viernes, 20 de enero de 2012

Capítulo 15

15 
EL EJÉRCITO DE LA NADA

Ya estaba sobrevolando la ciudad. Era un enorme avión de carga militar negro como la pez, y surcaba el cielo impulsado por cuatro grandes motores de hélice que zumbaban como abejorros.
Exactamente a medianoche, el gigantesco pájaro de metal abrió su compuerta trasera, y empezaron a ilover soldados sobre la vieja fábrica.
Los hombres desplegaron las negras estructuras de sus alas delta y comenzaron a planear describiendo lentos y silenciosos giros en dirección a aquel edificio, que parecía abandonado.
Ya estaban a punto de aterrizar sobre él cuando jn sordo retumbo empezó a salir por los canalones de metal que rodeaban todo el perímetro del tejado. Altas llamaradas brillaron en la oscuridad, elevando se hacia el cielo como garras incandescentes, y llenaron el aire de un terrible hedor a gasolina.
El comandante del escuadrón de los hombres de negro remontó el vuelo con un golpe de ríñones, apuntando el morro de su ala delta hacia arriba. Usó el micrófono que llevaba pegado a la boca para dar la alarma a sus compañeros, pero era una advertencia inútil: el resto de los agentes ya estaba escabullándose de las llamas.
Los terroristas de Green Phoenix habían rodeado el tejado con cañones lanzallamas bien disimulados, y aterrizar allí encima era literalmente imposible.
Algunas alas delta perdieron el favor del viento, y fueron a parar al agua, donde se hundieron con un sordo chof.
Otras se vieron empujadas a tierra firme. Tras aterrizar, los agentes se giraron para observar la fábrica, que estaba muy cerca y, al mismo tiempo, resultaba demasiado lejana.



A las doce y veintiún segundos, de las turbias aguas del río asomó un buen número de cabezas. Sus rostros estaban cubiertos por máscaras de reciclaje de aire, y se movían a toda prisa sobre la superficie del agua, dejando tras de ellos largas y delgadas estelas de espuma.
Los hombres rana llegaron a la orilla desde todas partes, rodeando el islote. Salieron a la carrera, arrastrando los propulsores acuáticos que los habían llevado hasta allí sin necesidad de nadar. A continuación, un oficial empezó a repartir pistolas y arpones subacuáticos entre sus soldados.
Un pequeño grupo formó una avanzadilla que se aproximó a los muros de la fábrica para decidir si era posible trepar por ellos usando el material de escalada que habían llevado. .
El círculo de fuego que salía del tejado iluminó la noche emitiendo un agudo y terrible siseo. Los hombres rana giraron las cabezas, sorprendidos, y no se , percataron de que sus pesadas botas militares habían chocado contra algunos finos cables de metal tendidos a escasos centímetros del suelo. Oyeron las sirenas de alarma que empezaban a ulular en el interior de la fábrica.



Un camión llegó ante el puente de hierro que atravesaba el río por su parte más estrecha, conectando la fábrica del islote con la tierra firme. Era un vehículo de transporte militar normal y corriente, aunque estaba pintado de negro y tenía los lados reforzados con unas barras metálicas del diámetro de un puño cada una. En el parachoques delantero llevaba montada una pala doble semejante a la de un quitanieves, y sus planchas metálicas brillaban en la oscuridad como si estuviesen iluminadas por dentro.
A las doce y cuarenta y dos segundos, el conductor del camión apagó el motor tras colocar el vehículo de través frente al puente, de forma que bloquease cualquier intento de huida por allí.
Alguien abrió la lona que cubría el remolque, destapando un pequeño ejército de soldados a la espera. Todos iban vestidos de negro, y tenían las caras cubiertas por pasamontañas y grandes gafas de visión nocturna. Empezaron a moverse en silencio, descargando algunas cajas del camión y preparándose para atravesar el puente. Luego vieron cómo el tejado de la fábrica se transformaba en un círculo de luz y oyeron el agudo chillido de las alarmas. Unos perros a los que no localizaban empezaron a ladrar y a gruñir con furia.
Inmediatamente después los sorprendió la explosión.
El puente saltó por los aires en una confusa nube de metal fundido y humo denso e irrespirable. Los soldados que estaban más cerca se vieron empujados hacia atrás por la onda de choque y terminaron estampándose contra las palas del camión. Lo único
que los salvó de desnucarse fueron los sofisticados chalecos reforzados de su uniforme.
Los hombres que se encontraban algo más atrás se quedaron embobados viendo cómo el puente de hierro se plegaba sobre sí mismo para terminar hundiéndose en el agua con un chisporroteo de hierro candente, y comprendieron que jamás iban a conseguir llegar hasta la fábrica.
Agarraron a toda prisa sus radios y contactaron con los demás para advertirlos del peligro.



