4
EL ARDID DE JEREMY
Enseguida vio el mensaje cifrado que parpadeaba en la pantalla, protegido por una contraseña. Jeremy tecleó AELITA y leyó el contenido de la ventana. Era de parte de X.A.N.A., que lo advertía de que el ataque estaba programado para las doce, y también de un misterioso plan B llamado Cuervo Negro.
Jeremy sonrió. Había interpretado correctamente ¡a señal del telediario... pero no le habría venido mal algo más de información. ¿Qué era lo que tenía en mente Dido? ¿Y qué era aquel Cuervo Negro?
El muchacho miró de reojo a Memory, que se había puesto a trabajar en otro terminal. En aquel instante, Grigory no estaba observando sus pantallas, sino que hablaba en voz baja por su walkie-talkie. Decidió aprovecharse de ello, y abrió una ventana para chatear con la madre de su amiga.
Jeremy había esperado durante demasiado tiempo el momento adecuado para contarle toda la verdad sobre Aelita. Ahora empezaba a darse cuenta de que el instante perfecto no iba a llegar jamás.
El muchacho cerró con fuerza los párpados tras los gruesos cristales de sus gafas, contuvo la respiración y escribió en la ventana del chat: No te lo he contado hasta ahora, pero... yo sé dónde se encuentra Aelita ahora mismo.
Jeremy no se atrevió a alzar la cabeza para observar la reacción de la mujer, y se concentró únicamente en su ordenador. Pasaron algunos segundos que le parecieron interminables, y luego el cursor parpadeó antes de escribir la respuesta. ¿Dónde?
Aquí cerca, escribió Jeremy. Más cerca de lo que te imaginas. Está virtualizada dentro de Lyoko, junto con nuestros amigos.
Otra pausa.
¿Está bien? ¿Por qué no me lo has dicho antes?
Jeremy sonrió. Podía sentir, latiendo por detrás de aquellas sencillas palabras, el torrente de preguntas de la mujer, su preocupación, las ganas de saber cada mínimo detalle acerca de la hija a la que no había tenido oportunidad de conocer.
El muchacho hizo crujir sus nudillos y empezó a repiquetear sobre el teclado. Le contó que Aelita había decidido quedarse dentro del Mirror, y que había convencido a X.A.N.A. para que redescubriese su parte humana y se aliase con los muchachos. Aelita era una buena chica, lista y valiente, que se había enfrentado a un sinfín de dificultades sin llegar a perder nunca las ganas de luchar. Y ahora quería aportar su grano de arena contra los terroristas.
Jeremy envió aquel largo mensaje, esperó unos instantes para que a la mujer le diese tiempo a leerlo, y luego escribió: ¿Vas a ayudarnos tú también?
La respuesta le llegó al instante: Cuenta con ello.
Memory apenas conseguía respirar. Le parecía como si su cabeza estuviese a punto de explotar. Aelita, su hija Aelita estaba allí. Cerquísima, dentro de Lyoko, junto con sus amigos. Y aquella noche iba a enzarzarse en una batalla campal.
Jeremy se había disculpado por no haberle revelado antes la verdad, pero ella entendía las razones del muchacho: realmente quería a su hija, y no deseaba hacerle daño ni crearle falsas esperanzas. Podría volver a abrazar a Aelita al final de toda aquella pesadilla.
La mujer sintió una nueva fuerza que corría por sus venas, infundiéndole valor. Ahora ya no era Memory, sino Anthea. Era una madre, y debía luchar para poder ver de nuevo a su hija.
Poniendo buen cuidado en no llamar la atención de Grigory, cogió entre dos dedos el colgante de oro que llevaba al cuello. Usó el pulgar para girar la base y encenderlo, vio que la A de Anthea se iluminaba y la pulsó. Una señal. Quería decirle a Aelita que ella estaba viva, que había vuelto y que iba a permanecer a su lado durante aquella larga noche.
Memory se quedó esperando unos segundos, hasta que sintió que el collar empezaba a vibrar. ¡Su hija estaba pensando en ella, y le respondía que estaba bien!
