jueves, 19 de enero de 2012

Capítulo 9

8
LA BRECHA HACIA LYOKO

Jeremy se sentía hecho unos zorros. Ni siquiera conseguía recordar cuándo había sido la última vez que había dormido y, después de otra noche frente al ordenador, le parecía como si los ojos fuesen a estallarle. Por un instante volvió a pensar en su madre, que siempre le repetía que no se pasase demasiado tiempo con los videojuegos, porque no era bueno para la salud. Esbozó una sonrisa: qué razón tenía su madre. Pero ahora él no estaba jugando. Aquél era un asunto muy serio.
Memory y el muchacho salieron del ascensor directamente al piso bajo de la fábrica. Jeremy parpadeó varias veces, al darse cuenta de que ya hacía mucho que había amanecido. Por las grandes ventanas entraba una luz gris y lechosa. Había partículas de polvo flotando y dando vueltas en el aire desde donde ellos estaban hasta la jaima de color verde esmeralda.
Un ruido le llamó la atención, y Jeremy giró la cabeza en dirección a las nuevas plataformas que conectaban el bajo con el portón de entrada, que se encontraba a la altura del puente.
Por un momento, el muchacho pensó que estaba soñando. Tal vez fuese una alucinación debida al agotamiento... Pero no, no podía estar equivocado.
Grigory Nictapolus encabezaba la procesión, seguido por la profesora Hertz, que caminaba tiesa como un palo, con las manos esposadas detrás de la espalda y vestida con un absurdo traje de neopreno ajustadísimo. Tras ella iban los señores Ishiyama, y luego Richard. Y más atrás... No, no era posible... Su padre. Y tres hombres de mandíbula cuadrada y aspecto aturdido. ¡Los habían capturado!
—¡PAPÁ! —gritó Jeremy.
Lo vio bajar la mirada hacia él con una expresión de sorpresa que inmediatamente se vio reemplazada por una sonrisa triste. Jeremy advirtió que alguien le había puesto un ojo morado.
Grigory empezó a reírse. El muchacho se obligó a no responder a aquella provocación. Ya conseguiría hacérselo pagar bien caro de algún modo.
—Memory, ¿estás ahí? —irrumpió una voz que provenía de dentro de la tienda verde—. Entra, y tráete contigo a ese mocoso pedante.
—Vamos —susurró la mujer al oído de Jeremy. La jaima era suntuosa, engalanada como estaba con alfombras persas entretejidas con hilos de oro y mullidos cojines decorados con complejos bordados. Hannibal Mago estaba mordisqueando un racimo de uvas. Se había cambiado de ropa. Ahora vestía un traje de raya diplomática de color amarillo canario con un sombrero, una camisa y una corbata del mismo color. Hasta los calcetines de seda eran amarillos. El hombre se dio cuenta de la sorpresa de Jeremy y sonrió.
—Voy de amarillo porque estoy de buen humor. Hoy es un día muy importante para Green Phoenix.
A continuación rebuscó en el bolsillo interior de la americana y sacó de él una cajita de plástico negro. Tenía un único botón cubierto por una pequeña tapa transparente. Mago le dio vueltas a aquel objeto entre sus enjoyados dedos.
—Muy bien —exclamó—. ¿Veis este pequeño detonador? Dentro de Lyoko, los poderes de X.A.N.A. son casi ilimitados. Podría incluso apoderarse de mi mente. De hecho, ya me ha amenazado con hacerlo. Pero esta cajita nos pone a él y a mí en una posición de igualdad. Si apretase el botón, apagaría el superordenador, y eso me permitiría eliminar a X.A.N.A. en caso de que se opusiese a mis planes.
El corazón de Jeremy empezó a latir a mil por hora. Si Mago era capaz de obligar a X.A.N.A. a ayudarlo, él y sus amigos no tenían ninguna posibilidad de salir de aquélla.
—A partir de este momento —continuó el hombre— os prohibo que bajéis a los pisos subterráneos de la fábrica hasta nueva orden. Tengo otros planes en mente para el superordenador.
—¿Qué es lo que tenemos que hacer, señor? —preguntó Memory.
—Ya he hecho que preparen un sitio y un equipo para vosotros. Se encuentra en el despacho del director de esta chabola. De ahora en adelante, vosotros dos os ocuparéis a jornada completa de descifrar los códigos de la PDA. Podrían contener un arma. ¡Y en ese caso, quiero que sea mía!