En el centro de la Primera Ciudad se alzaba un imponente edificio. Era un bloque macizo de piedra azul celeste. Tenía una estructura hexagonal carente de ventanas y un tejado decorado con almenas y gárgolas que recordaban a dragones a punto de emprender el vuelo.
Un camino translúcido se elevaba en el aire junto al edificio, rodeándolo dos veces para perderse después en el cielo, alejándose en dirección al horizonte. El camino parecía hecho de un cristal dorado completamente liso.
En las paredes del castillo no se veía ni una sola ventana, y contaba con un único acceso, un puente levadizo sostenido por un par de gruesas cadenas que se abría en uno de sus lados. A pesar de sus vivos colores, aquel lugar tenía un aspecto inquietante, malvado. Era el arma que Hopper había construido cuando trabajaba para el proyecto Cartago, el comienzo de todo.
Tras escapar de aquel macabro proyecto, el profesor había creado la Primera Ciudad y Lyoko para que sirviesen como inmensas barreras que le impidiesen a aquella arma atacar a la humanidad. Y ahora el castillo volvía a estar en funcionamiento.
Los muchachos aguardaban en silencio ante el puente levadizo. Ninguno de ellos había tenido el valor de entrar allí dentro. Ni siquiera Aelita, que con el bochorno dibujado en la mirada había dejado que X.A.N.A. atravesase en solitario el puente para luego desaparecer por la oscura entrada del edificio.
Ulrich seguía dando saltitos de un pie a otro. Por primera vez se sentía cohibido dentro de su ropa de samurai, y le habría encantado abrazar a Yumi, como para protegerla de aquel lugar.
Sólo que ella era más que capaz de defenderse sólita. De hecho, se habría burlado de él si lo hubiese intentado.
—¿Qué pensáis vosotros que podrá estar tramando X.A.N.A. ahí dentro? —preguntó.
—Pues lo que nos ha dicho, ni más ni menos. ¡Está creando los monstruos con los que les daremos
una lección a los de Green Phoenix! —exclamó Eva de inmediato—. ¡Y nos va a transformar en un ejército de guerreros de Lyoko!
—Pues yo no me quedo para nada tranquila —rebatió Yumi—. En el pasado, el castillo ya infectó a X.A.N.A. con un virus que lo transformó en un ser despiadado y sin alma. ¿Qué hacemos si vuelve a pasar?
—Eso no va a pasar —le respondió Aelita, negando con la cabeza—. Ahora X.A.N.A. es distinto. Yo me fío de él.
—Pero, aun así, todavía queda el asunto de que estamos intentando utilizar un arma poderosísima. Pero un arma nunca deja de ser un instrumento para matar, y no sé si puede usarse para hacer el bien. Quiero decir...
Ulrich suspiró. Él también había pensado en esas cosas, pero, como siempre, Yumi conseguía expresarlas mucho mejor. Había que destruir el castillo, porque podía volverse contra ellos o escapárseles de las manos. ¿Qué iban a hacer si un ejército de monstruos invadía la Ciudad de la Torre de Hierro? Los terroristas de Green Phoenix podrían llegar a convertirse en el menor de sus problemas.
Aelita también se detuvo a reflexionar durante unos momentos.
—Creo que se nos está olvidando algo importante —dijo después—. El castillo no sólo es un arma... Fue mi padre quien lo construyó, ¿os acordáis? Y él no quería que se utilizase con fines malvados. Estoy segura de que X.A.N.A. conseguirá usar los poderes del castillo para ayudarnos.
—Yo lo único que espero es que se invente algo mejor que los soldados robot —prorrumpió Odd, que hasta aquel momento había permanecido en silencio—. Y que lo haga deprisita, porque me parece que ya debe de ser medianoche.
En aquel instante empezó el terremoto.
Al principio Ulrich lo notó como un temblor del camino, una leve vibración que se transmitía a sus sandalias de madera de samurai.
—¿Qué está pasando? —chilló Eva.
—¡Todo se está viniendo abajo! —gritó Odd.
Ulrich vio que el camino de oro se movía solo, como zarandeado por un huracán invisible. A lo largo de su superficie empezaron a aparecer largas grietas serpenteantes. El temblor del suelo fue aumentando hasta volverse estruendoso, y las ventanas de un edificio que tenían cerca se hicieron añicos con una explosión.
Los muchachos gritaron y se echaron al suelo.
Se oyó un ruido distinto del fragor del terremoto que provenía del castillo. Era un confuso sonido de
alas batientes y chillidos asustados. A continuación vieron a las criaturas salir por el puente levadizo.
En primer lugar iba una manta de un intenso color naranja con unas alas pequeñas y una larguísima cola, seguida por un potro blanco como la nieve con un largo cuerno de color rubí. Tras ellos venían una pantera de pelaje oscuro y enormes dientes de sable y un zorro plateado que debía de ser por lo menos tan grande como la pantera. Al final salió X.A.N.A. Su rostro mostraba una expresión preocupada, y llevaba en la mano una guitarra eléctrica fucsia que arrojó en dirección a Eva.
—Éstos son vuestros medios de transporte... y vuestras armas —les explicó—. Pero antes de montaros en ellos coged esto. Os servirá para mantener vuestro aspecto de Lyoko incluso en la realidad, volviéndoos invulnerables.
El muchacho hurgó en uno de sus bolsillos y sacó unos broches circulares que se dirían hechos de plástico duro. En sus superficies tenían grabado el ojo de X.A.N.A.
A su alrededor la Primera Ciudad parecía a punto de derrumbarse. Ulrich vio cómo un altísimo rascacielos azul ondulaba en el aire y luego se estrellaba contra el suelo, levantando una nube de polvo, y sin embargo su atención siguió concentrada en los extraños animales que X.A.N.A. había creado para ellos. En particular, no podía quitarle los ojos de encima a la manta. Sus alas estaban orladas de rojo, y la criatura volaba con elegancia y rapidez. Ulrich pensó que probablemente era el más veloz de todos aquellos seres. Para su gran sorpresa, la manta hizo una pirueta en el aire y después descendió hacia él, invitándolo a subir a su grupa.
Ulrich miró a su alrededor. Eva Skinner estaba montada a horcajadas sobre la guitarra eléctrica, y acababa de salir disparada por los aires a toda velocidad, igual que una bruja a caballo de su escoba. Aelita ya se encontraba sobre la montura del unicornio, y Odd, encima de la pantera. Yumi estaba acariciando el pelaje del gigantesco zorro de plata.
El muchacho agarró el broche de X.A.N.A. y se lo apoyó sobre la solapa del quimono, donde se quedó pegado como por arte de magia. A continuación se subió encima de la manta.
—¿Se puede saber de dónde sale este terremoto?
—Alguien está apagando el superordenador—le respondió X.A.N.A.—. ¡Tenéis que daros prisa por llegar hasta una de las torres, u os quedaréis atrapados aquí para siempre!
El unicornio de Aelita ya se había lanzado a galope tendido en dirección al puente que llevaba hasta
Lyoko. La muchacha vestida de elfa llevaba el broche de X.A.N.A. a la altura del corazón, y se giró con la gracia y la soltura de una experta amazona.
—¿Que están apagando el superordenador? ¿Y qué va a pasar ahora?
X.A.N.A. no le respondió.