Aquel pequeño gesto le dio a Memory la última gota de valor que le faltaba. De golpe se sintió serena y tranquila. Se levantó.
—Jeremy —dijo—, lo hemos conseguido. El programa está listo: tenemos un robot capaz de moverse
dentro de Lyoko sin necesidad de que un hombre entre en el mundo virtual.
El muchacho le guiñó un ojo.
—¡Perfecto! —exclamó—. Sólo nos falta una cosa para poder activar el programa...
El farol del muchacho sonaba convincente. Memory esperó que su voz pareciese igual de firme. Le echó un vistazo a su reloj de pulsera. Eran las once y cuarto. Tenían que darse prisa.
—Llévanos ante Mago —le dijo a Grigory—. Tenemos que hablar urgentemente con él.
Aelita se puso en pie de un salto. Por un momento pensó que debía de estar soñando. Pero aquello no era fruto de la autosugestión: estaba pasando de verdad. Su colgante vibraba, transmitiéndole a la piel de su cuello un agradable cosquilleo. Alguien lo había activado, y le estaba enviando una señal.
Se quitó la cadenita del cuello y la levantó sobre su cabeza como si se tratase de un trofeo para que todos pudiesen ver que la A de Anthea se había iluminado.
La muchacha miró a sus amigos uno a uno. X.A.N.A., Yumi, Ulrich, Odd y Eva tenían los ojos clavados en ella. Yumi, con las manos apretadas contra la boca. Odd, con una sonrisa que iba ensanchándose cada vez más sobre la cara del chico-gato.
—¡Es mi madre! —chilló Aelita—. ¡Está viva! ¡Viva!
Los muchachos corrieron hasta ella, y la estrecharon en un abrazo de grupo hecho de risitas eufóricas y miradas de incredulidad.
—¡Lo has conseguido, Aelita! —exclamó Ulrich—. Estaba seguro de que ibas a lograr encontrarla antes o después.
La muchacha seguía observando el colgante como si se tratase de un amuleto mágico.
—Increíble —susurró—. Ahora sólo me falta averiguar dónde está, en qué lugar del mundo, y entonces podré...
X.A.N.A. cerró los ojos por un instante, y cuando volvió a abrirlos esbozó una amplia sonrisa.
—Creo que puedo ayudarte —explicó—. Acabo de interceptar una comunicación que...
—¿Dónde? —lo interrumpió Aelita—. ¿Dónde está mi madre ahora?
—En este mismo momento está chateando con Jeremy. Tu madre se encuentra dentro de la fábrica, y va a ayudarnos. Ahora Jeremy y ella harán que Mago los acompañe para tratar de arrebatarle el mando que podría apagar el superordenador.
Aelita no lograba dar crédito a sus oídos. La noticia de que su madre estaba viva era ya impactante de por sí... Pero ¡la idea de que estuviese allí, de que se encontrase en la fábrica y Jeremy hubiera conseguido hablar con ella! Después pensó que su amigo habría debido decírselo. Aelita se fiaba de Jeremy. ¿Cómo había podido hablarle de X.A.N.A. y de planes para salvar el mundo, y no contarle que su madre estaba allí con él?
—No es justo —protestó—. ¡Si Jeremy sabía que mi madre era una prisionera de los terroristas, tendría que habérmelo dicho enseguida!
Yumi se acercó a su amiga y le pasó un brazo sobre los hombros.
—Probablemente no quería que te preocupases también por ella... Y quería darte una sorpresa.
—La sorpresa más bonita de tu vida —añadió de inmediato Ulrich.
La muchacha suspiró. Sabía que sus amigos tenían razón. Jeremy siempre había estado a su lado, demostrando ser mucho más que un amigo para ella. Si su madre estaba en grave peligro, podía haber decidido ahorrarle la preocupación extra. Aquella noche ella iba a desempeñar un papel muy importante, y debía mantenerse despejada y concentradísima. Pero ahora tenía un objetivo más que la impulsaba. Volver a abrazar a su madre. Por fin sentía de nuevo en su pecho el calor de tener una familia que la esperaba.
