jueves, 19 de enero de 2012

Capítulo 10

10
EL RENACER DE X.A.N.A.

El despacho del director era un cuartucho que apestaba a polvo y estaba dominado por un gran escritorio de madera oscura y un archivador de metal. Los hombres de Mago habían colocado sobre la tabla del escritorio dos potentes ordenadores capaces de conectarse con la consola de mando y acceder a los códigos de la PDA de Richard.
Jeremy echó un vistazo a su alrededor.
Al otro lado de la puerta había dos soldados montando guardia, pero dentro de la habitación estaban solos Memory y él. Después de todo, ella era la ayudante de Mago, y eso seguramente le dejaba cierto margen de acción.
Sin hacerse notar, el muchacho revisó el contenido del primer cajón del viejo escritorio. Encontró una grapadora y un bolígrafo al que le sacó la funda de plástico y, mientras ella estaba de espaldas, empleó aquellas herramientas improvisadas para sacar a toda prisa los tornillos que cerraban la torre metálica del ordenador.
En cuanto terminó la operación, una amplia sonrisa se dibujó en su rostro. Los técnicos de Mago tenían la orden de impedir que Jeremy se conectase a Internet, pero, en lugar de desmontar la tarjeta de red, se habían limitado a desenchufarle los cables.
El muchacho volvió a colocar las conexiones en su sitio en pocos segundos y cerró de nuevo la CPU. Podía lograrlo. Si la fábrica tenía una conexión por Wi-Fi a Internet, ahora podría localizarla, crackear la contraseña y ponerse por fin en contacto con el Kadic.
Jeremy estaba a punto de enzarzarse con el teclado cuando Memory lo interrumpió con un gesto de la mano. La mujer se sacó de un bolsillo un pequeño artilugio que parecía una pelota de tenis. Lo apretó con dos dedos, y en medio de la pelota apareció un piloto de color rojo fuego.
—Hecho —dijo—. Seguro que Mago ha puesto micrófonos en esta habitación, pero mi pequeño aparato los interferirá el tiempo suficiente como para permitirnos hablar con tranquilidad —ante la perplejidad de Jeremy, Memory siguió hablando—: Anoche me llamaste con un nuevo nombre: Anthea.
—No es un nombre nuevo —murmuró el muchacho—. Es tu verdadero nombre.
—Lo sé. Y tú... ¿conoces también a mi marido? ¿Y a mi hija?
—Tu hija se llama Aelita —dijo Jeremy, mirándola fijamente a los ojos—. Y tu marido es Waldo Schaeffer, es decir, el profesor Hopper.
Memory se llevó las manos a la boca.
—¿Hopper? ¿El mismo Hopper que inventó el superordenador?
Jeremy vio que los ojos de la mujer se llenaban de lágrimas. Entonces sonrió, se le acercó y empezó a contárselo todo.
Lyoko era un mundo de mentira. El aire no tenía el menor olor, y ni siquiera corría un soplo de viento. La nieve no crujía bajo la suela de los zapatos de elfa de Aelita, y había hielo por todas partes, pero no hacía frío. El cielo era un uniforme fondo azul marino.
Aelita sabía que para el resto de los muchachos aquel mundo tan extraño resultaba difícil de soportar. Les daba náuseas y vértigo, y les costaba adaptarse a aquel ambiente. Pero para ella era distinto. En cierto sentido, ella era como X.A.N.A., una criatura de Lyoko.
La torre brillaba ante ellos. Tenía unos diez metros de altura, y su superficie era opaca y lisa como el alabastro. Aelita estaba corriendo a toda velocidad, con X.A.N.A. a su lado.
—¿Lo conseguiremos? —preguntó sin aflojar la marcha—. ¿De verdad podremos abrir una brecha que conecte este Lyoko con el real, el del presente?
X.A.N.A. estalló en una carcajada.
—Ya verás —le dijo—. Nosotros dos juntos somos capaces de hacer lo que sea.
