domingo, 22 de enero de 2012

Capítulo 19

19 
CÓDIGO DOWN

Jeremy lo entendía. Aelita y su madre necesitaban un poco de tiempo a solas. Tenían veinte años que recuperar. Ahora que habían vuelto a encontrarse no había sitio para nadie más. Era como si un cortafuegos invisible las aislase del resto del mundo.
El muchacho se encogió de hombros. Se moría de ganas por charlar un poco con su amiga, pero iba a tener que esperar. Y, además, tenía un montón de cosas que hacer.
Jeremy se puso a discutir con Lobo Solitario y el jefe de los hombres rana. Había que encontrar el material preciso para construir un puente de emergencia que volviese a conectar la fábrica con la tierra firme. Había que ponerse a dragar el río para localizar a Mago. Dido estaba a punto de llegar con el resto de sus agentes, que mientras tanto habían capturado a los terroristas de La Ermita.
Había algunos heridos graves tanto entre los hombres de negro como entre los soldados de Green Phoenix, y era necesario llevárselos cuanto antes al hospital. Y había otros heridos de los que podían ocuparse de inmediato, repartiendo vendas y desinfectantes.
Los muchachos lo observaban todo a cierta distancia. A excepción de Odd, los demás seguían siendo guerreros de Lyoko, y tenían junto a ellos las criaturas que X.A.N.A. había creado. Se sentían fuera de lugar. La gran pantera negra, además, parecía haberle cogido cariño a Richard, y tenía su gigantesca cabeza apoyada sobre un hombro del joven.
Jeremy sonrió.
—¿A qué estáis esperando? Aún no hemos terminado, y vuestros poderes podrían resultarnos útiles. Ulrich, Eva, vosotros dos podéis volar, así que ayudaréis a transportar al otro lado del río los cables de acero para construir un puente de emergencia. Yumi, para completar el puente nos harán falta las pasarelas que montó aquí Green Phoenix, y tus abanicos son perfectos para cortar las columnas que las sostienen. Odd, necesitamos medicamentos. Con la pantera, Richard y tú podéis buscarlos más deprisa que nadie. Registrad la fábrica de arriba abajo.
Los muchachos imitaron, firmes, un saludo militar y se pusieron manos a la obra.
Jeremy se volvió. Vio las miradas estupefactas de Lobo Solitario y el jefe de los hombres rana. Sonrió, algo cohibido.
—Bueno —dijo—, ustedes tienen su equipo, y yo, el mío.
A las cuatro de la madrugada, una larga hilera de limusinas negras llegó al final de la carretera y se detuvo delante del nuevo puente de hierro.
Les dieron la bienvenida Lobo Solitario, la profesora Hertz y Jeremy. El muchacho se estaba muriendo de sueño, pero sabía que aquella noche no iba a poder pegar ojo. Todavía tenía que aguantar un poco más.
La primera limusina apagó sus faros, y el conductor bajó para abrir la puerta del pasajero. Apareció una mujer de mediana edad de aspecto enérgico con una corta melenita rubia. Llevaba en la mano un maletín de cuero enganchado a la muñeca con unas esposas.
Lobo Solitario se puso firme, mientras que Hertz permaneció inmóvil. Dido les hizo un gesto con la cabeza, y luego se aproximó a Jeremy.
—Tú debes de ser el pequeño Belpois —exclamó—. Gracias por haberme avisado a tiempo.
El muchacho fue a responderle, pero la mujer ya se había girado hacia su agente.
—Creo que ha llegado el momento de tener una pequeña reunión privada —declaró—. Quiero un informe detallado de todo lo que ha pasado aquí esta noche, y tengo preparadas algunas instrucciones.
—Sí, señora.
—Yo también quiero tomar parte en esa charlita —intervino Hertz—. No tengo muy claro qué tienes en mente, Dido.
El jefe de los hombres de negro le dirigió a la profesora una mirada dura.
—Lo siento. A partir de este momento toda la operación queda bajo la jurisdicción de los hombres de negro... y tú desertaste hace muchos años.
Lobo Solitario esbozó una sonrisa de satisfacción.
—Venga conmigo, señora. He hecho que nos preparen una habitación para nuestra reunión.
