrancadas de las paredes, puertas desgoznadas y pupitres patas arriba.
La noche anterior habían sido Odd y Yumi, junto con Richard y Sissi, la hija del director, quienes habían dado la voz de alarma. Nada más ver a los robots saliendo de entre los árboles habían corrido a avisar a los demás.
La profesora Hertz había preparado granadas de humo y bombas de ácidos corrosivos, y los muchachos se habían batido contra las máquinas con todos los medios a su alcance: bates de béisbol y cascos de
rugby, arcos deportivos y flechas, y hasta una fregona y su cubo correspondiente.
Muchos de los alumnos del colegio se encontraban todavía en estado de shock, y algunos de los profesores se habían visto obligados a tomar somníferos para lograr dormir. Para Yumi y Odd, sin embargo, era distinto. Nunca antes habían visto unos robots  como   aquéllos,   pero   habían   reconocido   de inmediato el símbolo que los monstruos llevaban estampado en las armaduras: era la marca de XANA, la inteligencia artificial que dominaba Lyoko.
—Nos va a llevar un siglo y medio volver a dejarlo todo como estaba —comentó Yumi mientras miraba a su alrededor con aire desconsolado.
—¡No me digas que quieres perder el tiempo ordenando el colé! —le contestó Odd con un mohín—. ^feriemos una misión mucho más importante: derrocar a esos de Green Phoenix.  ¡Y liberar a nuestros íigos! ¡Sobre todo a Eva! Yumi no pudo por menos que sonreír. Odd se hala quedado pillado de verdad por la estudiante norteamericana, y le había desilusionado muchísimo desabrir que X.A.N.A. controlaba su mente, pero por lo aún no había perdido la esperanza con ella. Los dos muchachos salieron del laboratorio y empezaron a buscar a Richard. Atravesaron el jardín del parque, acariciado por un espléndido día de sol y con los árboles aún cargados de rocío. Echaron un vistazo por la residencia de estudiantes y el comedor, pero no encontraron ni rastro de su amigo, así que volvieron a salir al aire libre y probaron suerte en el edificio de administración. Pasaron por delante del despacho de la profesora Hertz, que los robots de X.A.N.A. habían arrasado, y prosiguieron rumbo a los semisótanos.
—¿Tú crees que Richard estará tratando de arreglar el termostato? —le preguntó Odd a Yumi.
La muchacha se encogió de hombros, llena de dudas.
—Por lo que yo sé —se decidió a responderle al final—, estudia ingeniería en la universidad... Pero no me parece que se le den demasiado bien los asuntos prácticos.
Richard Dupuis tenía veintitrés años, y de niño había ¡do a la academia Kadic, igual que ellos. Había sido alumno del profesor Hopper y compañero de clase de su hija, Aelita. Sólo que después Aelita y su padre habían tenido que escapar de los hombres de negro virtualizándose dentro de Lyoko, y ella no había seguido creciendo, mientras que Richard... Richard se había convertido en un adulto.
Lo encontraron justo al lado de las calderas, y parecía muy preocupado.
—¡Richard! —lo saludó Odd—. ¿Qué tal andas, colega?
—Yo... —empezó el joven mientras se encogía de hombros—,  ejem...   Estaba  buscando  mi  PDA.   No consigo encontrarla por ningún lado.
—¿Has perdido tu agenda electrónica? —inquirió Yumi, frunciendo el ceño con preocupación. 
—Ayer la llevaba en el bolsillo de los pantalones, como siempre. Cuando Odd y yo cortamos la corriente, aquí dentro nos quedamos completamente a oscuras, así que la busqué para darnos un poco luz, y en ese momento me di cuenta de que ya no la tenía.
—Venga,  vamos —trató de consolarlo  Odd al fempo que le daba una palmada en la espalda—. íspués de todo, no es tan importante.
—¿Es que no lo entiendes, Odd? —le espetó Yumi, fulminándolo con la mirada—. En realidad, X.A.N.A. controlaba a Eva Skinner ¡Eso significa que pudo ver la carpeta de la profesora Hertz en la que estaban los códigos! ¡Y a lo peor sabe para qué significan! Según Jeremy, la PDA de Richard contiene la segunda parte del Código Down, así que si X.A.N.A. lograse hacerse con ella...
Richard y Odd la miraron con los ojos como platos: no se les había ocurrido esa posibilidad.
