jueves, 19 de enero de 2012

Capítulo 11

11
EL ENIGMA DE LOS CÓDIGOS

Los muchachos se encontraban en el sector del bosque de Lyoko. Llevaban horas charlando, poniéndose al día de los últimos acontecimientos, preparando y descartando nuevos planes para alejar de una vez por todas a Green Phoenix de la fábrica.
Aelita contemplaba a sus amigos con una sonrisa en los labios. Yumi y Ulrich habían vuelto por fin a estar juntos, y ahora se hallaban sentados uno al lado del otro, con los hombros y las manos rozándose de cuando en cuando.
Odd y Eva también se habían reencontrado. En realidad acababan de conocerse, puesto que la Eva a la que el muchacho había conocido en el pasado estaba controlada por X.A.N.A. Pero los dos habían empezado a hablar enseguida, primero en un divertído inglés macarrónico inventado por Odd, e inmediatamente después, en francés. Ahora ambos tenían la risa floja, y él estaba desplegando todo su repertorio habitual de bromas y ocurrencias para seducir a las chicas.
Sólo faltaba Jeremy. Aelita suspiró. Le habría gustado que se encontrase allí con ellos. ¿Qué tal estaría? ¿Qué estaría pasando en la realidad después de que la profesora Hertz y los demás fuesen capturados por los terroristas?
X.A.N.A., que estaba contemplando el cielo de Lyoko con aspecto sereno, se giró hacia ella.
—¿Te gustaría hablar con Jeremy? —le dijo.
Aelita lo miró fijamente, sorprendida.
—¿Ahora sabes leer el pensamiento de la gente?
El muchacho de pelo rubio se echó a reír.
—Pues claro que no... Sólo que puedo sentir la presencia de Jeremy. Está trabajando con un ordenador conectado a la consola de la fábrica. En este momento se encuentra solo, así que si quieres, puedo establecer una conexión segura.
Aelita aceptó con entusiasmo y se levantó de golpe.
—¡Chicos, atención! —exclamó—. ¡X.A.N.A. está a punto de ponernos en contacto con Jeremy!
Ulrich asintió con aire de aprobación, y Odd se arrancó a aplaudir.
—¡Estupendo! ¡Para salir de este embrollo nos hace falta nuestro amigo sabelotodo!
X.A.N.A. alzó las manos en el aire y dibujó un nuevo cuadrado. Al paso de sus dedos fue tomando forma una pantalla que se oscureció y tras unos instantes mostró el rostro de Jeremy.
Aelita lo observó con preocupación. El muchacho estaba más pálido de lo habitual, y parecía agotadísimo. Tenía los ojos lastrados por unas enormes ojeras.
—Hola —murmuró Jeremy—. ¿Qué tal estáis?
Odd se puso en pie de un brinco, y aprovechó la ocasión para montar un pequeño espectáculo con el que ponerlo al día de las últimas novedades. Habían escapado de La Ermita al interior del Mirror, y al final habían conseguido reunirse todos en Lyoko. Ahora X.A.N.A. estaba de su parte, y los chicos no veían la hora de entrar en acción.
Jeremy escuchó el entremés en silencio, lanzándole de cuando en cuando alguna que otra mirada furtiva a Aelita.
—La situación —comenzó a explicar cuando Odd terminó su actuación— es más complicada de lo previsto. Mago ha amenazado con sumir toda Francia en el caos, y los hombres de negro se disponen a atacar la fábrica. Creo que si no logran detener a Green Phoenix, la reducirán a cenizas.
Aelita se tapó la boca con las manos.
—Pero ¡eso no es posible! —exclamó a continuación—. ¡Significaría condenarnos a todos!
X.A.N.A. sacudió la cabeza antes de tomar la palabra.
—Pero sin mí, Mago no puede sacar partido de Lyoko. Y yo no tengo ninguna intención de ayudarlo.
—Pero podría obligarte —observó Jeremy—. Si no haces lo que él te diga, apagará el superordenador... Además, ahora nuestros padres han pasado a ser sus prisioneros. Puede obligarnos a hacer lo que sea.
—¿En qué estás pensando? —preguntó Aelita.
Jeremy sonrió antes de contestarle.
—En primer lugar, voy a necesitar tu ayuda y la de X.A.N.A. Debemos estudiar el Código Down y los códigos que contiene la PDA de Richard...