La vieja fábrica era un auténtico laberinto. Desde el gigantesco espacio central, que en otra época había sido el corazón de su producción, partía un dédalo de pasillos, cuartos de mantenimiento, pasadizos y galerías. Richard había perdido enseguida el sentido de la orientación allí dentro, y se fiaba sin pensar de las precisas instrucciones de la profesora Hertz y Lobo Solitario.
El pasillo de las mil habitaciones en el que habían permanecido encerrados terminaba en una puerta de color rojo fuego cerrada con una cadena y un gran candado. Las llaves se encontraban colgadas del cinturón de uno de los soldados que Richard y Comadreja habían neutralizado.
Por un instante, el muchacho pensó que, después de todo, desembarazarse de los hombres de Green Phoenix iba a resultar fácil.
No podía haber estado más equivocado.
Desde aquel pasillo habían desembocado en otro, y se habían topado de frente con un grupo de guardias. La pelea había sido durísima. Los soldados
de Mago iban armados hasta los dientes, y enseguida habían abierto fuego contra ellos. Por suerte usaban silenciadores, y eso había impedido que llegasen más refuerzos.
Lobo Solitario y Hertz se lanzaron al ataque de inmediato, ignorando el peligro de todas aquellas armas que apuntaban contra ellos, y Richard se había quedado mirando con incredulidad una terrible batalla a base de cuchillos que volaban de un lado a otro, rodillazos en el estómago y balas por todas partes.
Al final los hombres de negro consiguieron ponerle punto final al enfrentamiento, y el grupo se desplazó a una habitación en la que seis soldados custodiaban numerosas cajas llenas de armas. Lobo Solitario tenía la automática en la mano, y le dio el pistoletazo de salida a un nuevo tiroteo.
Richard no vio nada, porque estaba demasiado ocupado aplastando su cuerpo todo lo que podía contra una columna y tratando de que el corazón, que le latía a mil por hora, no se le saliese por la boca, pero oyó los agudos silbidos de los silenciadores y los golpes sordos de puños y pies chocando contra carne y huesos. Cuando el muchacho reunió el valor suficiente como para salir de su escondite, se dio cuenta de que los enemigos ya estaban en el suelo y maniatados. Lobo Solitario y Hertz estaban distribuyendo las armas entre los demás.
—Todavía faltan dieciséis minutos para el ataque —dijo Walter Stern mientras observaba su reloj de pulsera.
—Lo conseguiremos —declaró Comadreja.
Richard se acuclilló ante la puerta del final del pasillo para echar un vistazo por el ojo de la cerradura. Les hizo un gesto a los otros para que permaneciesen en silencio.
—Por aquí no se puede pasar —murmuró.
El muchacho se levantó para dejar que Lobo Solitario lo comprobase personalmente. Al otro lado de la puerta se encontraba una larguísima hilera de mesas en torno a las cuales los soldados estaban descansando, jugando a las cartas y viendo la televisión. Debía de haber por lo menos unos treinta hombres.
—Tienes razón —asintió el agente de Dido—. Nos neutralizarían sin sudar ni una gota.
El pequeño grupo se detuvo a reflexionar, y luego Richard señaló las rejillas de ventilación que se abrían a la altura del suelo. Eran realmente grandes, lo bastante como para que un adulto pudiese pasar a cuatro patas.
—Pero los trajes de neopreno nos van a impedir deslizamos como es debido —explicó.
Hertz señaló a los soldados de Green Phoenix, que estaban alineados contra una pared con las bocas selladas con cinta americana.
—Ha llegado el momento de cambiarnos de ropa —observó la profesora.
La jaima beduina de Hannibal Mago olía a sándalo y canela. El líder de Green Phoenix estaba echado sobre un montón de cojines con aspecto indolente, y a Jeremy le recordó a un gran visir escuchando el informe de sus criados.
El muchacho hizo una profunda inspiración para calmar sus emociones antes de empezar a hablar.
—Señor, hemos hecho lo que nos había pedido. Hemos construido un bot virtual, es decir, un robot que puede entrar dentro de Lyoko y controlar sus torres. No es por presumir, pero creo que nuestra inteligencia artificial es incluso más sofisticada que X.A.N.A.