Jeremy estaba paralizado, congelado como una liebre cegada por los faros de un coche. Junto a él tenía a Grigory, con el mando entre las manos y el dedo todavía apretado con fuerza contra su único botón. A un par de pasos de distancia, Memory temblaba ligeramente bajo su bata.
El muchacho no conseguía quitarle los ojos de encima al gran cilindro. La parte más alta del aparato estaba adquiriendo un color negro, y sus símbolos dorados se iban volviendo opacos poco a poco, hasta que terminaban por apagarse. Jeremy pensó que el superordenador era un artefacto muy complejo, así que le llevaría algún tiempo apagarse. Pero ¿cuánto? Un par de minutos, tal vez cuatro o cinco. De todas formas, era muy poco.
«¡Piensa, Jeremy, reflexiona!».
Aelita y los demás se encontraban dentro de Lyoko. Al final del proceso de apagado, sus amigos se quedarían congelados allí, atrapados en un sueño infinito, tal y como ya le había sucedido a la muchacha hacía muchos años... hasta que Jeremy había conseguido despertarla de nuevo.
Aparte del problema con los terroristas, los muchachos permanecerían a salvo en el interior de Lyoko. Pero para X.A.N.A. la situación era bastante más compleja. La inteligencia artificial había cambiado mucho durante los últimos días, y Jeremy no sabía si había tenido el tiempo suficiente como para hacer una copia de seguridad de su núcleo de datos. Y sin esa copia de seguridad...
El muchacho observó a Grigory Nictapolus desde detrás de los gruesos cristales de sus gafas. Apretó los dientes, agachó la cabeza y embistió contra el hombre.
Grigory se pasó la pistola a la mano con la que estaba sujetando el mando en ese momento y agarró a Jeremy con la otra.
—¿Qué estás tratando de hacer, mocoso?
Jeremy no le respondió. Se puso a soltar patadas y puñetazos a ciegas, pero Grigory se limitó a redoblar la fuerza con que lo mantenía quieto. Entonces mordió la muñeca del terrorista hasta que se hizo daño en la mandíbula, y su contrincante lo empujó contra una pared.
Al estamparse contra ella, por un segundo el muchacho se sintió envuelto en un torbellino de dolor, y
luego se dio cuenta de que Memory había cogido del suelo uno de los ordenadores. La mujer levantó el portátil por encima de su cabeza y se lo arrojó a Grigory, que lo desvió de un codazo. Esta vez el agente de Hannibal Mago levantó la pistola.
—¡No me obligues a hacerlo! —exclamó.
Grigory estaba dándole la espalda a Jeremy, así que no podía verlo. El muchacho volvió a cargar contra él, pero en esa ocasión trató de recurrir a la astucia en lugar de a la fuerza bruta. Dobló la espalda poco antes del impacto y usó sus hombros para golpear a Grigory justo en la articulación de las rodillas. El hombre resbaló hacia atrás, y Jeremy rodó por el suelo para evitar que se le cayese encima.
—¡Memory! —gritó—. ¡Reinicia el superordenador!
La mujer no lo escuchó, sino que corrió hacia Grigory, que estaba tirado en el suelo, y le dio una patada en la mano que sostenía la pistola.
Jeremy salió corriendo lo más rápido que pudo en dirección al superordenador, encontró la palanca de encendido y la bajó.
Saltó una chispa eléctrica.