Memory entró en la jaima temblando. A veces tenía la sensación de que el jefe de Green Phoenix era capaz de leer hasta sus más profundos pensamientos. Lo que Jeremy le había contado le había hecho entender el porqué: ella llevaba veinte años siendo la prisionera de Mago, así que en el fondo era bastante lógico que él hubiese llegado a conocerla muy bien.
Por eso la de ahora iba a ser la prueba más difícil de superar para Memory. Tenía que aparentar que seguía siendo la misma de siempre, la ayudante sumisa, fiel y obediente. No debía permitir que ni el menor de los detalles la traicionase bajo ningún concepto.
—Bienvenida —le dijo Mago al tiempo que le hacía un gesto para invitarla a que se sentase en los cojines.
Junto a él se encontraba Grigory Nictapolus. Por una vez, el hombre no iba acompañado de sus dos perros.
—¿Puedo ayudarlo, señor? —preguntó Memory mientras mantenía la mirada baja y se sentaba con compostura, como solía hacer habitualmente.
—Puede que sí —respondió él—. Esta noche algunas personas han tratado de infiltrarse en La Ermita. Las hemos capturado a casi todas, pero los mocosos consiguieron escapar en el último momento, utilizando la columna-escáner de La Ermita para entrar en Lyoko.
—Sí, señor.
—El problema —explicó Mago— es que dentro de Lyoko no hay ningún mocoso. He utilizado la consola de mando personalmente, y he activado todos los programas de búsqueda para localizarlos... Pero no hay manera. Se han esfumado —Mago se interrumpió y sonrió, y sus ojos de lobo miraron de reojo a Memory desde debajo del ala de su sombrero antes de cambiar de argumento sin previo aviso—. He decidido empezar a utilizar el superordenador para asestar un golpe decisivo. Lo que pasa es que para hacerlo debemos entrar dentro de Lyoko. No me fío de X.A.N.A. Se estaba comportando como es debido, y sus robots nos fueron de gran ayuda, pero me temo que ahora está pensando en jugarnos una mala pasada.
—¿Y yo qué...? —le preguntó Memory, que no estaba entendiendo nada.
—Quiero que prepares un dispositivo para usar los poderes de Lyoko sin necesidad de entrar en el mundo virtual. No me interesa si es un proyecto difícil, ni qué milagros técnicos vas a tener que inventarte. Quiero que construyas ese cacharro, y lo quiero ya.



