jueves, 19 de enero de 2012

Capítulo 7

LA DECISIÓN DE X.A.N.A.

El semisótano de La Ermita estaba formado por un largo pasillo en el que se abrían numerosos trasteros y habitaciones. Una de éstas era una cámara frigorífica apagada desde hacía muchísimos años, que conducía a la habitación secreta en la que Hopper había construido el escáner para entrar en el Mirror y la Primera Ciudad.
Aparte del pasadizo de las alcantarillas, la única vía de salida del semisótano daba al garaje del chalé, desde el que se podía acceder al salón y al amplio jardín.
Odd, Yumi y Richard permanecieron escondidos, a la espera de que los adultos llevasen a cabo una rápida exploración.
La profesora Hertz volvió al trastero unos minutos más tarde.

—Venid conmigo. Os acompañaré hasta la habitación secreta. Michel ya se ha puesto manos a la obra con el escáner para sacar a vuestros amigos. Os quedaréis con él, calladitos y buenecitos, mientras nosotros nos ocupamos de todo lo demás.
Los muchachos asintieron.
Con la profesora detrás de ellos como escudo protector, salieron de la diminuta habitación y corrieron rumbo a la cámara frigorífica. Desde uno de los extremos del largo pasillo, Lobo Solitario los observaba con la pistola en la mano.
Memory había hecho que le llevasen un té caliente, y ahora miraba a hurtadillas al chiquillo de las gafas a través del vapor perfumado de su taza.
Jeremy tenía trece años, mientras que su hija ya debía de haber cumplido los veintitrés. Memory no conseguía creérselo: Aelita ya debía de haberse convertido en una mujer. La última vez que la vio era pequeñísima, y durante todos aquellos larguísimos años ella, su madre, la había olvidado. ¿Cómo había sido capaz?
Desde que se había despertado de su desmayo, Memory entreveía rápidas visiones de un pasado que le parecía no haber tenido jamás. Recordaba una base militar. Había trabajado en ella junto con su marido, que se llamaba Waldo, era robusto, tenía barba y... ellos dos tenían una hija. Su espléndida Aelita.
Después, un soldado llamado Mark Hollenback la había raptado y, viajando continuamente, se la había llevado de una prisión a otra durante años. Primero había estado encerrada en una cabana perdida en el parque nacional de Mercantour, en los Alpes franceses. Luego había dado con sus huesos en algún lugar de Inglaterra, y más tarde en Marruecos.
El soldado, que había adoptado el nombre de Hannibal Mago, la había obligado a trabajar para Green Phoenix, su organización criminal. Ella se había rebelado contra él, porque lo único que quería era reunirse con su marido y su hija. Cada cierto tiempo, cuando ya temía que no lo iba a conseguir, su colgante se iluminaba. Era Waldo, que le decía que pensaba en ella y la seguía amando. Ella le respondía de la misma forma. Se trataba de un contacto silencioso y simple que le había permitido mantener viva la esperanza durante mucho tiempo.
De aquel período recordaba sobre todo un episodio en particular. Era el 2 de mayo de 1994. Mago la había hecho entrar en una habitación en la que había una silla y una cámara de vídeo. La había maniatado y obligado a grabar un mensaje para su marido. Quería obligarlo a trabajar de nuevo en el proyecto Cartago, pero en el mensaje ella le había gritado que huyese, y Mago la había golpeado hasta dejarla inconsciente.
Menos de un mes más tarde, había sucedido algo. Grigory Nictapolus había entrado en su habitación. Por una vez no iba acompañado de sus dos perros, y llevaba puesto un extraño par de guantes de cuero con una pantalla al dorso y largos cables de colores que rodeaban los dedos. El hombre le había apoyado las manos sobre la cabeza, y ella... ella había perdido su nombre. Se había convertido en Memory. Había olvidado su pasado, y desde aquel momento se había convertido en la ayudante de Hannibal Mago.
¿Cómo había conseguido Grigory borrar de su mente el pasado? ¿Quién era ella en realidad? ¿Cómo se llamaba? ¿Y por qué, durante más de una década, el colgante no había vuelto a iluminarse, ni siquiera una sola vez, para avisarla de que Waldo y Aelita estaban bien y seguían pensando en ella?