Jeremy trató de protestar, pero Dido y el agente secreto ya estaban atravesando el puente provisional. Hertz aferró con fuerza al muchacho por un hombro y le dedicó una sonrisa triste.
—Déjalo —le susurró—. Por desgracia, ella tiene razón. Nosotros hemos cumplido con nuestra parte, pero ahora les toca a ellos.
—¿Qué decisión cree que tomará Dido?
La profesora no respondió, pero tenía una profunda preocupación estampada en los ojos. Jeremy esperó que Odd hubiese seguido atentamente sus instrucciones.



Odd estaba furioso. En tan sólo dos días le había tocado meterse en las cloacas con el equipo de submarinismo, tomar parte en un asalto a La Ermita, refugiarse en el Mirror, transferirse de allí a Lyoko y atacar luego la fábrica para derrotar de una vez por todas a Green Phoenix. Ahora todo había terminado. Habían ganado. Él era un héroe, y eso quería decir que lo que se merecía era un poco de aplausos y elogios... y estar un rato a solas con Eva, ¿no?
¡Pues no!
A Jeremy, que durante todo ese tiempo no había hecho nada más que estudiar delante de sus ordenadores, de pronto le habían entrado ínfulas de gran jefe: «Odd, haz esto, Odd haz eso otro», «Odd, cuélate por los conductos de ventilación y ve hasta la sala en la que Dido va a reunirse con los adultos»...
El conducto de ventilación era muy angosto y húmedo, y estaba lleno de polvo. Las planchas que lo componían estaban unidas por tuercas oxidadas que le rasgaban la ropa. Y no se veía un pimiento.
¿Por qué demonios había aceptado?
Bueno, una parte de él se había sentido halagada de haber sido elegido para aquella difícil misión. A excepción de Jeremy, él era el único que no tenía los poderes de Lyoko, así que podía escabullirse por ahí sin llamar la atención... Pero, incluso sin sus poderes, Odd era bastante ágil, y sabía ser de lo más silencioso cuando hacía falta.
Aunque se dijo a sí mismo que también había otro motivo que lo había impulsado a decir que sí. Pese a que ninguno de ellos lo había dicho nunca en voz alta, toda la pandilla sabía que Jeremy era el jefe. No es que fuese superior a ellos, eso no. Pero tenía un instinto y una capacidad para resolver problemas realmente excepcionales. Con el tiempo, Odd había aprendido a confiar a ciegas en su amigo. Si Jeremy decía que era importante, entonces es que era importante de verdad.
El conducto formaba un codo de noventa grados frente a él. El muchacho asomó la cabeza al otro lado de la curva, y luego avanzó a rastras hacia la luz que se entreveía al fondo. Oyó un ruido de sillas desplazadas por el suelo y algunos golpes de tos y se quedó inmóvil. Un instante después, volvió a avanzar en dirección a la rejilla en la que terminaba el conducto.
Vio el despacho del director de la fábrica, que tenía un mobiliario espartano compuesto por dos sillas a ambos lados de un enorme escritorio. Lobo Solitario estaba esperando de pie, mientras que Di-do se había sentado y estaba abriendo con una pequeña llave las esposas que le ataban la muñeca al maletín. A continuación lo abrió y sacó de él un par de guantes. Eran de cuero, y tenían una pantalla colocada en el dorso de la mano derecha y una serie de cables de colores que estaban conectados a las yemas de los dedos.
Odd ya había visto antes aquel aparato. ¡Era la máquina extirparrecuerdos inventada por Hopper! La misma máquina que se había utilizado con sus padres para borrar para siempre de sus memorias todo rastro del superordenador.
—La operación ha sido clasificada como Código Rojo Tabula Rasa.
Odd repitió en su cabeza las palabras de Dido para poder repetírselas a Jeremy. ¿Tabula rasa? ¿Y eso qué quería decir?
—¿Qué prioridad? —dijo Lobo Solitario al tiempo que abría los ojos como platos.
—Absoluta. Incluyéndome a mí. Antes de venir aquí ya les he borrado la memoria a los agentes que se encontraban en La Ermita, a los profesores y a todos los alumnos y padres que estaban en el Kadic durante los últimos acontecimientos. Eliminación total de lo que ha pasado estos días. Ahora es el turno de la fábrica. Cuando haya terminado de encargarme de todas las personas que se encuentran aquí, comunicaré los resultados al cuartel general y utilizaré la máquina conmigo misma.
