jueves, 19 de enero de 2012

Capítulo 12

12 
CONSEJO DE GUERRA

Se oyó un restallido seco. Las dos extremidades de las esposas golpearon a Richard con sendos latigazos. El muchacho mordió con fuerza su mordaza: ¡qué daño! Pero ahora tenía las manos libres.
Se masajeó un poco las doloridas muñecas, y luego se apresuró a deshacerse de las bridas de plástico que le paralizaban los pies, y se quitó el trapo sucio que le impedía respirar. Boqueó, llenándose por fin los pulmones de aire.
¡Lo había conseguido! El, Richard, había logrado quitarse las esposas, y ahora podía salir de allí y buscar por fin un baño. Había sido más listo que un agente secreto.
Cuando se le pasó por la mente aquel pensamiento, giró la cabeza. Su mirada se posó sobre el hombre de negro, que gemía y se agitaba despacio, atado y encapuchado. No podía dejarlo así. Aunque se moría de ganas por salir de aquel cuartucho lo más rápido posible, tenía el deber de ayudarlo.
Suspiró, se acercó al hombre y le quitó la capucha. Era Comadreja.
Richard había albergado la esperanza de que se tratase de Lobo Solitario, el jefe, que parecía ser el más profesional de los tres. Pero por lo menos no era Hurón, con esas extrañas erres que lo volvían tarumba.
—Ahora mismo te suelto —le susurró el muchacho—. Dame sólo un momentito.
En cuestión de un par de minutos, el agente ya estaba libre, y respiraba con dificultad.
—¿Cómo te las has apañado para soltarte? —le preguntó.
Richard le señaló el minúsculo clavo que sobresalía de la pared a poca distancia del suelo. Parecía increíble que un trozo de hierro tan pequeño pudiese resultarían útil.
Comadreja sacudió la cabeza.
—¡Si no hubiese estado encapuchado, lo habría visto enseguida! Pero esos criminales conocen bien su trabajo, ¡y han entendido muy rápido de dónde podía venirles el peligro!
—Vale, vale —lo interrumpió Richard, que estaba empezando a impacientarse—, pero ¿qué hacemos ahora?
—Tenemos que ponernos en contacto con Dido. Lobo Solitario lleva un transmisor implantado dentro de un diente, ¡pero si lo han amordazado, no podrá utilizarlo!
—Pues, entonces, vamos a buscarlo —propuso Richard casi al mismo tiempo que pensaba: «Y espero que nos crucemos con algún baño por el camino».




Eva Skinner estaba empezando a aburrirse. Llevaban un porrón de horas encerrados en aquella torre oscura, X.A.N.A. y Aelita habían desaparecido y ella tenía mogollón de ganas de un poco de marcha.
Por suerte, se había encontrado con Odd. Los recuerdos de Eva acerca de él eran algo confusos...
De vez en cuando le volvían a la cabeza cosas que había hecho o dicho mientras estaba bajo el control de X.A.N.A., pero las imágenes le parecían distantes, como si perteneciesen a la mente de otra persona.
A X.A.N.A., Odd simplemente le parecía un bobo. A Eva, sin embargo, le resultaba simpático: siempre tenía una broma en la punta de la lengua, y estaba tratando de distraerla lo mejor que podía. Su conjunto de chico-gato era casi hasta interesante. Desde luego, era mejor que la ropa japonesa de su amigo Ulrich... Además, Odd parecía un auténtico entendido de música: conocía a los Ceb Digital y tenía todos sus discos. Por lo menos tenían algunos intereses en común. Pero menudo aburrimiento...
Odd se puso en pie de golpe, dio un salto sobre la pared, corrió hacia arriba por ella durante unos metros, se colgó de la superficie lisa con las garras de las manos y los pies, hizo una elegante pirueta y aterrizó delante de Eva con una reverencia.
Sorprendida, la muchacha aplaudió.
—¡Deja de hacer el tonto, Odd! —le llamó la atención Ulrich, que hasta aquel momento había permanecido apartado, charlando con Yumi.
Odd le sacó la lengua.
—¡Yo ya empiezo a aburrirme! ¡O sea, estamos aquí, encerrados en una torre de Lyoko, mientras que vete a saber qué es lo que está pasando en la realidad!
—Es verdad —dijo Yumi—. Estoy muy preocupada por mis padres y por todos los demás. Ojalá que no les esté pasando nada.
Eva se encogió de hombros. Esos chicos franceses eran raros de verdad.
—¿Y qué es lo que queréis hacer? —preguntó—. No dejáis de hablarme de esa Green Phoenix, ¡pero ellos son adultos y están armados! ¿Cómo queréis derrotarlos? ¿A golpes de esas sandalias de madera de geisha?
Yumi se puso de pie, con las mejillas coloradas de indignación.
—¡Yo tengo mis armas! —exclamó.
Con un gesto fulminante, la muchacha agarró los abanicos que llevaba metidos en la faja del quimono, los abrió y se los lanzó.
Parecían un par de afilados bumeranes dirigiéndose hacia Eva a toda velocidad.
La muchacha se movió instintivamente. Se cubrió la cara con las manos para protegerse, y soltó un agudo grito.
—¡¡¡aaaAAAHÜ!
Abrió los ojos como platos, sorprendida. Eva siempre había tenido unos buenos pulmones, ¡pero esa vez su grito fue realmente excepcional!
¡Ante su boca, el aire había tomado la forma de muchísimas notas musicales de diversos colores que se lanzaban contra Yumi como un chorro de proyectiles!
La muchacha de la ropa japonesa recuperó al vuelo sus abanicos, que habían vuelto hacia ella justo como dos bumeranes, y los utilizó para escudarse de las notas, que se quedaron clavadas en la pared circular de la torre. Debían de estar realmente afiladas.
—¡Por fin hemos descubierto el arma de Eva! —comentó Odd, esbozando una sonrisa burlona.
—Ya —observó Ulrich—. Qué pena que en la realidad no podamos tener los poderes que tenemos en Lyoko. Si no, sí que les íbamos a dar una buena lección a esos terroristas.
—Llevarnos los poderes de Lyoko a la realidad... —dijo X.A.N.A., pensativo.
Eva miró hacia arriba. Aelita y él estaban flotando hacia ellos: bajaban por el aire como si estuviesen colgando de miles de cables invisibles.
El muchacho rubio esbozó una amplia sonrisa.
—¿Sabéis qué? —continuó—. ¡A lo mejor podemos hacerlo de verdad!