Memory terminó de beberse su té y posó la taza vacía sobre una de las pantallas de la consola.
Jeremy se volvió hacia ella.
—Anthea, mira... —le dijo.
Memory lo miró con los ojos abiertos de par en par. Aquél era su verdadero nombre. Anthea.
La cámara frigorífica era una habitación cuadrada cerrada por una enorme puerta hermética. Del techo colgaban unos grandes ganchos de metal, mientras que en las paredes había unas largas baldas vacías. Unos cuantos conductos de ventilación empotrados en los muros permitían enfriar la sala gracias al gigantesco motor que se encontraba en otro cuarto. Pero en aquel momento allí dentro más bien hacía calor.
En la pared del fondo, una puerta de ladrillos se había deslizado hacía arriba sobre unos raíles invisibles para revelar un minúsculo pasaje que conducía a una habitación iluminada.
—Aquí os dejo —anunció la profesora Hertz mientras bajaba el cañón de su pistola—. Tratad de no romper nada ni armar ningún lío.
Yumi asintió. No conseguía sacarse de la cabeza el reproche de la mirada de su madre, y estaba empezando a creer que había cometido un error al aventurarse hasta allí... Odd siempre había sido el bufón un poco majara de su pandilla. ¿Desde cuándo se había convertido en un urdidor de planes? Era obvio que lo único que podía hacer era meterlos en un lío tras otro.
Richard, Odd y la muchacha se despidieron de la profesora y agacharon las cabezas para entrar en la habitación secreta.
Se trataba de un espacio pequeño y desnudo, amueblado tan sólo con un sofá y un viejo televisor. Una de las paredes tenía un butrón hecho a golpe de pico que dejaba ver otra habitación más en la que se hallaban una consola de mando y una columna-escáner que recordaba en cierto modo a una cabina de ducha.
El señor Belpois ya se había puesto a trabajar con el ordenador. Yumi se le acercó, rozando distraídamente con las yemas de los dedos la lisa superficie de la columna. Una vez allí dentro podría virtualizarse en el interior del Mirror o en la Primera Ciudad. Y podría liberar a sus amigos.
—¿Qué tal lo lleva? —le preguntó al padre de Jeremy.
El hombre le dedicó una cálida sonrisa. Michel Belpois se parecía muchísimo a su hijo. Llevaba las mismas gafas redondas y tenía el mismo pelo rubio, aunque el suyo raleaba poco a poco a partir de la mitad del cráneo, dejando al descubierto la coronilla.
—Pues estoy tratando de acordarme de cómo funciona este chisme —le explicó—. Hace siglos que no le pongo la mano encima a una consola como ésta.
¡—Lo lamento —le dijo Yumi, devolviéndole la sonrisa—. Yo no soy demasiado buena con... Quiero decir... Seguro que Jeremy sabría qué hacer. Aunque, si quiere, puedo tratar de ayudarlo.
Michel le cedió el puesto ante el teclado.
—¡Venga! —aprobó Odd con entusiasmo, animando a Yumi—. Ponte inmediatamente en contacto con Aelita.
Fue en aquel mismo momento cuando los muchachos oyeron los disparos.
X.A.N.A. era invisible.
Ulrich y Eva se encontraban en un pequeño claro entre los árboles, y la inteligencia artificial flotaba por todo su alrededor. Impregnaba el aire, vivía dentro de los troncos que se perdían hacia lo alto, en dirección a un cielo plano y sin matices, y se ocultaba en el inconmensurable tapiz verde esmeralda del bosque. Y observaba.
Sus mantas habían llevado a los muchachos a aquel claro cercano a una de las torres, una enorme vela tronchada anclada al terreno mediante una maraña de raíces oscuras.
A través de las torres de Lyoko, X.A.N.A. podía ¡nteractuar con el mundo real, utilizar sus poderes para infiltrarse en la red eléctrica de cualquier nación y desactivarla o destruirla. O bien podía explotar su increíble energía para rescatar a aquellos dos muchachos y mantenerlos a salvo.
¡Le parecían tan frágiles! Charlaban tranquilamente, sin percibir su presencia. Habría podido lanzar contra ellos un ejército de monstruos que los habría destruido. Con un simple chasquido de sus dedos podía anular sus puntos de vida y devolverlos a la realidad. Y sin embargo, no lo estaba haciendo.