—Y de esa forma, nadie sabrá ya nada de la existencia del superordenador... excepto los peces gordos del gobierno, claro —concluyó el agente.
—Exactamente —le confirmó Dido.
Lobo Solitario parecía perplejo.
—¿Y qué va a pasar después?
—Ya hay un nuevo escuadrón que ha comenzado la búsqueda de Mago. Después se elegirá un equipo de científicos que estudiarán el superordenador y encontrarán el modo de adaptar la Primera Ciudad. De esa manera, la agencia podrá utilizar el arma de Hop-per para sus propios fines.
—Pero nosotros no nos acordaremos de nada.
Dido se encogió de hombros.
—La operación ha sido trasladada a las más altas esferas. Los jefes no quieren correr más riesgos. Ya ha habido suficientes problemas.
Lobo Solitario se levantó y cogió los guantes ex-tirparrecuerdos que le estaba tendiendo su jefa.
—¿Por quién empiezo?—preguntó.
—Primero los terroristas. Después, todos nuestros agentes, y a continuación, los muchachos y sus padres. Y para terminar, tú y yo. Ya he llamado a un equipo de limpieza. Llegará dentro de unas horas, y nos escoltará hasta nuestras casas. Los hombres de Mago irán a parar a la cárcel, y para nosotros no habrá pasado nada de nada.
—Pero el equipo de limpieza...
—Se encargará de dejar la fábrica lista sin saber qué ha pasado aquí. El secreto está garantizado.
Lobo Solitario esbozó una débil sonrisa.
—Señora, puesto que dentro de poco ya no me acordaré de nada, quería decirle que ha sido un verdadero honor participar en esta operación bajo su mando.
—Gracias, Lobo Solitario.
La reunión había terminado. Odd retrocedió por el conducto. No daba crédito a sus oídos: ¡los hombres de negro pretendían borrarles la memoria a todos! ¡Incluidos ellos! Tenía que avisar inmediatamente a Jeremy.



—¡Yo no quiero dejar a mi madre! —chilló Aelita.
Empezaba a estar muy enfadada con Jeremy. Por fin, después de tantas aventuras y desventuras, había conseguido volver a abrazarla. De nuevo tenía una familia, y había mantenido la promesa que le había hecho a su padre. ¿Con qué coraje venía ahora el muchacho a pedirle...?
—¿No comprendes que es importante?—rebatió él—. Si esperamos un poco más, ya será demasiado tarde.
—He dicho que ni hablar.
Jeremy suspiró. Aelita vio la preocupación estampada en la cara de su amigo, pero no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer.
—Está bien —cedió él al final con un susurro—. Pídele a Memory... o sea, a Anthea, que se venga con nosotros. Pero muévete despacio y en silencio. Y que no os vean.
Los hombres de negro estaban reuniendo a todos los supervivientes de la gran batalla y los escoltaban hasta el comedor. En aquel momento nadie prestaba atención al pequeño grupo de muchachos.
Jeremy se acercó al espléndido unicornio de Aelita.
—No podemos llevaros con nosotros —murmuró—, pero nos hace falta vuestra ayuda.
Susurró unas cuantas instrucciones al oído del unicornio, y luego se las repitió a la manta de Ulrich y la pantera de Odd.
Las criaturas partieron a galope para sembrar el caos entre los adultos, que obedecían sin discutir las instrucciones de los hombres de negro. Aprovechando el diversivo, Anthea y los muchachos fueron a toda prisa hasta el ascensor y descendieron bajo tierra.
Aelita estaba impaciente, y todos los demás parecían muy nerviosos. Habían escuchado las apresuradas explicaciones de Odd sobre el terrorífico plan de Dido: borrarles la memoria a todos, enviar a unos científicos para sacarle partido al superordenador de Hopper con fines militares...
El único que parecía tranquilo era Jeremy. Preocupado y un poco triste, pero tranquilo.
—¿Se puede saber qué tienes en mente? —explotó Aelita.
—En serio, fíate de mí. Te lo contaré todo cuando llegue el momento.