Recorrieron a toda prisa el último tramo, y se detuvieron a un paso de la torre. Unas raíces nudosas parecidas a tentáculos brotaban del terreno, retorciéndose y enroscándose en torno a la base de la estructura, que resplandecía con luz propia.
Aelita estiró una mano y vio cómo sus dedos desaparecían al atravesar la pared curva, creando unas pequeñas ondas sobre su superficie. Traspasó la entrada de la torre como si fuese un fantasma.
Se encontró dentro de un espacio oscuro iluminado tan sólo por el símbolo fosforescente que había en el suelo, formado por unos círculos y rectas que representaban el ojo de X.A.N.A. Por fuera la torre parecía tan alta como un edificio de cinco pisos, pero
su interior daba la impresión de ser infinito. Incluso aguzando al máximo la vista, Aelita no conseguía ni entrever el techo. La muchacha sabía que en realidad no había ningún techo.
Miró a X.A.N.A., lo cogió de la mano y caminaron juntos hasta llegar al centro del ojo dibujado en el suelo.
Un fortísimo viento los impulsó hacia arriba, tironeando sus ropas y haciendo que los muchachos volasen a una velocidad de vértigo. De repente se detuvieron sobre una pequeña plataforma circular que flotaba en el vacío. Más o menos a metro y medio de la plataforma, suspendida en pleno aire, había una pantalla brillante.
—Ánimo —susurró X.A.N.A.
Aelita asintió. Con el mando del Mirror fuertemente sujeto con una mano, apoyó la otra en la pantalla, y de golpe se dibujaron en el monitor las letras que formaban la palabra AELITA.
Las paredes de la torre se poblaron de símbolos, extraños jeroglíficos blancos que empezaron a deslizarse hacia abajo en una cascada de luz. X.A.N.A. apoyó las manos junto a la de la muchacha, cubriendo la pantalla por completo. Cerró los ojos y exclamó:
—Iniciar programación.
Memory había escuchado atentamente todas y cada una de las palabras de Jeremy, y luego se había levantado y había salido de la habitación. El muchacho había dejado que se marchase. No debía de resultar nada fácil para ella: Anthea había sido secuestrada por Hannibal Mago hacía veinte años. Toda una vida. Y ahora había tenido que descubrir por boca de un desconocido que su marido había muerto y que su hija aún estaba viva, pero aparentaba tan sólo trece años en lugar de veintitrés.
Jeremy suspiró. Había evitado contarle a Anthea algunos detalles, como por ejemplo que en aquel momento Aelita se hallaba dentro de Lyoko junto con el resto de los muchachos. Comprendía lo que estaba sintiendo la mujer, y saber que su hija estaba tan cerca podía hacer que se encontrase mejor, pero el muchacho tenía mucho trabajo que hacer, y necesitaba toda la ayuda posible tanto por su parte como por la de Aelita.
Dejó que sus dedos volasen por el teclado del ordenador. Intentó un ataque directo, usando la fuerza bruta, contra la contraseña de red de la fábrica, y luego otro. Poco después, logró derribar todas las barreras de protección, y ocultó inmediatamente su invasión borrando los registros y echando mano de algún truquillo  más.  Por último,  aprovechó  la  conexión a Internet para analizar el estado de las transmisiones entrantes y salientes de la academia Kadic.
Al parecer, el laboratorio de ciencias se había convertido en el centro neurálgico de una intensa actividad de comunicación. En aquel momento, por el ordenador de la profesora Hertz estaba pasando una docena de conversaciones telefónicas intercontinentales.
No podía ser la profesora la que estaba haciendo todas aquellas llamadas: Jeremy la había visto hacía poco en la fábrica, prisionera. ¿De quién se trataba, entonces?
El muchacho encaró el ordenador que estaba activo y abrió una ventana de chateo.
Soy Jeremy, desde la fábrica de la isla, escribió. ¿Con quién hablo?