La puerta del trastero estaba cerrada con llave. Comadreja no se dejó desanimar por ello, sino que arrancó del rodapié el clavo oxidado y lo utilizó para forzar la cerradura.
Después le guiñó un ojo a Richard.
—¿Ves? —le dijo—. ¡Soy todo un profesional!
—Puede ser —admitió el muchacho—. Pero ¿qué es lo que piensas hacer ahora? Al otro lado podría haber soldados de guardia.
—No hay problema. También soy un experto en artes marciales.
Richard deseó de todo corazón que fuese cierto. Titubeante, estiró un brazo y abrió la puerta de par en par.
Se encontró ante un pasillo. A través de una pequeña ventana que había al fondo se veía entrar la escasa luz de la tarde. Habían pasado muchas horas desde que los capturaron. ¡Casi un día entero, de hecho!
Pero no había soldados a la vista.
Richard y Comadreja salieron del cuartucho. A lo largo de las paredes del pasillo se abrían otras puertas, todas ellas de metal e idénticas a aquella por la que acababan de salir.
El agente se aproximó a la que tenían más cerca, y tocó suavemente con los nudillos. Ninguna respuesta.
—¿Qué te esperabas? —le susurró Richard—. Si nuestros amigos están amordazados, está claro que no van a poder responder.
Giraron el picaporte. Un trastero vacío.
Tratando de no hacer ruido, probaron con la segunda puerta, que se abrió con un chirrido. En la habitación había dos soldados que estaban viendo la televisión en un pequeño aparato.
Alarmados por el ruido de las bisagras, ambos hombres se pusieron en pie como accionados por un resorte. Comadreja se le echó encima al más cercano, comenzando una salvaje pelea con rápidos golpes de kárate. El otro observó a Richard, analizándolo durante un instante, y desenfundó la enorme pistola que llevaba colgada del cinturón.
El muchacho empezó a retroceder, pero se tropezó con una de las desencajadas y desiguales baldosas del suelo y cayó hacia delante, golpeando al soldado en la tripa con la cabeza.
El hombre gruñó y le soltó una patada en el estómago a Richard, que se encontró de golpe sin aire en los pulmones. Rodó por el suelo. Ya tenía al soldado encima, dispuesto a descerrajarle otra patada en la cara, cuando el muchacho oyó la voz imperiosa de Comadreja.
—Manos arriba, amigo.
Richard se giró y vio que el hombre de negro había noqueado a su contrincante y se había hecho con una metralleta. Comadreja le hizo un gesto a Richard para que se levantase, y luego obligó al soldado a sentarse al lado de su compañero sin sentido.
—Muy bien —exclamó—. Richard, ayúdame a atarlos.



