miércoles, 18 de enero de 2012

Capítulo 5

                                                       5
                                  VIRUS INFORMÁTICO


Junto con la noche, el tremendo frío también había regresado a la academia Kadic. Las calderas aún no habían vuelto a entrar en funcionamiento.
De hecho, aunque los hombres de negro habían traído consigo un nuevo termostato, de momento no habían conseguido instalarlo. Aunque por lo menos habían logrado poner de nuevo en marcha los generadores.
Odd, Yumi y Richard estaban acuclillados al aire libre delante del bajo edificio del comedor, y las luces eléctricas resplandecían detrás de ellos.
—No es justo para nada —refunfuñó Odd mientras se arrebujaba en su chaquetón—. Nosotros somos los protagonistas de esta historia: hasta ahora lo hemos hecho todo solitos, y nos ha ido de perlas. ¡Esto es lo que pasa cuando metes en el ajo a los padres y los profes!  ¡Se creen que ellos se las saben todas!
—En efecto —admitió Yumi—, no nos han dejado ni siquiera que participemos en la reunión de esta noche.
Odd le echó una mirada de reojo a Richard, que los escuchaba envuelto a más no poder en su grueso abrigo.
Él era el único al que habían permitido pasar al despacho del director. Era algo absurdo: ¡Richard, que hasta aquel momento siempre se había quedado al margen! ¡Y sólo porque tenía veintitrés años!
—¿Puede saberse qué es lo que han decidido hacer la profesora Hertz y los hombres de negro?
Richard se encogió de hombros. Su nariz cubierta de pecas apenas sobresalía del cuello levantado de su abrigo.
—Bueno —respondió—, se han puesto de acuerdo para actuar esta misma noche. Cuando los estudiantes estén dormidos, Hertz, Walter Stern y los tres agentes se colarán en La Ermita. Tus padres, Yumi, también irán con ellos. Y el padre de Jeremy, que tendrá que ayudar a Hertz a activar el escáner. El objetivo es hacer salir a Aelita del Mirror y liberar al resto de Lyoko.
Odd soltó un bufido.
Yumi se rascó la nariz, pensativa.
—Pero ¿cuál es su plan? No pueden salir de la escuela, ¡y está claro que no pueden atacar la barrera que separa el chalé del colegio!
—Pasarán por abajo —le explicó Richard—. Por las alcantarillas.
—¡Pero si las hemos inundado!
—Precisamente —dijo el muchacho mientras se encogía de hombros—, los hombres de negro se han traído un montón de equipamiento de submarinista. Parece que de verdad han pensado en todo.
En aquel momento a Odd le habría gustado poder hablar con Jeremy. El cerebro de su amigo era como la chistera de un mago, siempre rebosante de planes fantasiosos e ideas geniales. Pero ahora, sin embargo, estaba solo. O, mejor dicho, estaba con Richard y Yumi.
Iban a tener que apañárselas.
—Han pensado en todo, pero no sabían cuántas personas iban a ir de misión con ellos... —reflexionó Yumi en voz alta—. Lo que quiero decir es que seguramente habrán traído al Kadic equipos de repuesto. Podríamos robárselos, y luego seguirlos por las cloacas e ir nosotros también a La Ermita.
Odd observó a Yumi con una admiración sincera. ¡Ésa sí que era una idea fantástica de verdad!  ¡Podían sumarse a la expedición de los adultos, aportando así una importante contribución a la lucha contra Green Phoenix!
Sólo había un problema.
—Ninguno de nosotros sabe cómo usar las bombonas de oxígeno y todas esas cosas de hombre rana —observó.
En aquel momento, Richard tomó la palabra.
—Bueno, veréis, en realidad...
—¿Sí?
—Yo soy instructor de submarinismo. Es mi pasatiempo favorito.
Algo sorprendido, Odd miró al joven de arriba abajo. Después se le fue dibujando una sonrisa en la cara.


