domingo, 22 de enero de 2012

Capítulo 17

17 
LA FUGA DE MAGO

Odd vio a cámara lenta cómo el soldado que tenía delante levantaba su arma, y en medio de toda aquella confusión le pareció oír el clic del gatillo.
Hubo una explosión ensordecedora, y el muchacho cerró los ojos y se agarró con todas sus fuerzas al corto y lustroso pelaje de la pantera. La criatura saltó, levándolo muy alto, y por un instante el techo y el suelo se confundieron.
Cuando volvió a abrir los ojos se dio cuenta de que todavía estaba de una pieza. El soldado se encontraba tirado en el suelo, bajo las zarpas de la pantera digital, y se quejaba en un extraño idioma.
—¡Yujuuuu! —estalló Odd, y su grito terminó transformándose en una carcajada salvaje.

El muchacho analizó a toda prisa la situación. Ae~ lita y Eva se las estaban apañando estupendamente. El unicornio cargaba contra los soldados, los derribaba a golpe de casco mientras su pequeña amazona elfa disparaba esferas de energía. Eva gritaba sin descanso, creando una auténtica lluvia de afiladas notas de todos los colores que se abatían sobre los hombres de Green Phoenix. Algunos de ellos ya habían dejado caer sus armas y se estaban rindiendo.
Odd se volvió justo a tiempo para ver cómo se cerraba la puerta del ascensor. Dentro de la cabina había un hombre vestido de amarillo.
—¡Hannibal Mago se está escapando! —gritó alguien.
El muchacho se giró en dirección a aquella voz. Quien había gritado era la profesora Hertz, que se encontraba al otro lado de una estrecha abertura. Odd escrutó la compuerta. No era demasiado ancha, pero...
Tomó una decisión. Golpeó con los talones en las ijadas de la pantera y se echó sobre su lomo, con la cara aplastada contra el suave pelaje y tratando de mantenerse lo más bajo posible. La criatura entendió al vuelo sus intenciones, y atravesó toda la sala a una velocidad espantosa mientras los soldados de Mago se apartaban para que no los arrollase. La pantera se
asomó a la abertura, inclinó la cabeza, flexionó sus patas delanteras y saltó.
Atravesó volando el metro y medio del túnel vertical y aterrizó al otro lado, entre las turbinas.
Odd saludó a los señores Ishiyama. A continuación vio a Richard, y se le iluminó la cara.
—¿Sabes si por casualidad se puede llegar desde aquí al bajo?
—S-s-sí... —balbuceó Richard con una expresión descompuesta en el rostro—. Nosotros hemos pasado por los conductos de ventilación, pero ahí al fondo hay unas escaleras...
—¡Perfecto! —exclamó Odd—. Entonces, venga, sube.
—Pero... ¿adonde?
—Pues a la grupa de la pantera, hombre, ¿no te digo? ¡Vamos a ajustarle las cuentas a Mago de una vez por todas!




Ulrich y Yumi se acercaron el uno a la otra y se dieron la mano. Luego sonrieron y se abrazaron.
—Has estado estupenda —dijo Ulrich con la mirada imantada a los ojos oscuros y profundos de la muchacha.
—Dejémoslo en que los dos hemos estado geniales —respondió ella con una sonrisa.
Y, en efecto, habían llevado a cabo un buen trabajo. Todos los soldados de la sala de los escáneres habían sido neutralizados, y ahora estaban en una esquina, atados de dos en dos. Cada soldado llevaba un par de esposas colgando del cinturón, y eso había resultado de lo más útil... para los muchachos.
La manta de Ulrich estaba posada en el suelo, y ahora parecía una gran alfombra triangular de color naranja. El zorro de plata se hallaba acurrucado junto a ella con la cabeza entre las patas.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Yumi. Ulrich se encogió de hombros y se lo pensó por un instante.
—¡Vamos a la planta baja de la fábrica, a rematar la faena! —dijo a continuación.
El ascensor estaba ocupado. Los muchachos apretaron el botón de llamada y esperaron con impaciencia a que se abriese la puerta. Cuando el contenedor por fin los llevó arriba con un ruido sordo de cables y la puerta se abrió en la planta baja, se toparon con una auténtica escena de guerra.
Había decenas y decenas de soldados disparándose los unos a los otros, parapetándose tras las pilas de vigas o agazapándose detrás de las carretillas de carga y las enormes bobinas de cable. Algunos iban
vestidos con el uniforme verde de Green Phoenix, y otros llevaba trajes de neopreno negro y gruesos chalecos antibalas del mismo color.
Yumi soltó un lento silbido, estupefacta.
—¡Metámonos en el ajo! —la animó Ulrich.
El pequeño samurai saltó sobre su manta y desenvainó la catana.
Un cuchillo arrojadizo tan afilado como una navaja de barbero voló hacia Ulrich, y el muchacho lo partió por la mitad con un mandoble perfectamente calculado de su espada. Después se zambulló de cabeza en aquel caos de cuerpos, gritos y balazos.