Los muchachos descendieron al segundo piso, el de las columnas-escáner. A continuación, Jeremy, Anthea, Richard y Odd subieron de nuevo al primero.
Aelita observó las columnas, algo dubitativa.
—Ya verás como Jeremy tiene algún plan —la tranquilizó Yumi.
Unos instantes después, en efecto, oyeron la voz de su amigo, que salía de los altavoces de la sala.
—Perdonad si he estado haciéndome el misterioso —les explicó Jeremy—, pero de verdad que teníamos muy poco tiempo. Ahora acabo de cortar los cables que activan el ascensor, así que los hombres de negro no podrán alcanzarnos... por lo menos de momento. No sé vosotros, chicos, pero yo no tengo la menor intención de olvidar todas nuestras aventuras.
—¡Pues claro que no! —restalló la voz de Richard—. ¡Esto ha sido lo más bonito y alucinante que me ha pasado en toda mi vida!
—Además —continuó Jeremy—, no es justo que Anthea pierda la memoria. Aelita y ella acaban de reencontrarse. Y tampoco es justo que el superorde-nador caiga en manos de los hombres de negro. El profesor Hopper luchó con todas sus fuerzas para que eso no sucediese.
—Y, entonces, ¿qué es lo que propones? —preguntó Yumi.
—Antes que nada, deberíais volver a la realidad. Y dispararos para que perdáis de una tacada todos vuestros puntos de vida no me parece la mejor solución...
—¡Claro que no! —exclamó inmediatamente Odd a través de los altavoces—. Duele un montón. Os lo garantizo.
Jeremy soltó una risita.
—Bastará con que entréis en las columnas-escá-ner, y os volveré a virtualizar en la realidad. Aelita, por favor, tú tienes que entrar la última.
Los muchachos permanecieron inmóviles durante unos segundos, y luego Ulrich esbozó una sonrisa.
—A mi padre podría hasta venirle bien olvidarse de todo —dijo—. En estos últimos días hemos hecho las paces... Pero no lo veo muy cómodo en el papel de agente secreto. Sin el recuerdo de todas estas aventuras, a lo mejor él y yo podemos volver a empezar de cero.
—Por lo que a mí respecta, lo mismo digo —añadió Odd—. Espero de verdad que mis viejos no recuerden nada de nada. ¡Si no, me van a agobiar mazo preocupándose por lo que hago o dejo de hacer! Las columnas-escáner se abrieron, y Ulrich, Yumi y Eva entraron a la vez. Unos pocos instantes después, salieron de ellas completamente transformados. Nada de espadas, abanicos ni exagerados maquillajes de estrellas de rock. Ahora eran tan sólo tres muchachos en vaqueros con los ojos cargados de sueño.
—Aelita —dijo Jeremy por los altavoces—, ahora te toca a ti. X.A.N.A. te está esperando. La muchacha entró en el escáner.
Cuando abrió los ojos, Aelita vio que se encontraba dentro de una de las torres de Lyoko. Sus oscuras paredes parecían latir en torno a ella, y tenía a su lado al muchacho del pelo rubio.
—¿Por qué... por qué me habéis traído aquí? —murmuró Aelita.
Jeremy carraspeó dentro de su oreja.
—Bueno, verás, yo quería decírtelo, pero...
—Creo que soy yo quien debería explicártelo todo —completó X.A.N.A. la frase en su lugar—. En el fondo, se trata de algo que tiene que ver conmigo. ¿Te acuerdas del Código Down?
Aelita asintió con la cabeza antes de responder.
—Es el programa de seguridad de mi padre. Si el Código Down se carga en el superordenador y yo lo activo desde una torre como ésta, Lyoko se autodes-truirá de forma definitiva, y tú...
—Yo moriré. No es posible crear una copia de seguridad de mi nueva personalidad, así que simplemente dejaré de existir.
Aelita miró a X.A.N.A. No estaba entendiendo nada. Esa conversación le daba escalofríos. ¡Ella sólo quería ser feliz! Acababa de volver a encontrar a su madre, y estaba a punto de empezar una nueva vida junto a ella. Entonces, ¿por qué X.A.N.A. y Jeremy se habían propuesto asustarla?
—Hice una promesa. ¿Te acuerdas? —exclamó—. Te juré que jamás activaría el Código Down.