X.A.N.A. estaba sentado en el sofá del salón de La Ermita. Aelita se había acurrucado a su lado, con el mando a distancia del Mirror en una mano y una taza de té humeante en la otra.
—¿Qué pasa? —preguntó él.
—Nada —le respondió la muchacha—. Sólo estoy un poco triste.
Su padre había muerto, y a su madre la habían secuestrado cuando ella era muy pequeña. Pero el
mensaje que su padre le había dejado junto con el colgante le había hecho pensar que a lo mejor Anthea estaba todavía viva. Y cuando X.A.N.A. le había revelado que la medalla era en realidad un transmisor, Aelita había sentido renacer en su pecho una pequeña y frágil esperanza. ¡A lo mejor podía ponerse en contacto con ella!
Pero por desgracia no había pasado nada. Su madre no le había respondido, y el collar de Aelita había vuelto a apagarse.
«A lo peor mi madre también está muerta —pensó—. Tal vez me he quedado realmente sola».
En aquel momento, X.A.N.A. entrecerró los ojos. 
—Comunicación   entrante   —murmuró—.   Creo que se trata de tu amigo Jeremy. Aelita se puso en pie de un salto. 
—¿Jeremy? Pero ¿dónde...? 
—No está aquí. Se encuentra al timón de la consola de mando de Lyoko, dentro de la vieja fábrica. ¿Puedo participar yo también en la conversación? Me basta con introducirme en el flujo de datos, un juego de niños.
Aelita asintió con la cabeza, e inmediatamente después oyó dentro de su oreja la voz de Jeremy. 
—¡Pssst! Aelita, ¿me oyes? 
—¡JEREMY! —chilló la muchacha—. ¿Qué...?
—Tengo que actuar deprisa. Aquí estamos en mitad de la noche, y me han dejado a solas un minuto mientras hacen el cambio de guardia. Pero podrían llegar de un momento a otro.
Los muchachos se pusieron rápidamente al día de sus respectivas aventuras.
Aelita descubrió las últimas novedades: Grigory había secuestrado a Jeremy, y lo habían obligado primero a entrar en Lyoko, y luego a salir de nuevo de allí para descifrar los códigos del expediente de Hertz y el ordenador de Richard.
Ella le contó todo lo que había descubierto sobre el Mirror y el colgante transmisor.
—Ya —masculló Jeremy—. Bueno, verás...
Aelita notó la vacilación de la voz de su amigo.
—¿Veré, qué?
—Nada, nada. Ya te lo diré en otro momento, a lo mejor. Sólo quería saludarte, saber si estabas bien. Y decirte que de alguna manera conseguiré sacarte de ahí.
X.A.N.A., que lo había escuchado todo en silencio, decidió intervenir en aquel momento.
—¿Así que Mago te ha encargado a ti la tarea de descifrar los códigos? ¿Y qué es lo que tienes intención de hacer? ¿Activar el Código Down?
Aelita se acordó de cuando la profesora Hertz les habló del  Código  Down.  Eva estuvo  presente en
aquella ocasión, y X.A.N.A. se encontraba por aquel entonces dentro de la mente de la muchacha. Era obvio que lo sabía todo.
Según Hertz, el Código Down era un programa muy potente, capaz de destruir para siempre el mundo de Lyoko, desactivando el superordenador de forma definitiva. ¿De verdad Jeremy tenía intención de usarlo?
—Tú eres un aliado de Green Phoenix —rebatió el muchacho con un tono gélido—. No deberías tenerles miedo.