Dido y el director Delmas se encontraban en el laboratorio de ciencias.
La mujer, que llevaba un par de grandes auriculares que le tapaban las orejas, mantenía los ojos clavados en los monitores de sus ordenadores.
A su lado, Delmas lo observaba todo en silencio, sentado en una silla demasiado pequeña para su envergadura. El director tenía miedo. Dido lo sabía, y ella también tenía miedo, pero no podía echarse atrás.
El reloj que había colgado en la pared de enfrente marcaba las doce y dieciocho minutos. La imagen del ordenador principal temblequeó un momento, para luego dibujar las líneas del rostro de Maggie.
—¿Y bien? —dijo Dido con un hilo de voz tras soltar un suspiro.
—Hemos recibido el informe preliminar del escuadrón 1 aéreo y el escuadrón 3 de infantería. Por desgracia, no hay buenas noticias. Alguien ha volado por los aires el puente entre la ribera y el islote, y las armas de defensa de Green Phoenix han impedido a nuestras alas delta aterrizar sobre el tejado de la fábrica. Esos dos equipos se han quedado aislados fuera.
Dido volvió a exhalar un profundo suspiro. Gracias a los auriculares, el director Delmas no había podido oír ni una palabra, pero debía de haber intuido algo por sus expresiones. La mujer tenía las manos sobre las rodillas, tensas como dos garras arrugando sus pantalones, y las venas de sus antebrazos estaban empezando a hincharse.
—¿Y el escuadrón 2? —preguntó, no sin temor.
—Los hombres rana han llegado al objetivo. Desgraciadamente, las costas del islote estaban plagadas de alarmas que han puesto en guardia a los terroristas. Hemos perdido el contacto con ellos, pero por los informes del escuadrón 3 sabemos que está teniendo lugar un enfrentamiento armado en el interior del edificio.
—Avisa al escuadrón 3 de que deben ir a La Ermita. ¡Quiero ese chalé despejado de terroristas ya mismo!
Dido abrió una ventana en la pantalla. Era la imagen de un cazabombardero, un F-16 sin ninguna seña distintiva y con las alas triangulares cargadas de misiles. Cuervo Negro.
—¿A qué altura estamos de la otra operación? —preguntó Dido.
—Cuervo Negro ha despegado puntualmente de nuestra base secreta en Islandia. Alcanzará el objetivo a la hora establecida.
—Muy bien —comentó Dido, y se detuvo un momento para reflexionar antes de proseguir—. Quiero un enlace de radio punto a punto para estar en contacto directo con el piloto. Seré la única persona que pueda comunicarse con él.
La secretaria asintió.
—Espero de verdad que Cuervo Negro regrese a la base con toda su carga, señora.
—Sí, Maggie, yo también lo espero.