El hombre levantó una ceja hasta que casi chocó con el ala de su sombrero.
—Muy poco tiempo os ha hecho falta para crear semejante prodigio.
Memory se apresuró a echarle un cable a Jeremy.
—Eso es porque hemos conseguido sacar gran parte del código de programación del propio X.A.N.A.
Lo importante es que el programa está casi listo para entrar en funcionamiento...
—¿Casi? —preguntó Mago con desconfianza.
—Para activar nuestro robot —comenzó a decir Jeremy fingiendo el tono de alguien profundamente disgustado— es necesario interactuar con la interfaz a nivel hardware de los códigos de retroalimentación física del superordenador, creando una canalización mediante lógica difusa que... —el muchacho continuó juntando y revolviendo todos los términos informáticos más esotéricos que conocía, creando un embrollo sin sentido que tenía el único objetivo de distraer y confundir a Mago, y cuando se dio cuenta de que el terrorista estaba empezando a impacientarse, decidió ir al grano—. En definitiva, que nos va a hacer falta su mando. Ése con el que se puede apagar a distancia el superordenador.
Mago estalló en una ronca carcajada.
—¡Ya te puedes ir olvidando de eso! —exclamó—. Pero ¿tú te has creído que me acabo de caer del guindo? Ese mando es lo único que me permite mantener a raya a X.A.N.A., y no tengo ni la más mínima intención de separarme de él. Si de verdad te hace falta, construyete otro igual.
—No tenemos las piezas necesarias —dijo Memory.
—Ni tampoco el tiempo —continuó Jeremy, que se había esperado esa objeción y hasta había elaborado un plan para convencerlo—. Piénselo bien —insistió—. Una vez que activemos el bot, ya no le volverá a hacer falta X.A.N.A. Será usted quien decida qué hacer con Lyoko y la Primera Ciudad. Si así lo desea, podrá construir un ejército capaz de destruir a X.A.N.A. para siempre. ¡Podrá obtener el poder más absoluto que jamás se haya visto sobre la faz de la tierra!
Mago entrecerró los ojos. Parecía estar reflexionando intensamente.
—¿De modo que podré deshacerme de X.A.N.A.?
Jeremy asintió, convencido.
—Exactamente, señor. Nada de X.A.N.A., ninguna necesidad de mandos ni de apagar el superordenador. Es más, si a esas alturas otra persona se apoderase del mando, se convertiría en un arma muy peligrosa... apuntada contra ella.
Una sombra pasó por los ojos del hombre.
—¿Y tendré el poder absoluto?
—Será capaz de interceptar las comunicaciones del mundo entero, incluidas las más secretas y mejor codificadas. Podrá enviar los robots creados por el castillo a cualquier lugar en el que haya un escáner. Podrá interrumpir las líneas de alta tensión, averiar cualquier aparato a distancia...
Mago sonrió. Sus caninos de oro brillaron por un instante en medio de la difusa luz de la tienda de campaña.
—¡Así sea! —decretó—. Me has convencido, muchachuelo. Como siempre digo, para obtener mucho hay que arriesgar mucho. Pero hay dos condiciones. La primera es que iré con vosotros. Seré yo en persona el que meta el mando en vuestra maquinita. ¡La segunda condición es que diez segundos después de dejar el mando a distancia quiero ver a mi robot funcionando y listo para conquistar el mundo! En caso contrario, Grigory hará que os arrepintáis profundamente de vuestra imprudencia.
Jeremy asintió. Eran las doce menos doce minutos.
Los muchachos estaban sentados, apretujados los unos contra los otros, dentro de una gran esfera transparente que volaba por el cielo a una velocidad demencial, como si fuese una pompa de jabón atrapada en un tornado. Por fuera de sus curvas paredes pasaban como un borrón los paisajes de Lyoko, primero los frondosos árboles del gigantesco bosque, y luego las construcciones regulares y racionalistas del quinto sector, entre muros tan altos que se fundían con el cielo y
cañones inconmensurables y oscuros. Estaban acercándose al núcleo de Lyoko, y desde allí la esfera se lanzaría en una vertiginosa ascensión hasta desembocar en el puente que llevaba a la Primera Ciudad.