Dentro del Mirror, Aelita y Yumi estaban sentadas en el suelo ante la consola apagada del superordenador, Odd permanecía acuclillado sobre el sillón giratorio y los tres tenían un mando azul en la mano. Junto a ellos, X.A.N.A. levitaba a unos diez
centímetros del suelo con las piernas cruzadas y el aspecto tranquilo de un ermitaño hindú concentrado en su meditación de yoga. Por encima de su cabeza flotaba una esfera de luz que iluminaba aquella zona de la sala, que por lo demás estaba tan oscura como la boca del lobo.
Aelita observó a sus amigos uno por uno. Le alegraba que se encontrasen allí con ella, y sentía que no tenían tiempo que perder. Odd y Yumi le habían contado las últimas noticias. La situación estaba alcanzando un punto realmente crítico.
—Ulrich y Eva están a salvo —dijo X.A.N.A. en aquel momento—. Si queréis, puedo establecer un puente de conexión con ellos, para que habléis.
Aelita notó cómo los ojos de Yumi se iluminaban de entusiasmo, así que decidió anticiparse a su amiga.
—Espera —dijo—. Lo primero que tenemos que hacer es decidir cómo atacar a los terroristas. Necesitamos a Jeremy.
Yumi frunció el ceño. Aelita sabía que no veía la hora de hablar con Ulrich.
—¡Claro que sí! —aprobó, por el contrario, Odd con entusiasmo—. ¡Debemos pillarlos por sorpresa, atacarlos, destruirlos, echarlos para siempre de la Ciudad de la Torre de Hierro!
—Vale, vale, campeón —replicó Yumi—. Pero ¿qué es lo que tienes intención de hacer?
—Umm... Bah... No lo tengo claro. ¡Por eso nos hace falta llamar a Jeremy!
X.A.N.A. les explicó que había tratado de ponerse en contacto con el muchacho a través de la otra parte de él, la que se encontraba dentro de Lyoko, pero que no había habido manera de conseguirlo. Ahora era Mago en persona quien manejaba la consola del superordenador.
—Y entonces, ¿cuál va a ser nuestra próxima jugada? —preguntó Odd.
—Salgamos de aquí —decidió Aelita tras detenerse un momento a reflexionar—. Estoy harta de seguir encerrada en el Mirror.
—La única forma de escapar de este lugar —les explicó X.A.N.A.— es crear un portal que ponga en contacto el Lyoko del pasado con el del presente. Aún no lo he logrado porque hay un pequeño problema: dentro del Mirror, Lyoko sólo existe cuando el superordenador de esta fábrica está en funcionamiento... Por eso me va a hacer falta la ayuda de todos vosotros a la vez. ¡Y tendremos que estar bien coordinados! Vais a usar vuestros mandos para accionar el superordenador y manejar la consola. De esa forma, Aelita y yo emplearemos las columnas-escáner
para entrar dentro del Lyoko de 1994. Una vez allí, ¡remos hasta una de las torres, y desde ella podré crear un acceso.
—Pero ¡si lo hacemos así, Yumi y yo nos quedaremos plantados aquí! —protestó Odd.
—Tengo algo mejor en mente —le replicó X.A.N.A. con una sonrisa—. Con mis poderes y la ayuda de Aelita podré crear desde el Lyoko de dentro del Mirror un puente que lo conecte con el propio Mirror, y a través de él pasaremos al Lyoko de verdad, el de vuestro presente.
—Si tú lo dices... —comentó Odd con una ceja alzada y cara de desconfianza—. Pero a mí todo eso me parece un galimatías, tío. ¿No nos estarás tomando el...?
—¿Y tú? —le preguntó Aelita a X.A.N.A., haciendo caso omiso de las paranoias de Odd. Ella tenía sus propias dudas—. Dentro del Lyoko del presente ya hay un X.A.N.A., así que, ¿qué te va a pasar a ti? ¿Desaparecerás?
—Simplemente me fundiré con la otra parte de mí y volveré a ser una única entidad. El X.A.N.A. que ahora vive dentro de Lyoko es mucho más poderoso que yo, pero todavía le falta algo: su parte humana, que soy yo.
Odd y Yumi lo miraron con asombro.
—Creo que Aelita —añadió X.A.N.A. tras respirar bien hondo— ha despertado en mí algo que ni siquiera sabía que tenía. No me resulta fácil de explicar, pero estoy convencido de que las emociones que estoy sintiendo han exterminado el virus del castillo. Si yo soy el antídoto, cuando me una al núcleo central de X.A.N.A. podré curar también esa parte de mí.
El muchacho dejó de hablar. No conseguía expresar lo que estaba pensando, y eso no le había pasado nunca antes. Aquel período de tiempo que había transcurrido encerrado con Aelita dentro del Mirror lo había cambiado. Había descubierto sentimientos que no había experimentado jamás: la amistad, las ganas de ayudar a alguien, el valor... y hasta el miedo. Hannibal Mago podía apagar el superordenador de un momento a otro, y él no quería que lo desactivasen. Estaba arriesgándolo todo para ayudar a aquellos muchachos.
—Creo que ya entiendo lo que quieres decir —dijo Aelita con una sonrisa—. La parte de ti que se encuentra dentro de Lyoko todavía no está completa, porque le falta la pieza fundamental: la humanidad. Y la humanidad de X.A.N.A. eres tú, que ahora estás con nosotros aquí, en el Mirror, y nos estás salvando. Por eso, cuando te reúnas con tu otra mitad... te convertirás en un ser humano de verdad. Tal vez no tengas un cuerpo de carne y hueso como el nuestro, pero eso no importa. Dentro de ti serás humano.
Aelita se levantó, se acercó al muchacho, que aún estaba levitando en el aire, y lo tomó por una mano. Yumi sonrió e imitó a su amiga. Odd observó a X.A.N.A. algo sorprendido.
—¡Bah, por qué no! —dijo al final—. ¡Ahí va mi mano!
Ahora los cuatro muchachos estaban uno al lado del otro, con las manos apoyadas una sobre otra. X.A.N.A. sentía el calor de su piel humana, y también otro calor distinto, más intenso. Una forma de energía misteriosa que aumentaba dentro de él, causándole una sensación de paz.
Hannibal Mago era un hombre muy peligroso, pero ellos eran muchos, y estaban unidos. Podían conseguirlo.
X.A.N.A. sonrió.
Aunque él no podía saberlo, aquélla fue su primera sonrisa humana.