Sus palabras vibraron en medio del silencio de la torre. La muchacha sentía los ojos de X.A.N.A. mirándola fijamente.
Ahora estaba comenzando a entenderlo, y junto con la comprensión, le subió por la garganta una oleada de rabia tan fuerte que le hizo sentir náuseas.
—jJeremy! —gritó—. ¿A qué viene todo esto? ¿Se puede saber qué es lo que pretendes hacer?
El muchacho tardó unos segundos en responder.
—X.A.N.A. y yo hemos estado hablando de ello, y no hay ninguna otra cosa que podamos hacer. Si el superordenador cayese en manos de los hombres de negro, lo utilizarían como un arma. La Primera Ciudad se convertiría en lo que tu padre siempre odió. No podemos permitir que suceda algo así.
—Jeremy tiene razón —confirmó X.A.N.A.—. Él me creó para que les impidiese a los humanos emplear la ciudad como un arma. No sé cómo pude olvidarme de una tarea tan importante, pero ahora sé que tengo que cumplir con mi deber. Salvar a la humanidad. Y te necesito a ti para poder lograrlo.
Aelita cayó de rodillas. No quería escuchar aquellas palabras. No quería llorar. Levantó la vista en dirección a X.A.N.A. Sus ojos estaban llenos de indignación.
—No me pidáis que haga algo así. Ni tú ni Jere-my. No activaré el Código Down. No destruiré Lyoko. Ni tampoco te mataré a ti.
—Aelita...
—¡He dicho que no!
—Aelita, es lo que tu padre desearía —dijo Jeremy.
X.A.N.A. sonrió.
—Él se sacrificó para salvar a la humanidad de Lyoko. Ahora mi deber es repetir el mismo sacrificio.
Aelita no respondió. Delante de ella apareció una pantalla que flotaba en el aire.



Jeremy, Anthea, Richard y Odd se agarraron con fuerza a los asideros para descender por el túnel de mantenimiento hasta el segundo piso subterráneo. Entraron en la sala justo cuando las puertas del escá-ner se estaban abriendo para devolver a Aelita a la realidad.
La muchacha llevaba la cabeza gacha. Ya no iba vestida de elfa, y su pelo, cortado a la gargon, tenía el mismo tono de fuego que el de su madre.
Alejó con un gesto de la mano a Yumi, que se le había acercado para recibirla y consolarla. En vez de eso, se dirigió a zancadas hacia Jeremy. El muchacho
la esperó con las manos hundidas en los bolsillos del pantalón. No sabía qué decir. Se sentía culpable.
Había hecho volver a Aelita a la realidad un instante antes de que Lyoko implosionase sobre sí mismo, desvaneciéndose en la nada.
El superordenador todavía estaba encendido, pero ya no tenía mundos virtuales que albergar, ni tampoco un sistema operativo. Su inmensa potencia de cálculo se había vuelto inútil, en paciente espera de algo que ya nunca iba a volver.
Mientras el complicado programa devolvía a Aelita a su cuerpo material, Jeremy había observado desde la consola el grito de muerte de la torre al derrumbarse. X.A.N.A. se había quedado esperando su destino, sin moverse. Hasta que de repente había alzado la cabeza. Jeremy se había quedado de una pieza al ver aquellos pequeños diamantes luminosos que le brotaban de los ojos.
Eran lágrimas. X.A.N.A. estaba llorando.
Jeremy abrió los brazos para estrechar entre ellos a Aelita, y la muchacha hundió la cabeza en su hombro, sollozando.
—¿Sabes lo que me ha dicho antes de que me fuese? —susurró entrecortadamente—. Me ha dicho: «Acuérdate de mí».
Jeremy esbozó una débil sonrisa.
—Eso es lo que tienes que hacer. Lo que todos tenemos que hacer.
El Código Down había destruido Lyoko. X.A.N.A. ya no existía. Ahora sí que de verdad se había acabado todo.



Dido tenía puestos los guantes de la máquina ex-tirparrecuerdos. Su rostro parecía una máscara de piedra.
Jeremy y ella se encontraban en el despacho del director de la fábrica, sentados a los extremos opuestos del escritorio. Encima de su mesa estaba el maletín, todavía abierto.