Tras unos instantes de espera, le llegó la respuesta: Dido. ¿La conexión es segura?
Jeremy no podía creerse la suerte que estaba teniendo: la jefa de los hombres de negro había llegado a Francia y se encontraba en el Kadic.
No lo sé... tecleó.
De acuerdo. Ahora sí que lo es. He activado mis dispositivos. ¿Puedes hablar?
Jeremy le explicó a la mujer la situación, y leyó con la boca abierta el informe de los últimos acontecimientos. Los hombres de negro estaban listos para atacar la fábrica, e intentarían sacarlos a todos antes de recurrir a medidas extremas para detener a Mago.
Dido no le estaba explicando qué tipo de ataque tenía en mente, pero Jeremy era lo bastante listo como para deducirlo él solo. Allí estaba en juego la seguridad nacional, así que los agentes actuarían con todos los medios de los que disponían. Las apuestas eran demasiado altas como para dejar cabos sueltos.
El muchacho se detuvo a reflexionar, mordiéndose los labios. Tenía que haber otra solución, tenía que...
Nosotros aún no nos hemos rendido, escribió al final. Trataré de volver a ponerme en contacto con usted más tarde.
Y cerró la ventana.



La pantalla que Aelita tenía delante se había agrandado. Ahora era más o menos tan alta como ella, y tan ancha como una puerta. De hecho, parecía uno de esos espejos que se colocan en la cara interior de las puertas de los armarios. Sólo que frente a ella la muchacha no veía su reflejo, sino un montón de árboles: el sector del bosque de Lyoko.
Ulrich y Eva estaban sentados en el suelo, charlando.
—¡Aelita! —gritó Ulrich cuando se dio cuenta de la presencia de su amiga.
El muchacho se puso en pie de un salto.
—¡Espera! —lo detuvo X.A.N.A. cuando empezó a acercarse a la pantalla—. ¡Aún tengo que estabilizar la conexión!
Al lado de Ulrich apareció otro X.A.N.A. Era exactamente idéntico al que estaba junto a Aelita dentro de la torre, e incluso tenía dibujada en el rostro la misma expresión concentrada.
Los dos X.A.N.A. se observaron durante un momento desde los dos extremos de la abertura, y luego el que se encontraba con Ulrich levantó las manos para sujetar las esquinas superiores de la pantalla. Parecía estar haciendo un gran esfuerzo, como si la brecha tratase de cerrarse ejerciendo una increíble presión.
—¿Qué es lo que está pasando? —preguntó Aelita con un hilo de voz.
El X.A.N.A. que estaba a su lado esbozó una sonrisa cansada.
—La otra parte de mí me está ayudando a mantener abierta la conexión con el auténtico Lyoko. De esa forma, podemos ocuparnos de Yumi y Odd.
El muchacho alzó los brazos hacia el cielo y dibujó con ellos una nueva pantalla. Aelita apoyó ambas manos contra ella para introducir su código de activación, y de inmediato se formó una imagen dentro del marco: Odd, que esperaba impaciente en el tercer piso subterráneo de la fábrica.
Aelita se estiró hacia su amigo, y sus manos se hundieron en la lisa superficie de la pantalla, atravesándola.
—¡Deprisa! —lo llamó—. ¡Pasa a este lado!
Odd tenía una expresión de puro y simple estupor. La obedeció rápidamente, atravesando el marco de la pantalla de un salto, y de pronto se encontró al lado de Aelita y X.A.N.A., dentro de la torre.
El muchacho de pelo negro cerró el portal con un suspiro e hizo aparecer otro nuevo, que en esta ocasión mostraba a Yumi sentada a los mandos de la consola de la fábrica. Ya casi lo habían logrado.
La muchacha pasó a través del portal y se unió a Odd y a Aelita en el interior de la torre.
X.A.N.A. cerró la brecha y se acercó a la copia de sí mismo que mantenía abierta la entrada al Lyoko del presente.