Odd y Richard dejaron atrás las escaleras y llegaron a la sala de máquinas que los soldados de Mago habían convertido en su comedor. Cuando la pantera irrumpió en la sala, todos los hombres alzaron la cabeza y empuñaron las armas.
Odd espoleó a su criatura, que pegó un salto y se lanzó al galope por la hilera de mesas con un rugido terrorífico. Richard respondió con un gritito asustado.
Ése era justo el estilo preferido de Odd: una entrada en escena a la grande, molona.
El muchacho se puso en pie sobre el lomo de la pantera en movimiento y tomó impulso. Mientras Richard continuaba su alocada carrera sobre las mesas, se agarró a un tubo que salía del techo y, utilizándolo como si fuese una barra de gimnasia acrobática para dar una voltereta, empezó a disparar flechas láser a diestro y siniestro. Apuntó con una gran precisión, destruyendo fusiles, desarmando soldados y haciendo añicos las hojas de los cuchillos que comenzaban a volar por la habitación como un enjambre mortal. Luego se dejó caer, aterrizó sobre la espalda de un soldado que terminó patas arriba por los aires, pasó corriendo bajo una mesa y siguió lanzando flechas a ras del suelo.
Se lo estaba pasando bomba.



Yumi ya había comprendido cómo iban las cosas: los soldados de verde eran los malos, y los de negro,
los buenos. Cuando Ulrich y ella llegaron, los de negro estaban perdiendo la batalla. Eran pocos, mientras que los hombres de Green Phoenix parecían las cabezas de la hidra de Lerma.
Sin embargo, los dos muchachos habían cambiado el equilibrio de fuerzas en el campo de batalla. Daban la impresión de estar por todas partes. Ulrich aparecía sobre su manta en medio de todas las peleas al tiempo que giraba su espada como las palas de un helicóptero, mientras que el zorro de Yumi se escabullía de un lado a otro de la sala entre las sombras y los montones de vigas para después atacar a los terroristas por sorpresa.
La muchacha apuntó a las delgadas columnas de metal que sostenían un tramo de pasarela relucientemente nuevo. Sus abanicos salieron volando con un siseo, atravesaron las columnas como si fuesen de mantequilla y volvieron a sus manos. Los soldados de Green Phoenix que estaban agazapados allí abajo alzaron la cabeza, preocupados por el chirrido que les estaba llegando de arriba, y vieron que se les venía encima toda la pasarela.
—¡Buen tiro! —chilló una voz.
Yumi se dio media vuelta y sonrió. Por una puerta estaban entrando Odd y Richard. El muchacho de más edad iba a lomos de la gran pantera, que se diría fuera de control, mientras que Odd los seguía a grandes saltos, apoyándose sobre manos y pies en cualquier superficie, ya fuese horizontal o vertical. Parecía un auténtico gato.
—¡Ojo con ese tipo vestido de amarillo! —gritó enseguida—. ¡Es Hannibal Mago!
Yumi se giró en la dirección que le estaba señalando Odd, y lo mismo hicieron muchos de los hombres de negro, que de inmediato comenzaron a disparar hacia allí.
La muchacha vio cómo el jefe de Green Phoenix, soltando maldiciones y tacos de todos los colores, sacaba una gran pistola plateada de su americana para responder al fuego de sus enemigos. A continuación se refugió tras una columna para recargar el arma. Cuando salió de detrás de su parapeto, durante una fracción de segundo los ojos de la muchacha y los del hombre se encontraron. Después Mago disparó seis tiros sin solución de continuidad.
El zorro de Yumi saltó hacia un lado para evitar que la muchacha fuese alcanzada por los proyectiles... pero a él le acertaron en medio del pecho.
—¡No! —gritó Yumi.
El zorro se transformó bajo ella en una cascada de brillantes que se disolvieron en el aire como cenizas. La geisha rodó por el suelo.
Una nueva andanada de disparos la obligó a saltar hacia un lado para ponerse a salvo. Odd llegó hasta ella y se agazapó detrás de una carretilla de carga que yacía de costado.
Yumi observó al hombre con una mirada gélida.
—Mago me las va a pagar. Vamos a por él.