X.A.N.A. era un avanzadísimo programa, y no podía sentir incertidumbre ni confusión en el sentido humano de esos términos. X.A.N.A. recopilaba datos, los introducía en complejas matrices estadísticas, llevaba a cabo simulaciones y analizaba los resultados. En aquel momento, no obstante, la criatura no lograba decidir cómo comportarse. Todas sus proyecciones le aconsejaban que mantuviese la alianza con Green Phoenix. Debía ayudar a los terroristas a conquistar el mundo, destruir las comunicaciones de toda la Tierra y derrocar los gobiernos. Al final de todo aquel proceso de destrucción, no le costaría mucho desembarazarse de Mago para convertirse en el amo absoluto del mundo.
Pero ese éxito tenía ciertos costes: implicaba la derrota, y probablemente la muerte, de Aelita y sus jóvenes amigos. Y X.A.N.A. no conseguía aceptarlo. Esa simple pérdida, tan marginal, revolvía algo dentro de él, bloqueaba sus procesos lógicos con algo parecido a... la rabia.
¿Se trataba del virus del que hablaba Jeremy?
¿O tal vez ya no fuese tan sólo un frío programa informático?
X.A.N.A. se condensó, reuniendo la materia de Lyoko para adoptar forma humana.
Ulrich se levantó de un salto y deslizó ambas manos sobre la empuñadura de su catana en cuanto vio cómo el muchacho de pelo negro aparecía ante él.
—Aquí estás —exclamó.
—Si hubiese tenido intención de hacerte daño —comentó X.A.N.A. con una sonrisa—, no habría asumido esta forma tan frágil —se giró hacia Eva—. ¿Qué tal está mi joven ayudante?
—Bien, gracias... —respondió, vacilante, la muchacha.
—Estupendo. Hasta que Jeremy y yo acordemos un plan de acción, seréis mis huéspedes. Si os hace falta algo, no tenéis más que pedirlo.
En aquel momento X.A.N.A. percibió una comunicación entrante. Provenía de la consola de mando de la fábrica, pero no se trataba de Jeremy. Era Mago en persona.
El muchacho se volvió hacia Ulrich.
—El jefe de Green Phoenix quiere hablar conmigo. Podéis asistir a la conversación, pero tenéis que permanecer en silencio. No debe darse cuenta de que estáis aquí.
Ulrich asintió con la cabeza, y X.A.N.A. estiró los brazos para dibujar un cuadrado en el aire. Al instante apareció una pantalla que flotaba a un metro del suelo. Dentro del encuadre podía verse el rostro de Hannibal Mago.
—Encantado de volver a verte —dijo el jefe de Green Phoenix.
Sonrió, y su boca se abrió, dejando ver claramente sus colmillos de oro.


Odd se sobresaltó. A su lado, Yumi y Michel Belpois se levantaron de golpe, y los tres se giraron en dirección a la entrada de la habitación secreta. Richard, que había permanecido todo el rato al lado del agujero, tenía apoyada la espalda contra el muro y respiraba con dificultad. Se oyeron más disparos, ruidos de objetos arrojados al suelo y gritos en francés y otros idiomas.
Había saltado la alarma. Los hombres de Green Phoenix se habían percatado de su presencia.
—¡Richard! —gritó Odd—. Ve corriendo a la puerta de la cámara frigorífica, y prepárate para cerrarla si ves aparecer a algún soldado enemigo.
—Sí...
—Yumi, abre la conexión con el Mirror o con la Primera Ciudad. La que sea. Basta con que hagamos salir a nuestros amigos de allí dentro.
La muchacha volvió a ponerse manos a la obra con el ordenador, ayudada por el padre de Jeremy.
—Estamos conectados con la Primera Ciudad —dijo Michel Belpois mientras sacudía la cabeza—, pero el escáner no registra ninguna forma humana.
Los dedos de Yumi temblaban sobre el teclado, y su amigo corrió a su lado.
—No te preocupes —le susurró—. Ya verás como Ulrich y Eva están bien. Seguro que hay alguna explicación lógica. Mientras tanto, trata de establecer una conexión con Aelita.
—Recibido —contestó la muchacha al tiempo que hacía galopar sus dedos por el teclado.