Pero a Yumi sí. Algo o alguien, tal vez incluso el mismo profesor Hopper, había llenado la PDA del muchacho con códigos de programación. El genio informático de la pandilla era Jeremy, y él sostenía que eran importantes.
—Manos a la obra —exclamó la muchacha—. ¡Tenemos que encontrar ese cacharro!
El calendario que colgaba de la pared mostraba la fecha del 2 de junio de 1994. Aelita se hallaba en el diario de su padre, el mundo virtual al que ella y sus amigos habían bautizado como Mirror, y que contenía los últimos seis días de la vida del profesor Hopper antes de desaparecer dentro de Lyoko.
En aquel momento la muchacha estaba sentada en el salón de La Ermita. Se trataba de una habitación bien ordenada con un sofá, una hermosa alfombra y una librería elegante. Un espejo apoyado contra la librería le devolvía su imagen: una elfa con el pelo rosa.
Aelita le dio vueltas entre los dedos al colgante de oro que llevaba al cuello. Sus yemas acariciaron el delicado grabado de su superficie: una W y una A, Waldo y Anthea, los nombres de sus padres. Y justo debajo, un nudo de marinero que simbolizaba su eterno vínculo.
Aelita sabía que estaba sola. Se encontraba prisionera en aquel mundo virtual en el que su padre había creado una copia perfecta de su pasado, y no tenía ni idea de qué podía hacer. Jeremy había estajo a punto de devolverla a la realidad, pero ella se habia   negado.   Había   elegido   quedarse   allí   con X.A.N.A. para tratar de hacerse amiga suya de nuevo. Pero después X.A.N.A. y ella habían discutido, y él se Había marchado, dejándola allí sola.
Por pasar el rato, la muchacha había empleado el )ando de navegación para desplazarse adelante y atrás por el diario de su padre. El Mirror narraba una historia fascinante: después de haber huido de la base militar del proyecto Cartago, y tras el secuestro de madre, su padre se había refugiado bajo un nombre falso en la Ciudad de la Torre de Hierro para dar esquinazo a los hombres de negro y continuar en preto con sus experimentos.
Y lo había conseguido con la ayuda de una científica, la mayor Steinback, que más tarde se había convertido en la profesora Hertz.
Ambos habían depositado su confianza en Walter Stern a la hora de encontrar fondos y construir el superordenador dentro de una fábrica abandonada que no quedaba muy lejos ni de La Ermita ni de la
academia Kadic. Pero Walter, el padre de su amigo Ulrich, los había traicionado. Había vendido a su padre a los hombres de negro.
Aelita había asistido por lo menos unas diez veces a la escena final del diario. En 1994, para ayudar a su padre, había aceptado someterse a un extraño experimento del que no recordaba absolutamente nada. A continuación, los hombres de negro los habían encontrado, y la situación se había desquiciado en un abrir y cerrar de ojos: los agentes secretos habían abierto fuego, hiriéndola, y su padre, para salvarla, había huido con ella en brazos hasta Lyoko.
Para la muchacha, ver de nuevo aquellas escenas había resultado una sorpresa sobrecogedora. Aelita había perdido todos los recuerdos relacionados con aquellos acontecimientos. Su cerebro los había borrado como si nunca hubiesen sucedido. ¿Por qué? ¿Guardaría relación, tal vez, con el experimento que su padre había llevado a cabo con ella en 1994?
Aelita no tenía ni la menor idea. Soltando un largo suspiro, fue hasta la cocina para beber un poco de agua.
Su mano atravesó la llave del grifo como si aquel objeto no fuese más que una ilusión óptica. La muchacha se dio una palmada en la frente: ¡qué tonta estaba! Rebuscó entre su ropa y sacó el mando del Mirror.
Era de color azul, y tenía una pantallita y tres grandes botones rojos. Con los dos de los lados podía  avanzar y retroceder en  el tiempo del diario, mientras que el tercer botón, en el que aparecía escrito EXPLORACIÓN LIBRE, le permitía moverse a su Mtojo por el mundo virtual. Pero el mando a distancia también tenía otro poder: mientras lo sujetase en la mano podía tocar los objetos de aquel mundo, utilizarlos y hasta comer y beber.
De ese modo, Aelita consiguió calmar por fin su sed, y luego miró a su alrededor en la cocina desierta. Debía hacer algo, encontrar a alguien, o corría el peligro de terminar por volverse completamente loca. Estaba cansada de estar sola. Y sus amigos la necesitaban en el mundo real.

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