Ulrich estaba combatiendo con un ardor increíble. La manta lanzaba rayos láser por la cola mientras el muchacho desplegaba su destreza con las artes marciales para atacar con la espada, esquivar y derribar a patadas a sus enemigos. Richard tampoco lo estaba haciendo mal... más que nada gracias a la pantera.
—¡Ulrich! —lo llamó Yumi—. Odd y yo nos encargamos de Mago.
El muchacho saltó de la manta con una patada giratoria que mandó al suelo a un par de soldados. Se giró y levantó dos dedos en señal de victoria.
—Vale. Por aquí la situación ya está bajo control.
Yumi sonrió. A continuación, Odd y ella intercambiaron un gesto cómplice, y ambos salieron de un brinco de detrás de la carretilla de carga.
El jefe de Green Phoenix se había encaramado a una de las pasarelas colgantes que aún estaban intactas, y corría como un desesperado hacia las puertas que daban a las oficinas. Odd tomó carrerilla y dio un salto que lo llevó directamente encima de la pasarela, rebotando luego sobre ella como si sus piernas fuesen un par de muelles. Yurni también hizo una pirueta en el aire, se aferró a una viga que colgaba de una vieja grúa y la aprovechó como si se tratase de un péndulo para reunirse con su amigo.
—¿Por dónde se ha ido? —le preguntó a Odd en cuanto se encontró a su lado.
—Por allí.
Por debajo de ellos la batalla estaba arreciando. Los dos muchachos corrieron por la pasarela y derribaron la puerta que Mago había cerrado tras de sí tan sólo unos segundos antes.
Estaban en una sala abarrotada de máquinas de aspecto tétrico. No era un espacio demasiado amplio, aunque el techo era realmente alto. Había un tramo de escaleras que conducía al piso de arriba, el último antes de llegar al tejado.
—Podría haberse escondido en cualquier... —susurró Odd, pero su frase se vio interrumpida por el ruido de otra puerta que se cerraba de un portazo. Los dos muchachos subieron a toda prisa los escalones, preparándose para el combate.
Otra nueva sala con más maquinaria. En esta ocasión, sobre sus cabezas había una inmensa vidriera sucia de aspecto ruinoso por la que se filtraba la tenue luz de la luna.
Hannibal Mago, claramente visible a causa de su ridículo traje de color amarillo canario, estaba trepando por una enorme prensa. El jefe de Green Phoenix parecía conocer aquel sitio al dedillo. Una vez que se encontró en pie sobre la máquina, maciza y cubierta de un polvo gris, se estiró hacia la vidriera del tejado y rompió uno de sus cristales con la culata de la pistola.
—¡Quieto! —le gritó Yurni.
Lanzó sus dos abanicos, pero el hombre fue más rápido que ella y, tras alzarse a pulso, logró salir al tejado, desapareciendo de su vista.
Yurni recuperó los abanicos. Odd y ella llegaron corriendo a la prensa a la que Mago se había subido y permanecieron agachados para evitar un posible ataque a balazos. Pero lo único que les llegaba del tejado de la fábrica era un profundo silencio.
Los dos muchachos saltaron, vieron el hueco que el hombre había abierto a golpes en la vidriera y lo siguieron.
Ahora se encontraban sobre el tejado de la fábrica. Era un plano inclinado hecho de hierro y cristal que descendía hasta los canalones perimétricos de un intensísimo color gris claro que la luz de la luna hacía brillar como si fuese mercurio. Allí arriba hacía bastante frío, y soplaba un viento tan fuerte que Yumi estuvo a punto de perder el equilibrio, resbalando sobre las lisas suelas de sus sandalias de geisha.
Hannibal Mago se estaba desplazando a lo largo de la pendiente del tejado en dirección a una pequeña plataforma de ladrillos rojos que quedaba algo más abajo. Sobre la plataforma había una caja, un contenedor de metal en el que estaba estampillado el símbolo de Green Phoenix.
El hombre oyó el ruido que hacían los muchachos a su espalda y giró la cabeza para mirarlos mientras seguía avanzando, resbalando y sosteniéndose sobre sus manos igual que una gran araña asustada.