—Es cierto que una parte de mí se ha asociado con los terroristas —le confesó entonces X.A.N.A. a Aelita—Pero yo no le soy fiel a nadie, ni tampoco me fío de nadie. Hannibal Mago me prometió ayudarme a convertirme en humano. Y a cambio, por el momento, le estoy ofreciendo mi colaboración. Aelita oyó cómo Jeremy se echaba a reír. —¿Eso fue lo que te dijo? Mago no es más que un trolero. Te ha mentido, igual que a los demás: no es capaz de hacer que te vuelvas humano. Nadi puede conseguir eso.
—¡El profesor Hopper lo estaba logrando! —protestó X.A.N.A.—. ¡Yo estaba aprendiendo a ser igual que vosotros! Pero después pasó algo...
—Exacto —afirmó Jeremy—. Y hasta puedo decirte qué fue lo que sucedió: fuiste infectado por un virus.
X.A.N.A. apretó los puños. ¡Ese mocoso! ¿Cómo osaba tratarlo de aquella manera? ¡Él era el amo y señor del mundo virtual! ¡Él era la inteligencia artificial más compleja que el hombre había construido jamás!
—Lo he descubierto al estudiar a fondo la Primera Ciudad —les explicó Jeremy—. Hopper te diseñó, te dio vida, podríamos decir, de forma que en un futuro pudieses transformarte en el equivalente digital de un ser humano. Por eso Aelíta iba a verte a la Primera Ciudad: para enseñarte el misterio de las emociones humanas. Aelita se fiaba de ti, y su padre también. Sólo que no había tenido en cuenta el castillo. Hopper había activado el cortafuegos, la gran muralla negra, para aislar el castillo y protegerlo. Pero no pensó en que tú también te encontrabas dentro del cortafuegos, y que por lo tanto tus códigos de programación no estaban protegidos. Y encima, todavía estabas creciendo. Eras exactamente como un niño, y tus barreras interiores no se habían formado por completo. En definitiva, que yo creo que el castillo te «contagió», proporcionándote poderes mucho mayores que los que Hopper tenía pensados para ti. Aunque había un precio que pagar a cambio. Te olvidaste de Aelita. Te olvidaste de todo excepto de tu núcleo de computadora. No he tenido oportunidad
de acceder a tus códigos, y por lo tanto no poseo la certeza matemática de estar en lo cierto, pero estoy seguro de que las cosas sucedieron así. Las enseñanzas de Aelita y su amistad te habían dejado algo dentro, y cuando las perdiste sentiste un vacío que intentaste llenar... de la forma equivocada, tratando de combatir contra Hopper, de anular todas tus emociones excepto una: el odio.
X.A.N.A. sentía que estaba ardiendo de furia. Era una energía roja y bullente que recorría su cuerpo de muchacho. Tenía ganas de atraer la energía de su entidad principal para desintegrar el Mirror y borrar aquella realidad para siempre.
¿Era posible que Jeremy tuviese razón? Todos sus problemas, aquella lucha constante consigo mismo... ¿se debían a un mero virus informático?
—¿Cómo lo has descubierto? —preguntó.
Jeremy carraspeó.
—Ya te lo he dicho: estudiando los códigos operativos de la Primera Ciudad. Además, estuve repasando mentalmente todas las pistas que hemos reunido hasta este momento. Si te paras a pensarlo, todo encaja.
X.A.N.A. no sabía qué responder. Aelita le apoyó una mano sobre el hombro. Le estaba sonriendo con una expresión cálida y amable.