Los dos X.A.N.A. se encontraban uno frente al otro, con las piernas separadas y firmemente ancladas al suelo y los brazos extendidos hacia arriba. Sus rostros estaban contraídos por el esfuerzo. Aelita podía ver cómo sus músculos vibraban bajo una presión que debía de ser inmensa.
Yumi saltó al otro lado del portal para llegar hasta Ulrich y Eva. La muchacha vestida de geisha abrazó al joven samurai con tal ímpetu que los dos acabaron rodando entrelazados sobre la hierba del sector del bosque.
Odd le sonrió a Eva antes de pegar un brinco felino en su dirección.
—Aelita —sisearon los dos X.A.N.A. al mismo tiempo con los dientes apretados—. Muévete. Ya. No podré mantener abierta la brecha durante mucho más tiempo.
La muchacha vaciló.
—¿Y tú? —le preguntó.
—Yo haré lo que tengo que hacer —le respondieron ambos X.A.N.A.
—Pero...
—Venga, date prisa. ¡Es una orden!
Su tono resultaba tan perentorio, tan desencajado, que Aelita lo obedeció al instante. Odd y Ulrich tendieron los brazos hacia ella, y la muchacha atravesó la pantalla. Abandonó el Mirror y se encontró dentro de Lyoko, junto a sus amigos. El portal se cerró inmediatamente tras ella con el chasquido feroz de una guillotina.
El remolino de la implosión transportó consigo las partículas de X.A.N.A., o, mejor dicho, las de la parte de él que hasta ese momento había permanecido encerrada dentro del Mirror. El pasaje de la inteligencia artificial no fue algo físico. Un montón de bits de información atravesaron el software del portal y entraron en el interior de Lyoko, donde encontraron esperándolos la unidad principal de procesamiento, que se puso inmediatamente manos a la obra.
Las experiencias y los pensamientos que habían poblado el cuerpo del primer X.A.N.A. fueron subdivididos, analizados y englobados dentro del X.A.N.A. más grande que lo había estado esperando. Fue como un riachuelo que tras haber atravesado las montañas llegase por fin a la llanura en la que podía confluir con un gran río.
Pero también fue algo distinto, algo más, una gran explosión.
X.A.N.A. sintió el poder que se desbordaba dentro de él, haciendo que se estremeciese de alegría. Estaba vivo.
Él era una máquina matemática, y los principios de las matemáticas afirman que el todo es igual a la suma de sus partes. Pero al reunificarse se había convertido en algo mucho mayor que sus entidades individuales. Ahora era una persona. Y esa persona necesitaba encontrar su desembocadura en algo físico, en un cuerpo.
X.A.N.A. rió, y su risa hizo temblar los árboles eternamente inmóviles de Lyoko y desordenó el pelo de los muchachos que lo observaban desde el centro del calvero.
Estaba a punto de reunirse con ellos, de convertirse en uno de ellos. Sabía que al aceptar su nueva dimensión iba a perder muchos de sus poderes. Ya no iba a poder abandonar su cuerpo, por ejemplo, para entrar dentro de otras personas y controlarlas. Pero no le importaba. Ser una persona: eso era lo que de verdad importaba. Volverse humano. Era su elección, su destino, y él estaba listo para aceptar todas las consecuencias.
X.A.N.A. le dio forma a su cuerpo, dejó que Lyoko construyese por última vez la identidad de su guardián. Fue transformándose en un muchacho alto y delgado vestido con un mono ajustado.
Tenía el pelo totalmente despeinado, sólo que ya no era negro, sino del color del trigo que se ha dejado madurar al sol.
Aelita se le acercó y estiró una mano hacia él.
—¿Eres tú? —le preguntó—. ¿Eres X.A.N.A.?
El muchacho asintió con la cabeza e hizo una leve reverencia.
—He hecho lo que tenía que hacer. Gracias a ti, Aelita, ahora soy una nueva persona. El guardián de Lyoko es ahora un chaval, igual que vosotros.

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