Un soldado había entrado en el despacho para llevarle algo de comer: un trozo de pan enmohecido y una lata de atún asqueroso. El hombre se había quedado observando a Jeremy con una mirada torva hasta que se lo terminó todo, y luego se había plantado detrás de él para observar el monitor del ordenador. El muchacho fingió que trabajaba, abriendo ventanas al buen tuntún y mostrándole al soldado pantallas llenas de símbolos incomprensibles. Al final, por suerte, el hombre decidió irse. Jeremy aprovechó entonces para restablecer de inmediato la conexión con Lyoko.
Sus amigos se habían desplazado al interior de una torre del sector del bosque, y estaban sentados en círculo sobre la plataforma con el símbolo fosforescente del ojo de X.A.N.A.
En cuanto logró establecer contacto, fue precisamente X.A.N.A. quien levantó la cabeza en primer lugar.
—Ya estás aquí.
—Sí. He tenido un pequeño contratiempo. Bueno, ¿por dónde vais?
El muchacho rubio esbozó una sonrisa torcida.
—He volcado en un banco de datos del superordenador los textos del Código Down que había memorizado del expediente de Hertz.
—Y yo te he transmitido el contenido de la PDA de Richard —le dijo Jeremy—. ¡Ya podemos empezar!
X.A.N.A. y Aelita se levantaron y fueron hasta el centro de la torre. A continuación emprendieron el vuelo y se alejaron de los demás, aterrizando en la plataforma suspendida.
Jeremy observó con asombro el lugar de trabajo que X.A.N.A. había preparado: había un pequeño escritorio, que parecía estar hecho del mismo material liso y resplandeciente que el resto de la torre, y dos sillas que flotaban en el aire sin necesidad de soporte alguno. A su alrededor volaban docenas de pantallas repletas de datos que X.A.N.A. desplazaba de un lado a otro con un simple gesto de la mano.
Los tres muchachos se pusieron inmediatamente manos a la obra.
Jeremy había colaborado a menudo con Aelita, y eran capaces de entenderse al vuelo hasta sin necesidad de decirse una palabra, pero ahora se sentía un poco cohibido. Aelita era su mejor amiga, e incluso algo más, en realidad, pero hasta hacía unas pocas horas Jeremy había estado hablando con su madre, y todavía no le había dicho nada a la muchacha.
Jeremy tenía buenos motivos para no haberlo hecho: Memory trabajaba para Hannibal Mago, y él todavía no había decidido si podía fiarse del todo de aquella mujer. No quería alterar a Aelita ni crearle la falsa esperanza de haber encontrado finalmente a la madre que tanto tiempo llevaba buscando.
Y, además, había otro pensamiento que Jeremy no conseguía evitar. Era probable que la fábrica fuese atacada, o bien que los terroristas diesen el primer
paso. Alguien podía salir herido. Y si a Memory le pasaba algo malo...
En aquel momento, el rostro de X.A.N.A. se iluminó con una amplia sonrisa. Jeremy se maravilló de los cambios que había experimentado la inteligencia artificial. Les había dicho que había renunciado a algunos de sus poderes sobre Lyoko, pero a cambio había obtenido muchos otros. Era menos obtuso, e incluso estaba haciendo gala de una gran intuición. Sabía reírse y estar bien con los demás. En cierto sentido, se comportaba como un chico un poco mayor que ellos dispuesto a lo que fuese para ayudarlos.
—¡Creo que ya lo he entendido! —exclamó X.A.N.A.
—¿El qué? —preguntó de inmediato Aelita.
—El Código Down. Tal y como nos había dicho la profesora Hertz, se trata de un programa capaz de destruir Lyoko. Puede borrar todas y cada una de las líneas de su código de programación y eliminar para siempre todos los sectores de Lyoko y la Primera Ciudad. Puede incluso matarme a mí.
—¿Cómo funciona? —preguntó Jeremy.
—Hopper incluyó una especie de cerradura de seguridad. Una vez que se cargue el programa en el sistema, lo único que hace falta es que Aelita vaya a una de las torres y active el software tecleando el Código Down en una pantalla. Eso es todo.
Jeremy volvió a abrir algunas de las ventanas llenas de datos que ya había estado viendo antes y comenzó a reinterpretarlas basándose en las sugerencias de X.A.N.A. Era cierto. Ahora empezaba a encontrarle un sentido a aquel misterioso programa. Aelita era su piedra angular, la persona que con un solo gesto podía demoler Lyoko y reducirlo a escombros para siempre.
En realidad, el asunto era aún más radical de lo que había dicho X.A.N.A. El Código Down actuaba en los propios cimientos lógicos del ordenador, alterando sus circuitos y anulándolos uno a uno. Al utilizarlo, la fábrica entera se convertiría en un simple edificio que había resistido durante demasiado tiempo el paso de los años. Después de activar el Código Down, el superordenador ya no sería más que un costoso montón de chatarra.
Aelita se puso en pie, miró a Jeremy y luego se acercó a X.A.N.A.
—Si así es como están las cosas —exclamó—, te prometo que jamás activaré el Código Down. Tienes mi palabra.
Jeremy esbozó una sonrisa triste. Deseaba de todo corazón que Aelita pudiese mantener realmente su promesa.
En aquel momento se abrió la puerta del despacho, y el muchacho tuvo que pulsar la tecla Esc varias veces para interrumpir la conexión con Lyoko y cerrar algunas ventanas del código.
Alzó la cabeza y se topó con el oscuro rostro de Grigory Nictapolus.
—Ven conmigo —le dijo secamente el hombre.