—¿Hay alguna manera de erradicar el virus? —preguntó entonces X.A.N.A.
—No lo sé —le respondió Jeremy—. No tengo acceso a tus códigos de programación.
—¡Pero yo sí que lo tengo! —exclamó X.A.N.A.—. Puedo someterme a un programa de autodiagnóstico para identificarlo y...
Aelita sacudió la cabeza con lentitud.
—Así no es como los humanos resuelven sus problemas —murmuró—. Si has olvidado tus emociones, puedes volver a encontrarlas, sencillamente. Y aprender a fiarte de tus amigos. Eso es lo que nosotros hacemos. Si quieres, yo puedo echarte una mano.


Yumi serpenteó con sigilo por entre las sombras del parque, moviéndose con pasos ligeros. Por aquí y por allá se entreveían los haces de luz de las linternas, temblando y balanceándose en la oscuridad. Más paseos de ronda. Pero ella iba vestida de negro, y sabía que no iban a verla.
Prosiguió en dirección al gimnasio, donde los hombres de negro habían escondido las cajas con todo el equipo. En el bolsillo llevaba el papelito con la lista de las cosas que tenía que conseguir.
Odd habría dado su brazo derecho por poder unirse a ella en aquella misión, pero Yumi había insistido en ir sola.
Llegó hasta uno de los matojos que había al borde del parque. Tenía delante el gimnasio, un edificio bajo y amplio con un gran portón de entrada que daba justo en su dirección. Las ventanas de los lados del pequeño edificio estaban a oscuras. Había alguien de pie ante el portón. Lobo Solitario había dejado a uno de sus agentes montando guardia.
El gimnasio no tenía ninguna otra entrada, y las ventanas estaban cerradas, pero la muchacha no se desanimó. Siguió moviéndose entre los árboles protegida por las sombras de la noche, rodeando el edificio. Salió corriendo de la maleza y pegó la espalda a la pared como una lapa. A continuación empezó a moverse en silencio hacia el hombre. Oyó que estaba hablando por teléfono.
—Sí, mamá... No... ¡Que no puedo ponegme la camiseta integuiog de lana! ¡Tenemos que haceg una incugsión submaguina! Sí, vale, de acuegdo...
Yumi se tapó la boca con una mano para no echarse a reír. Había reconocido aquella voz: era Hurón, el agente secreto que hablaba un pelín raro. Le resultaría fácil deshacerse de él.
Con cautela, Yumi asomó la cabeza al otro lado de la esquina del gimnasio para echar un vistazo. El portón estaba entreabierto, sujeto por una linterna puesta de través en el suelo que impedía que se cerrase. Del interior del gimnasio no salía ningún ruido. No debía de haber nadie allí.
En aquel momento el hombre se encontraba de espaldas y con el teléfono pegado a la oreja, y seguía hablando con su madre.
Yumi sacó de uno de los bolsillos de la cazadora dos petardos que provenían directamente de la «reserva secreta para gamberradas» de Odd. Encendió el primero con una cerilla, lo lanzó de tal manera que cayese a unos diez metros de Hurón y esperó.
La explosión llegó tras unos segundos, sacudiendo la tranquilidad de la noche.
—¿Quién ha sido? —gritó el agente con una vocecilla chillona. Después rebuscó bajo su impermeable negro hasta que logró desenfundar la pistola.
Yumi encendió el segundo petardo y lo lanzó más lejos. Una nueva explosión.
—¿Quién anda ahí! —chilló Hurón al tiempo que salía corriendo hacia el punto donde había explosionado el petardo—. ¡Manos aguiba, o dispago!
Yumi aprovechó aquel momento para saltar entre las sombras que había tras él. Se coló por el portón entreabierto, cogió la linterna del suelo y cerró la puerta a su espalda.
Lo había conseguido.
El gimnasio estaba desierto. La muchacha utilizó la linterna para iluminar aquel enorme espacio. Vio el suelo de linóleo verde de siempre, las pértigas, las espalderas y las paralelas asimétricas para trepar. Después distinguió en una esquina algunas cajas amontonadas. En la tapa de cada una de ellas había una etiqueta que revelaba su contenido: ARMAS, ESCALADA, EXPLOSIVOS... finalmente, Yumi localizó los baúles de EXPLORACIÓN SUBACUÁTICA.
Se sacó de un bolsillo la lista que le había escrito Richard. Jamás se le habría ocurrido que para sumergirse hiciesen falta tantísimas cosas. Tenía que conseguir máscaras y trajes de neopreno, aletas, lastres y chalecos hidrostáticos ajustables con autodrenaje. Y luego estaban las bombonas, por supuesto, por no hablar de las válvulas de distribución, los manómetros y los profundímetros. Richard había tratado de explicarle qué pinta tenía cada una de esas cosas.
Yumi hizo saltar los cierres de las cajas y empezó a echarle una ojeada a su contenido.
Todo era muy distinto de como se lo había imaginado. Para empezar, las máscaras no eran como las que había visto siempre en las películas, sino que cubrían toda la cara y tenían un aspecto imponente y amenazador. Y luego las bombonas, que en lugar de tener una forma oblonga eran pequeñas mochilas de color azul celeste revestidas de plástico.
La muchacha comprobó las tallas y encontró un par de trajes adecuados para Odd y para ella, y otro algo mayor para Richard. A continuación buscó el resto del equipamiento y, ya que estaba, cogió también tres cuchillos y tres linternas subacuáticas.
Oyó cómo Hurón le arreaba un puñetazo a la puerta.
—¡Qué bgoma más estúpida! ¡Y ahoga me he quedado encegado fuega y me va a tocag llamag a Lobo Solitaguio!
Le quedaba poco tiempo.
Yumi colocó el contenido de las cajas de forma que disimulase la ausencia del material que había sisado, y luego empezó a llevarse éste al trastero del gimnasio.
La muchacha tuvo que hacer tres viajes para poder trasladarlo todo: aquellos equipos de inmersión pesaban una barbaridad. Una vez hubo terminado, se encerró con llave en el trastero y envió un mensaje al móvil de Odd.

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