El helicóptero de Dido había traído mantas, combustible para los generadores y otros artículos de primera necesidad.
Con aquellas provisiones y las cajas de equipamiento que ya había llevado Lobo Solitario, la situación se estaba normalizando en la academia Kadic. Los estudiantes habían regresado a sus habitaciones, y el director Delmas había dado la orden de retomar las clases. Ahora eran los hombres de negro quienes montaban guardia en el parque para controlar que los de Green Phoenix no les jugasen ninguna mala pasada.
Dido, por su parte, se había hecho con el laboratorio de ciencias. Allí había ordenadores, conexión ADSL a Internet y todo lo que le hacía falta para estar en contacto con la sede operativa de Bruselas y gestionar las operaciones de sus hombres.
La amenaza de Mago pendía sobre su cabeza como la afilada espada de Damocles. Dido conocía a aquel hombre desde hacía mucho tiempo, y sabía que era capaz de llevar a cabo su plan. Pero también sabía que no le habría bastado con asediar a toda una nación. Otros países seguirían el mismo camino que Francia, hasta que Mago lograse obligar a todos los gobiernos del mundo a doblegarse a su voluntad.
La mujer se concentró por un instante en la cálida luz que entraba por las ventanas del laboratorio. Ni siquiera parecía invierno. En la Ciudad de la Torre de
Hierro hacía mucho más calor que en Washington. Dido llevaba años sin visitar aquel lugar, y le habría gustado poder pasear por las calles del centro, tomarse un exquisito chocolate caliente en uno de sus encantadores bistrots, los cafetines típicos de allí, y puede que ir más tarde a algún museo. Qué pena que no tuviese tiempo. Si no encontraba rápidamente una solución, nadie iba a volver a beber chocolate durante una buena temporada.
Alguien llamó con los nudillos a la puerta.
—Adelante —dijo Dido mientras se quitaba los auriculares y el micrófono para las videoconferencias.
Se trataba del director. El señor Delmas era un hombrecito regordete con el pelo gris, una barba bien cuidada y pequeñas gafas cuadradas. Dido se percató enseguida de que se sentía cohibido.
La mujer intentó dedicarle una sonrisa alentadora.
—¿Puedo hacer algo por usted?
—En realidad, sí —le respondió el hombre—. Quería saber qué tal están yendo las cosas... Si tienen ustedes... algún plan.
Dido sintió que la expresión de su rostro se endurecía. Sabía que el momento de esa conversación iba a llegar antes o después, pero la habría pospuesto con muchísimo gusto. Estaba a punto de darle al director un buen puñado de malas noticias.
—Llevo toda la mañana hablando con los representantes del gobierno francés, del ejército y hasta de la ONU, y sólo se ponen de acuerdo sobre un punto: no podemos doblegarnos a las exigencias de los terroristas.
Dido respiró hondo. El director Delmas estaba de pie al lado de la cátedra, con la espalda un poco curvada.
Ahora venía la parte complicada del asunto.
—Mago es un chiflado, y para él conquistar Francia no sería más que el principio. Si aceptamos sus condiciones, Green Phoenix sumirá todo el planeta en el caos más absoluto. No podemos permitírselo. El gobierno me ha encomendado la difícil tarea de volver a hablar con él y tratar de convencerlo para que renegocie. En caso de que no aceptase mi propuesta...
—¿Qué pasaría entonces? —preguntó Delmas con un hilo de voz.
—Tendríamos que impedir que cumpliese sus amenazas, así que nos veríamos obligados a atacarlo antes de mañana a mediodía. Mis agentes ya están listos para ponerse en marcha. Usaremos todos nuestros recursos para conquistar la fábrica. Nos esforzaremos al máximo para conseguirlo y evitar recurrir a la alternativa...
—¿Qué alternativa?
Dido soltó un suspiro.
—Me refiero al plan de reserva, en caso de que nuestro intento fallase. Estamos pensando en un ataque aéreo para bombardear la fábrica. De esa forma, la invención del profesor Hopper quedará destruida y estaremos a salvo.
—Pero ¡no pueden hacer eso! —exclamó el director—. j En la fábrica podrían estar la profesora Hertz y el resto de los padres! ¡Y quizá también mis chicos se encuentren allí!
—Créame: por desgracia lo sé muy bien. Pero no tenemos otra opción —le respondió Dido—. Sin embargo, le garantizo que haremos todo lo que esté en nuestra mano para llevárnoslos a un lugar seguro.