Los muchachos guardaban silencio, ensimismados en sus pensamientos, y el aire estaba cargado de tensión. Tenían que prepararse para la batalla.
X.A.N.A. mantenía las manos extendidas hacia delante para conducir su esfera de energía a lo largo del laberinto que los llevaría hasta su meta. Sus rubios cabellos se mecían lentamente, movidos por una brisa invisible.
—¡Chicos! —los llamó.
Las miradas de todos sus compañeros se dirigieron hacia él.
Aelita sonrió. Era hermoso verlo así, orgulloso y seguro de sí mismo, humano. La muchacha sentía que en parte era mérito suyo.
—Ha llegado el momento de explicaros un par de cosas... Nuestra estrategia para la batalla.
Odd estuvo a punto de interrumpirlo con una broma, pero Eva le hizo callarse posándole un dedo sobre los labios. Hasta ella podía sentir la importancia de aquel momento.
—Dentro de poco llegaremos a la Primera Ciudad y su castillo. Se trata del arma más poderosa del mundo virtual, y yo trataré de utilizarla para ayudaros en vuestra lucha contra Green Phoenix. Pero primero hay algunas cosas que debéis saber. Cuando inventó el castillo, el profesor Hopper no quería que pudiese emplearse para hacer el mal. Pero, a pesar de que era un pacifista y creía en sus ideales, tampoco era un ingenuo. Sabía que con el paso del tiempo podían llegar a darse emergencias como la de estos días. Por eso, cuando yo todavía estaba en las fases iniciales de programación, introdujo en mí ciertos opcodes, unos códigos de operación de seguridad. Y ésos son los códigos que me permitieron crear los soldados robot que asaltaron el Kadic...
—Y te parecerá bonito —saltó Odd—. Las pasamos canutas de verdad para derrotar a esos trastos, ¿sabes?
—Y son también los códigos —continuó X.A.N.A., ignorándolo— que voy a emplear hoy para transformaros en el ejército de la nada, el escuadrón virtual de Lyoko.
—¿Ejército de... la nada? —preguntó Aelita.
—Ése es el nombre que tu padre eligió para los guerreros de Lyoko cuando deben combatir en el mundo real. De hecho, cuando esta noche volváis a la realidad a través de los escáneres de la fábrica, vosotros no estaréis realmente allí. Vuestros cuerpos físicos permanecerán a salvo dentro del superordenador. Lo que saldrá de las columnas no será más que unas proyecciones virtuales basadas en vosotros.
Aelita observó a sus amigos. Los chicos no lo estaban pillando. E incluso a ella le costaba seguir el hilo de las palabras de X.A.N.A.
—Prácticamente, os encontraréis en la realidad con todos vuestros poderes de Lyoko y la fuerza del castillo de vuestra parte —explicó el muchacho de pelo rubio—. Pero no estaréis allí de verdad. Si los soldados de Mago os hieren, perderéis vuestros puntos de vida, igual que sucede en los combates dentro de Lyoko.
Ulrich levantó una mano, como si estuviesen en clase.
—¿Y qué pasa si se nos acaban los puntos de vida? —preguntó cuando X.A.N.A. le hizo una señal con la cabeza para darle la palabra.
—Volveréis a aparecer en el interior de las columnas-escáner de la fábrica, pero entonces ya seréis de nuevo chicos normales. Por ese motivo os estoy avisando: si os pasa eso, a partir de ese momento estaréis sin protección. Y podría resultar muy peligroso.
Mago, Grigory, Memory y Jeremy subieron al ascensor. Iban acompañados por dos soldados con unos enormes cuchillos de caza enfundados en los cinturones, que empuñaban sendas pistolas con silenciador. El muchacho se estiró hacia delante para pulsar el botón que los llevaría al tercer piso subterráneo, y Grigory aprovechó aquel breve instante para clavarle en los ríñones su pistola plateada.
—Como se te ocurra gastarnos alguna bromita —le susurró al oído—, te lo haré pagar muy caro. No me pongas a prueba, mocoso.