Los muchachos ya casi habían llegado al final del puente, delante del precipicio que conducía al interior de Lyoko. Tras ellos, la Primera Ciudad se estaba haciendo pedazos. Sus edificios se desmoronaban uno tras otro, y hasta la lisa superficie del puente empezaba a estar surcada por un gran número de pequeñas grietas.
Aelita se agarró a las crines de su unicornio digital. X.A.N.A. iba volando a su lado, transportado por una fuerza invisible.
—Antes no me has respondido —le dijo—. ¿Qué es lo que va a pasar cuando el superordenador esté apagado?
—No lo sé —admitió el muchacho—. Vosotros os encontraréis bloqueados dentro de Lyoko, y yo... No existe ninguna copia de seguridad de mi nueva identidad. En realidad, ni siquiera sé si sería posible hacer una. Ahora soy muy parecido a un humano, ¿te acuerdas? Pero no tengo un cuerpo físico memorizado en los escáneres de la fábrica. Tal vez me desvanezca como si nunca hubiese existido. Tal vez...
—No quiero que desaparezcas —dijo Aelita.
—Entonces, manten la esperanza de que tu amigo Jeremy consiga volver a activar el superordenador a tiempo.
Yumi los alcanzó. Su zorro plateado se desplazaba a grandes saltos, y sus afilados dientes dibujaban
un gruñido amenazador en la furia de la carrera contra rre I oj.
—Perdonad que os moleste —dijo la muchacha—, pero ahí al fondo tenemos ya el precipicio... Y no creo que este zorro sepa volar.
—¡Ni tampoco mi pantera ni tu unicornio! —añadió inmediatamente Odd.
—No os preocupéis —murmuró X.A.N.A.—. Vosotros saltad, y punto. Vuestras criaturas se ocuparán del resto.
Aelita oyó un ruido como de cristales rotos.
El puente estaba despedazándose por detrás de ellos. Sus fragmentos centelleantes se precipitaban en aquel vacío sin dimensiones, desvaneciéndose en el aire.
La muchacha volvió a mirar hacia delante y se agachó, pegando su cabeza a la de su unicornio.
—Ánimo, bonito —le susurró al oído—. Yo sé que tú puedes.
Se sentía un poco idiota, porque aquel animal era en realidad una criatura digital creada por X.A.N.A., y tal vez no pudiese oírla. Pero no podía evitarlo: necesitaba oírse a sí misma infundiéndole valor a su montura.
Estrechó aún más sus crines entre los dedos y apretó las rodillas contra los flancos de aquel extraño caballo.
El unicornio saltó.
Pero en lugar de caer a plomo, la criatura apoyó sus cascos en la pared del precipicio y siguió corriendo en vertical, soltando pequeños pedazos de piedra debido a la tremenda fricción.
Ulrich se tiró de cabeza por delante de Aelita con su manta, y Eva la adelantó a horcajadas de su guitarra eléctrica. Por detrás de la muchacha, Yumi y Odd corrían a una velocidad descabellada en dirección al corazón de Lyoko.
—¡Yujuuuuuuuu! —gritó el chico-gato—. ¡Esto sí que es alucinante!
Aelita sonrió.
Estaba empezando a sentirse más tranquila. Parecía que las paredes del pozo aguantaban, a diferencia del puente, y ella ya no oía ningún ruido de derrumbe. Se giró hacia X.A.N.A.
—¿Alguna novedad? —le preguntó.
—Parece ser que el proceso de apagado ha sido interrumpido, pero hará falta un poco de tiempo para volver a la normalidad. No cantemos victoria todavía, y démonos prisa en llegar hasta la primera torre que podamos.

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