Ulrich sacó la catana de su vaina y jugueteó con ella, lanzándosela de una mano a otra y haciéndola girar en el aire. En Lyoko, su espada estaba tan afilada que podía cortar lo que fuese. Podía partir en dos una manta, o incluso despedazar de un solo golpe las rocas. Tenerla consigo en la realidad sería fantástico... Pero el muchacho dudaba mucho que fuese realmente posible.
—El truco —explicó X.A.N.A.— está en la Primera Ciudad. El castillo me permite dar vida a todo lo que quiera y materializarlo en la realidad. Por ejemplo, puedo crear todo un ejército de robots.
—Ya sabía yo que habías sido tú —observó Odd—. Al atacar el Kadic nos pusiste a todos en un buen aprieto.
X.A.N.A. bajó la mirada, y clavó los ojos en el suelo.
—Lo siento mucho, pero en aquel momento mis prioridades eran... un poco distintas. De todas maneras, como os estaba diciendo, gracias al castillo puedo crear un ejército, y luego puedo usar las torres para llevarlo a la realidad.
—De esa forma, las criaturas aparecerán en los escáneres de la fábrica —completó por él Ulrich.
—Bueno, sí, exacto.
El chico samurai alzó los brazos hacia el cielo, entusiasta.
—Pero... ¡eso es estupendo! ¡Así sí que podremos derrotar de verdad a esos matones de Green Phoenix!
—Lo haréis vosotros cinco —dijo inmediatamente X.A.N.A.—. Yo tengo que quedarme aquí para controlar a distancia mis criaturas. Pero nos queda otro problema.
Yumi, que hasta entonces había permanecido en silencio, asintió con el rostro ceñudo.
—Mago puede apagar el superordenador en cualquier momento —dijo.
—Exacto —confirmó Aelita—. Por eso tenemos que hablar con Jeremy. Debemos encontrar la forma de impedir que Mago utilice el mando hasta que hayamos terminado el ataque. Pero ¿cómo podremos ponernos en contacto con él?
X.A.N.A. sonrió.
—En este momento, tu amigo está conectado al Mirror. Abrir un nuevo portal que dé a ese otro mundo virtual resultaría demasiado complicado... Pero puedo intentar comunicarme con él.
—Y Jeremy encontrará una forma de sacarnos del lío —aprobó Odd—. Perfecto. Llámalo ya mismo. ¡Es hora de montar un consejo de guerra!



Gracias a sus gafas de realidad virtual, Jeremy podía observar el Mirror desde fuera como si se tratase de una película en la tele. Y ahora estaba viendo una escena realmente interesante.
Era el 3 de junio de 1994, y el profesor Hopper se encontraba en la buhardilla de La Ermita. Parecía nervioso, caminando adelante y atrás mientras murmuraba para sus adentros algo acerca del Código Down.
—Necesito espacio en el disco duro para grabar la copia de seguridad. ¡Demasiado espacio, maldición! ¿Dónde voy a encontrar un sistema de memoria así de potente? Debe ser capaz de conservar mis datos durante mucho tiempo...
Unos instantes después, Aelita entró en la habitación. Al verla, a Jeremy le dio un vuelco el corazón. Lo que tenía ante sus ojos era una grabación de hacía más de diez años, pero Aelita seguía siendo idéntica.
En aquel momento Jeremy decidió que tenía que encontrar un modo de contarle lo de su madre. Anthea todavía no había recuperado todos sus recuerdos, pero el muchacho había notado en su mirada aquel extraño brillo. Y las lágrimas.
—¿Puedo ayudarte de alguna forma? —le dijo Aelita a su padre dentro del Mirror.
—Puede que sí —le respondió el profesor—. Pero no sé si es una buena idea. Quiero decir, no sé qué efecto podría tener en ti.
Aquellas palabras hicieron que algo se activara dentro de la cabeza de Jeremy, y su cerebro empezó a trabajar a toda velocidad, como un dedo siguiendo un complicado mapa del tesoro. El Código Down. Hopper, que necesitaba una increíble cantidad de espacio para grabar una copia de seguridad y no sabía qué efecto podría tener sobre Aelita. Los incomprensibles códigos de la PDA de Richard: un programa de activación y luego algo más.
Todo adquirió sentido de golpe. El mapa le estaba descubriendo un tesoro de verdad.
Jeremy sonrió.
El profesor Hopper era un genio.
Unos instantes más tarde, ante los sorprendidos ojos de Jeremy apareció el rostro de un muchacho de pelo rubio. X.A.N.A. le guiñó un ojo.
—Percibo que no puedes hablar conmigo —le dijo—, pero bastará con que me escuches. Tus amigos y yo hemos decidido que...
Jeremy escuchó con atención la ¡dea de X.A.N.A. Podría llegar a funcionar. Bastaba con calcular bien el tiempo y actuar todos a la vez. ¡Tenían una posibilidad de derrotar a Green Phoenix!
Y así fue como la intuición de Jeremy se quedó arrinconada de momento en una esquinita de su memoria.

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