Richard Dupuis estaba atado y amordazado. Se encontraba encerrado en un cuartucho sin ventanas, tirado en el suelo, y le dolían hasta las pestañas.
En la habitación sólo había otra persona con él, uno de los hombres de negro, pero tenía la cara cubierta por una capucha, y Richard no conseguía entender si se trataba de Lobo Solitario, Hurón o Comadreja.
Richard tenía hambre y sed. El traje de neopreno se había secado por completo, y con cada movimiento le rozaba la piel, haciéndole gemir de dolor. Pero su principal problema era otro: tenía que ir al baño. Se daba cuenta perfectamente de que era algo ridículo, ¡pero no podía hacer nada por evitarlo!
El joven arqueó su dolorida espalda hacia atrás, y chilló de puro dolor. Algo se le había clavado, perforando el blando tejido de neopreno del traje de submarinismo. Empezó a arrastrarse por el suelo como una serpiente. Tenía las manos y los pies atados entre sí con pequeñas bridas de plástico que le hacían daño en las muñecas y los tobillos. Lentamente, consiguió darse la vuelta para ver qué era lo que se le había clavado. No era más que un clavo con la punta retorcida que sobresalía del viejo rodapié de color polvo.
Un clavo. Un clavo puntiagudo.
Richard sonrió. Volvió a girarse hacia el otro lado, apoyando la espalda contra la pared. Logró meter la punta oxidada entre sus manos atadas de tal forma que podía hacer presión con ella contra el plástico de las esposas. Empezó a frotar.



Grigory Nictapolus condujo a Jeremy hasta el tercer piso subterráneo, donde se encontraba el núcleo operativo del superordenador.
De todas las zonas de la fábrica, el tercer piso era la que siempre había fascinado más a Jeremy. El superordenador era el mayor invento de Hopper, aquel al que el profesor había dedicado la mayor parte de su vida. Y allí se encontraba el corazón del aparato.
Ahora aquel tranquilo lugar había sufrido profundos cambios. Algunas de las planchas metálicas que
componían el pavimento habían sido arrancadas, y de sus huecos salían gruesos cables de colores que se conectaban a algunos ordenadores personales apoyados en el suelo.
Memory estaba trabajando acuclillada, colocando pinzas en los conectores del superordenador, estudiando esquemas operativos y tomando apuntes. Cuando Grigory llegó, la mujer levantó la cabeza.
—Gracias—le dijo mecánicamente—, ahora puedes dejarnos solos.
—En realidad —le respondió el hombre con una malévola sonrisa—, Mago me ha pedido que no os quite el ojo de encima. Vosotros haced como si no estuviera. Yo me siento aquí y no os molesto lo más mínimo.
Jeremy se mordió el labio inferior. Había albergado la esperanza de poder hablar con Memory, pero la presencia de Grigory complicaba mucho las cosas.
La mujer le explicó la situación: debían encontrar la forma de controlar Lyoko sin entrar dentro de él.
—La única manera de hacer algo por el estilo —añadió con un suspiro— es creando un bot controlado por el ordenador.
Jeremy asintió. Había pensado inmediatamente en lo mismo. Un bot era prácticamente una especie de persona virtual (como el mismo X.A.N.A.) que ellos serían capaces de controlar a voluntad empleando un simple joystick.
Pero había un problema.
—Para poder hacer algo así —observó el muchacho— nos harían falta los planos detallados del superordenador.
—Ya —le respondió Memory—. Por eso es por lo que Mago ha dado la orden de preparar todo este equipo. Están extrayendo los esquemas de los circuitos.
Jeremy se sentó al lado de la mujer, tratando de ignorar la presencia de Grigory, que los observaba con mirada torva.
—¿No tendrás por casualidad un casco de realidad virtual? —preguntó.
Memory sonrió y le tendió un par de gafas oscuras con unas lentes lo bastante grandes como para cubrir la mitad de la cara de Jeremy. Tenían un par de auriculares montados en las patillas.
—Aquí tienes —dijo la mujer—. Funcionan por bluetooth, así que te basta con ponértelas, colocarte los auriculares y apretar el botón.
Jeremy empezó a tramar un plan. Podía usar las gafas para conectarse al Mirror. Una vez allí, buscaría nuevas pistas para resolver el enigma de los códigos de Richard.

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