Odd se quedó observando los monitores, esforzándose por ignorar los ruidos de batalla que les llegaban del exterior. Podía oír los fieros ladridos de unos perros.
—¡Ajajá! —exclamó Michel Belpois, exultante—. Acabo de encontrar a Aelita. Dentro de un segundo tendremos una conexión con audio y vídeo.
La pantalla tembló por las interferencias que contaminaban la transmisión como una cortina de cenizas. A continuación, la imagen se fue aclarando, y dejó ver la entrada de la fábrica, al lado del ascensor que conducía a los pisos subterráneos.
Aelita estaba con un muchacho de pelo negro. Vieron que alzaba la cabeza y se llevaba una mano a la oreja.
—¿Hay alguien ahí? —preguntó.
—¡Aelita, soy yo, Odd! ¿Qué tal estás? ¿X.A.N.A. te está...?
La muchacha estalló en una risita nerviosa.
—No, no, no. Todo va bien. Yo diría que... X.A.N.A. y yo nos hemos hecho amigos.
Odd abrió los ojos como platos, incrédulo.
Yumi se inclinó hacia delante, hacia la pantalla del ordenador.
—Aelita, no tenemos mucho tiempo —atajó—. No conseguimos encontrar a Ulrich ni a Eva en la Primera Ciudad. ¿Tú sabes qué es lo que ha pasado?
—Están dentro de Lyoko, a salvo. X.A.N.A. les ha proporcionado un refugio —respondió la chiquilla del pelo rosa.
—Vale —exclamó Odd—. De momento, vamos a hacerte salir del Mirror. ¡Prepárate!
Aelita trató de farfullar algo, pero Odd se vio distraído por un fuerte alboroto procedente de la habitación de al lado.
Los soldados de Green Phoenix habían entrado.
Hannibal Mago le explicó a X.A.N.A. que un grupo de personas del Kadic se había infiltrado en La Ermita con la ayuda de los hombres de negro.
El muchacho observó por el rabillo del ojo a Ulrich y a Eva, que estaban sentados en el suelo, preocupados y asustados. ¿De verdad le importaba tanto salvarlos?
—¿Qué es lo que quieres de mí? —le preguntó al
jefe de Green Phoenix.
—Podrías ser un pelín más amable —le contestó Mago, sacudiendo la cabeza—. Después de todo, ahora somos socios. Sea como sea, esto es lo que quiero: crea inmediatamente más soldados robot, y haz que salgan del escáner de La Ermita para ayudar a mis hombres. Mientras tanto, quiero sembrar un poco el caos por toda la ciudad, más que nada para ir enturbiando las aguas. Bloquea los semáforos de todas las calles, de forma que provoquen accidentes en cadena por doquier. Corta la energía eléctrica. Dificulta las comunicaciones por radio de la policía, el ejército, los bomberos... En fin, ya me has entendido. Quiero que Dido se entere de que no estaba de guasa cuando le dije que se mantuviese al margen.
X.A.N.A. sabía que ese momento iba a llegar antes o después. Hasta aquel instante había estado haciendo tiempo: había ayudado a Aelita y, en la medida de lo posible, a Ulrich y a Eva, pero todavía no se había expuesto en primera persona. X.A.N.A. ni siquiera era una persona en sentido estricto. Era una entidad digital que en aquel momento vivía dividida en dos. La primera mitad, la que estaba dentro de Lyoko, poseía poderes casi ilimitados y la fría lucidez de una computadora, mientras que la segunda, su parte más débil, la que seguía encerrada en el Mirror, estaba desarrollando algo nuevo: emociones.
Pero ahora tenía que tomar una decisión. ¿Ayudaba a Mago y se convertía en la criatura digital más poderosa jamás vista sobre la faz de la Tierra? ¿O bien ayudaba a los muchachos, rindiéndose así a aquel extraño componente humano que aún no lograba comprender del todo?
En una fracción de segundo, la inteligencia artificial activó dentro de sí un centenar de programas de simulación y analizó sus resultados. Seguir del lado de los terroristas significaba obtener el poder absoluto. Y sin embargo...
—No —respondió.
La pantalla mostró cómo la sonrisa se esfumaba de la cara de Mago.
—Amiguito, déjame que te explique un poquito cómo va la cosa. Tengo un pequeño as en la manga...