Jeremy se estremeció. Sabía muy bien que Grigory no estaba de guasa... Pero ya no podía echarse atrás. Eran las once y cincuenta y un minutos. Dentro de muy poco sus amigos saldrían de Lyoko para atacar a Green Phoenix. En cierto sentido, sus vidas dependían de él, del valor que tendría que demostrar en el momento adecuado. Jeremy sentía que no podía fallarles.
Las puertas del ascensor se abrieron ante el enorme cilindro del superordenador. La luz de las paredes se reflejaba en los símbolos dorados del aparato en marcha, y a sus pies se encontraban los ordenadores de Memory, alineados en el suelo y conectados a los cables que desaparecían bajo las planchas de metal del pavimento.
Jeremy había preparado el nicho destinado al mando de Mago. Estaba encajado entre dos polos
eléctricos que le causarían un cortocircuito instantáneo, dejándolo inservible. Ahora sólo tenía que conseguir ignorar la pistola de Grigory y las siniestras caras de los soldados, y convencer a su jefe. El último esfuerzo.
—Bueno, ya hemos llegado —exclamó el líder de Green Phoenix—. Entonces, cuando el robot esté activado, ¿desde dónde podré controlarlo?
—Ejem... Desde el primer piso subterráneo —le explicó Jeremy—. Tendremos que volver a coger el ascensor y subir.
—Ni hablar —dijo Mago mientras sacudía la cabeza—. Ya os lo he dicho: en cuanto suelte el mando a distancia quiero tener el robot bajo mi control. No me fío ni un pelo.
Jeremy se sentía tan asustado que pensaba que se le iba a salir el corazón por la boca. Y, sin embargo, cuando volvió a hablar su voz sonó de lo más tranquila.
—Lo siento, pero no hay alternativa. Memory y yo lo hemos hecho lo mejor que hemos podido... Pero no existen otras soluciones. O nos entrega el mando, o nada de robot.
Mago lo observó, y luego les hizo un gesto a sus soldados, que apuntaron sus pistolas a unos pocos centímetros de los ojos de Jeremy.
Sus cañones eran oscuros y profundos... El muchacho pensó por un momento que estaba entreviendo las balas que tenían dentro, listas para lanzarse contra él.
—No me caen nada simpáticos los que se ponen a darme órdenes —siseó Mago.
—No le estoy dando ninguna orden —respondió el muchacho—. Es usted quien nos ha ordenado a nosotros que construyamos el bot. Y lo hemos conseguido... Lo único que nos hace falta ya es su colaboración.
Jeremy consiguió echarle un vistazo con el rabillo del ojo al reloj de pulsera de Mago. Las once y cincuenta y seis. Tenía que darse prisa.
Por suerte, Grigory Nictapolus le echó una mano.
—Señor —dijo con voz tranquila—, puede dejarme el mando a mí. Así, usted estará en la consola del primer piso y yo controlaré que el mocoso no nos la juegue.
Parecía una buena ¡dea, y Mago accedió, aunque fuese a regañadientes.
El capo de Green Phoenix le tendió el valioso mando a Grigory. A continuación se dio media vuelta y subió al ascensor junto con sus soldados.
Las puertas se cerraron tras ellos, y Jeremy oyó cómo el motor se ponía en marcha para llevar a Mago hasta el primer piso. Ahora los únicos que quedaban en la sala eran Grigory Nictapolus, Memory y él.
El agente de Mago tenía sujeto el mando a distancia entre dos dedos.
—Y ahora —dijo con una torva sonrisa— vamos a dejar un par de cosas bien claritas. Yo no me he tragado vuestro jueguecito. ¿Para qué queréis este chisme? ¿Y por qué no paráis de mirar el reloj?
Jeremy abrió los ojos como platos, y Grigory estalló en una carcajada.
—Yo también he descifrado el mensaje contenido en el telediario. A medianoche va a pasar algo gordo, ¿verdad? O, mejor dicho, vosotros teníais la esperanza de que pasase. Porque yo tengo intención de apagar el superordenador exactamente... ¡Ahora!
Y con la misma sonrisa torva todavía dibujada en el rostro, Grigory Nictapolus pulsó el botón del mando.
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