En toda la fábrica reinaba un silencio sepulcral. Todas las personas implicadas en aquel terrible asunto habían perdido la memoria, y ahora observaban el techo con la mirada perdida. Todas las personas excepto Dido, Jeremy y sus amigos.
El muchacho sabía que la mujer podía obligarlo a someterse a la eliminación de sus recuerdos. También podía obligar a Anthea, Richard y los demás. Él debía encargarse de hacerle cambiar de idea.
—De modo que —dijo Dido— habéis apagado el superordenador.
—No exactamente —respondió Jeremy—. En realidad, no hemos hecho más que borrar todos los datos que contenía. Ahora el ordenador es una carcasa vacía e inútil.
—Lyoko ya no existe.
—Correcto.
—Ni tampoco la Primera Ciudad ni X.A.N.A.
—Correcto.
Jeremy trató de sondear la expresión de la mujer, percibir algún signo de rabia o una sonrisa triste. Nada de nada: Dido parecía totalmente impasible.
—¿Y por qué lo has hecho? —le preguntó.
—¿Por qué le he pedido a Aelita que utilizase el Código Down? Es muy sencillo: eso es lo que Hopper habría querido que hiciésemos. El profesor luchó toda su vida para mantener el superordenador lejos de sus manos y de las de los terroristas. Bajo su punto de vista, no existía la más mínima diferencia entre ustedes.
—Eso no...
Jeremy no le permitió continuar.
—¿No lo entiende, señora? Todos ustedes quieren el superordenador para usarlo como un arma. Mago pretendía conquistar el mundo, y su agencia tal vez sueñe con utilizar los soldados robot de forma «legítima» en las guerras «oficiales», pero ¿qué diferenda hay? En ambos casos, siempre acaban muriendo personas inocentes. Y Hopper jamás habría permitido eso.
Dido suspiró, y esta vez Jeremy creyó percibir en su rostro una sombra de cansancio.
—Me imagino que no existe ningún modo de deshacer lo que habéis hecho...
—En absoluto. Y si no se fía de mí, puedo mostrarles a sus científicos el Código Down. Ese programa es definitivo, y no se puede anular.
—Así que me habéis dejado sin alternativa.
—Más o menos. Pero estamos convencidos de haber tomado la decisión correcta —al pronunciar aquellas palabras, Jeremy miró al jefe de los hombres de negro con una expresión de desafío—. Y hay algo más —añadió—. Ninguno de nosotros quiere perder la memoria. Ésta ha sido nuestra gran aventura, y Anthea... bueno, creo que ya ha sufrido bastante a lo largo de todos estos años, ¿no? No es justo borrarle de un plumazo los recuerdos de su marido, o el de cuando por fin ha conseguido volver a abrazar a su hija.
Con un gesto pausado, Dido dejó los guantes ex-tirparrecuerdos dentro del maletín.
—Dentro de pocos minutos llegará el equipo de limpieza —murmuró—. Son agentes entrenados para
resolver situaciones complicadas como ésta. Tienen la orden de borrarme la memoria, dado que yo debería ser la única persona que aún conservase algún recuerdo de todo este asunto. Y luego se ocuparán del resto. Borrarán todo rastro de los terroristas y los conducirán a prisión. Acompañarán a vuestros padres a sus respectivas casas, y a ti y a tus amigos a la escuela. Y al final cerrarán la fábrica, bloquearán la carretera de acceso con un muro, resolverán el problema de las alcantarillas inundadas y todo lo demás. Será como si estos últimos días jamás hubiesen existido.
Jeremy bajó la cabeza.
—Os mantendrán bajo vigilancia durante algún tiempo —continuó Dido—. La máquina extirparre-cuerdos tiene algunos efectos secundarios... confusión, miradas perdidas, frases sin sentido y cosas por el estilo.
El muchacho observó a la mujer, sin entender adonde quería ir a parar.
—Lo sé, pero...
—Entonces, tratad de representar bien vuestro papel, y no llaméis su atención —lo interrumpió ella—. Cuando llegue el equipo de limpieza, fingid que estáis un poco desorientados, dejaos llevar al Ka-dic como ovejitas y tratad de pasar desapercibidos entre los demás. ¡Y, por supuesto, no volváis a meteros en líos! Yo ya no recordaré vuestras caras, así que no podría ayudaros aunque quisiera. ¿De acuerdo?