Mago abrió la palma de su mano. Sobre ella podía verse una cajita de plástico negro con un único botón rojo cubierto por una tapadera transparente.
—Me basta con apretar este botón y ¡puf!, superordenador apagado. Y tú te quedas otra vez encerrado ahí dentro.
X.A.N.A. se encogió de hombros. Ya había tomado una decisión, y por primera vez en su «vida» sentía en su interior una sensación de tranquilidad que le llegaba directamente de la parte de sí mismo que lo estaba escuchando desde el interior del Mirror.
—Yo también tengo algunas cartas que jugar—replicó tranquilamente—. Por ejemplo, puedo utilizar las torres de Lyoko para meterme en tu cerebro. Y te aseguro que no es una experiencia agradable.
Desde el otro lado de la pantalla, en el claro, Eva asintió con firmeza.
—Así que estamos empatados —continuó X.A.N.A.—. Cada uno de nosotros tiene una pistola que apunta a la cabeza del otro. Pero no es por eso por lo que no quiero ayudarte. Simplemente, no puedo hacerlo.
Eso no era en absoluto verdad, pero ahora X.A.N.A. tenía que mentir. Jeremy le había pedido que fingiese que seguía siendo amigo de Green Phoenix hasta que llegase el momento adecuado. Y, de acuerdo con sus proyecciones estadísticas, aquel momento no había llegado todavía.
—Crear los soldados robot fue bastante fatigoso —explicó el muchacho—. Los recursos energéticos de Lyoko aún se están recuperando. Si no me crees, puedes preguntárselo a Jeremy. En cuanto esté listo para volver a la acción te lo haré saber.
La última imagen que mostró la pantalla antes de disolverse en el aire fue la de Hannibal Mago estampando un puño contra la mesa.


La puerta hermética se abrió de par en par, y Richard voló por los aires, golpeándose la espalda contra la pared de cemento.
Hertz entró en la habitación como un torbellino, apuntando su pistola al otro lado del umbral metálico. Los disparos retumbaban como truenos dentro de la cámara frigorífica.
Richard gimió de puro miedo, mientras la mujer seguía disparando sin darse la vuelta.
—¡Cerremos la puerta! —ordenó.
Aquellas palabras actuaron como un resorte sobre Richard. Trepó a toda prisa por los estantes, alcanzó los ganchos que colgaban del techo y los tironeó  hasta  que  logró  moverlos.  Después volvió a
girarse hacia Hertz, y vio que tras ella sobresalía un soldado con uniforme de camuflaje que le sacaba dos cabezas y llevaba el rostro cubierto por un pasamontañas negro y una metralleta en las manos.
Richard quería gritar, correr hacia ella para ayudarla, pero sus músculos estaban contraídos y rechazaban de plano la idea de moverse. Se quedó clavado, mirando con los ojos abiertos de par en par cómo la profesora volteaba su pistola en la mano y golpeaba con la culata la mandíbula del soldado. Se oyó un crujido de huesos rotos, y luego la mujer giró sobre una pierna, derribando con el talón de la otra al hombre, mientras volvía a empuñar la pistola, levantaba el brazo y disparaba contra alguien más que se acercaba por el pasillo.
—¡Richard! —gritó.
El muchacho pegó un salto en su dirección y la ayudó a cerrar la cámara frigorífica, atrancando la puerta con los ganchos de metal que había sacado del techo.
Lo hicieron justo a tiempo. Un instante después vieron los rostros airados de los soldados asomándose al pequeño ventanuco de cristal reforzado. Los terroristas empezaron a empujar y darle empellones a la puerta.
—Por los pelos... —susurró el joven.
En aquel momento vio cómo Yumi asomaba la cabeza por la puertecita que conducía a la habitación secreta y observaba a su profesora con una mirada perpleja.
—¿Qué ha pasado? ¿Dónde están los demás? —preguntó la muchacha.
Hertz se metió la pistola entre el traje de buceo y el cinturón de lastres y sacudió la cabeza.
—Los han capturado. Los agentes de Green Phoenix eran demasiados para nosotros, así que han tenido que rendirse.
—¿Mis padres también? —preguntó Yumi con voz temblorosa.
—Lo siento —dijo la mujer mientras asentía con la cabeza.

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