Se separaron. Odd descendió al último piso de la fábrica para bajar la palanca que ponía en marcha el superordenador. Yumi se quedó en el primero para controlar la consola de mando. X.A.N.A. y Aelita fueron juntos al segundo piso, donde se encontraban los escáneres.
Aquellas tres columnas, dispuestas en el centro de la sala como los vértices de un triángulo, parecían rígidos árboles de metal colgados boca abajo y enraizados en el techo mediante un intrincado sistema de cables y tubos. La habitación estaba a oscuras, pero X.A.N.A. la estaba iluminando con la pequeña esfera de luz, que ahora flotaba sobre la palma de su mano.
En su fuero interno, Aelita sentía que todo iba a salir bien. Ahora volvían a estar unidos, y pronto se encontrarían todos juntos dentro de Lyoko. En realidad seguiría faltando Jeremy, pero seguro que el muchacho daba con la forma de echarles una mano desde la fábrica.
Las luces del segundo piso se encendieron de repente, haciendo que las paredes resplandecieran con una delicada tonalidad entre el amarillo y el naranja. Aelita oyó la voz de Yumi, que salía de los altavoces ocultos en el techo.
—¡Odd lo ha conseguido! —exclamó—. Los instrumentos de la consola están funcionando. Puedo virtualizaros dentro del Lyoko de 1994, así que... ¡preparaos! Perdonad si tardo un poco, pero ¡es que no es nada fácil usar el ordenador mientras sujeto con una mano el mando este!
Aelita y X.A.N.A. soltaron una risita, y luego fueron hasta las dos columnas que les quedaban más cerca.
—Nos vemos al otro lado —susurró Aelita al tiempo que se sumergía en la luz cegadora que llenaba el interior de la columna.
La transformación fue muy distinta de lo que recordaba. No sintió ningún viento procedente del suelo del escáner, ni aquella familiar sensación de hormigueo. Sencillamente, parpadeó un par de veces y se encontró dentro de Lyoko.
Estaba en el sector del hielo, donde todo se hallaba cubierto por una capa de espesa y blanquísima nieve. Sobre su cabeza había un cielo tan profundamente azul marino que parecía casi negro. Un instante después, X.A.N.A. se encontraba a su lado.
—Curioso —murmuró el muchacho—. El paso del Mirror a Lyoko ha sido diferente de lo que había previsto.
—El Mirror —comenzó a decir Aelita, asintiendo pensativa con la cabeza— se basa en los recuerdos de mi padre, y él no tenía idea de cómo es en realidad la virtualización.
La muchacha alargó una mano ante sí. A lo lejos, en el horizonte, se veía una torre blanca que descollaba en medio de aquel desierto de nieve como un dedo apuntando hacia el cielo.
—Tenemos que llegar hasta allí, ¿verdad? —dijo Aelita—. Pues, entonces, démonos prisa.

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