Jeremy no daba crédito a sus oídos. Cuando entró en aquel despacho, no tenía ninguna esperanza de conseguir convencer a Dído.
—¿Por qué hace todo esto?—le preguntó a la mujer.
—Si te soy sincera, no me gusta nada lo que está a punto de pasar. Esta noche he tenido que tomar la decisión más difícil de mi vida, y me he percatado de que era la decisión equivocada. Cuando todo se ha resuelto favorablemente gracias a ti y a tus amigos, he soltado un suspiro de alivio... Para después darme cuenta de que no había servido para nada. Claro, nosotros no somos Green Phoenix, pero de todas formas tienes razón: los fines para los que utilizaríamos el superordenador no son, al fin y al cabo, tan diferentes de los suyos —mientras decía esta última frase, Dido le tendió una mano—. Consideradlo como el regalo de una amiga, ¿de acuerdo?
Jeremy se la estrechó con entusiasmo.
—¡De acuerdo! —dijo—. Y para celebrar nuestra amistad, tengo que pedirle un último favorcillo...



El equipo de limpieza llegó a eso de las siete de la mañana en un gran camión negro. Llevaban trajes
de plástico, guantes y cubrebotas, como los agentes de la policía científica. Una mascarilla les cubría la nariz y la boca, y unas grandes gafas de espejo les ocultaban el resto del rostro.
No hablaban. Ni siquiera entre ellos.
Jeremy y los demás muchachos permanecieron sentados en una esquina, tratando de parecer un poco atontados. De vez en cuando, Odd no lograba contenerse, y se echaba a reír. Tal vez precisamente por eso, el resultado de su pequeña actuación fue de lo más convincente.
Jeremy se quedó mirando fijamente a Dido mientras uno de los agentes cogía la máquina extirparre-cuerdos y la utilizaba con ella. La pantallita digital del dorso de los guantes se llenó durante unos minutos de textos que pasaban por ella con rapidez, mientras que la mujer se doblaba hacia atrás como si una fuerte descarga eléctrica estuviese recorriendo todo su cuerpo. Su última mirada fue para Jeremy, y al muchacho le pareció entrever una sonrisa en sus labios.
Después, Dido se quedó como los demás, algo desorientada y confusa. La hicieron subir a un furgón junto con Lobo Solitario, Comadreja, Hurón y el resto de los hombres de negro. Los terroristas fueron esposados, y se los llevaron en un camión a la comisaría de policía.
A continuación les llegó el turno a los padres de los muchachos, que subieron a un helicóptero rumbo a sus respectivas ciudades.
La profesora Hertz, Richard, Anthea, Jeremy y todos los demás montaron en un microbús que los iba a llevar al Kadic.
Los agentes del equipo de limpieza daban un poco de miedo. Eran todos muy parecidos entre sí, y totalmente silenciosos, pero sabían hacer su trabajo. En poquísimo tiempo habían hecho desaparecer la jaima de Mago y el polvorín de los terroristas. Incluso estaban trabajando en el puente de la fábrica para dejarlo exactamente igual a como era antes de la explosión, de forma que los habitantes de la Ciudad de la Torre de Hierro no pudiesen percibir ninguna diferencia.
Jeremy pensó que en un par de días aquel sitio volvería a ser idéntico a como había sido durante tantos años.
Todo rastro de sus aventuras estaba destinado a quedar totalmente borrado.
Y puede que fuese mejor así.
Al final, uno de los agentes montó al volante del microbús y lo puso en marcha en dirección al Kadic.
Jeremy se volvió para mirar por última vez la fábrica del islote, con su tejado bañado por el sol y
aquel aspecto un poco misterioso que siempre lo había fascinado. Las aguas del río fluían plácidamente, y en la otra orilla podía verse el mismo tráfico de cada día, lleno de coches que soltaban bocinazos y motos que se colaban por entre ellos de forma arriesgada.
Jeremy tenía a su alrededor a todos sus amigos.
Todo estaba saliendo a pedir de boca.

2 comentarios:

  1. espero y ese no sea el final... tiene que haber una forma de que puedan comunicarse con X.A.N.A.!!!

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