Odd dio un paso sobre la plancha de cristal, y se oyó un siniestro crujido, por lo que se apartó de inmediato hacia las guías de hierro.
—Ve con cuidado —le dijo a Yumi—. Esto podría venirse abajo en cualquier momento.
La muchacha se quitó las sandalias y empezó a caminar descalza, siguiendo a su amigo. Hacía demasiado viento como para usar sus abanicos, y Mago estaba demasiado lejos para las flechas de Odd. Prosiguieron despacio, poniendo un pie delante del otro
con los brazos extendidos para mantener el equilibrio, como un par de funámbulos.
Mago se movía de forma descoordinada. Estaba perdiendo los nervios. Seguía empuñando la pistola con una mano, y el arma lo entorpecía. Puso un pie sobre una plancha de cristal rota que se partió bajo su peso. Yumi oyó una imprecación y vio cómo el hombre se ponía a salvo a toda prisa sobre las guías de hierro.
Mago se volvió hacia ellos una vez más, se percató de la técnica que los muchachos estaban empleando, y él también empezó a caminar sobre una imaginaria cuerda floja, un lento paso tras otro.
Odd lanzó algunas flechas, que rebotaron sobre la superficie de cristal sin lograr alcanzar a su enemigo. Mientras tanto, el jefe de Green Phoenix llegó a la plataforma de ladrillos, se acuclilló tras la caja y disparó.
Yumi oyó el estallido, se volvió y vio cómo Odd caía hacia atrás. El proyectil... ¡No era posible, Mago había conseguido acertarle! El chico-gato quedó envuelto por una nube de chispas azules y desapareció.
La muchacha clavó sus ojos en el jefe de Green Phoenix con todo su odio. Sabía que ahora Odd se limitaría a aparecer de nuevo dentro de una de las columnas-escáner de la fábrica, completamente ileso, pero no pudo dejar de pensar en qué habría pasado si su amigo no hubiese tenido los poderes de Lyoko.
Soltando un gruñido, Mago lanzó su pistola a un lado y se dedicó a abrir la caja. Sacó de ella una curiosa mochila hecha de meta! con dos gruesos tubos en la parte de abajo. Se puso el aparato con gestos frenéticos, metiendo los brazos por los resistentes tirantes, que se enganchó luego a la altura de la cadera, y agarró un objeto rectangular que sobresalía de uno de los lados de la mochila, a la que estaba conectado por un cable. Tenía todo el aspecto de un mando de videojuego.
Mago pulsó un botón, y la mochila de metal se encendió con un sordo retumbo, para acto seguido empezar a escupir un fuego denso por sus tubos inferiores.
Finalmente, Yumi comprendió lo que era aquello: un jet-pack, es decir, una mochila cohete. Lo había visto en películas, ¡pero nunca había pensado que algo así pudiese existir de verdad!
El jefe de Green Phoenix apretó otro botón, y por detrás de sus hombros se abrieron con un chasquido dos pequeñas alas. A continuación se elevó unos cuantos metros. El chorro de sus propulsores hizo que la parte del tejado de cristal que tenía a su alrededor estallase en mil pedazos.
¡Hannibal Mago iba a escaparse sin un solo rasguño!
Yumi respiró hondo y echó a correr sobre la delgada guía de hierro. Luego dio una voltereta sobre sus manos con más estilo que una gimnasta profesional y aterrizó sobre la plataforma de ladrillos. La muchacha, que ahora se encontraba a la espalda del hombre, saltó hacia arriba y lanzó sus abanicos. Pero Mago se había dado cuenta de su maniobra, y se giró, describiendo en el aire un viraje cerrado. Los abanicos fallaron el blanco y volvieron a toda velocidad hacia Yumi.
El jefe de los terroristas apretó los botones del mando que tenía entre las manos y se impulsó hacia atrás. De su garganta salió una carcajada parecida a un graznido de triunfo.
—¡Hasta nunca, mocosa!
Por un segundo, Yumi pudo ver el brillo de sus colmillos de oro, y luego el hombre giró sobre sí mismo y empezó a sobrevolar el tejado de la fábrica en dirección al río, cada vez a mayor velocidad.
Se estaba escapando, y Yumi ya no podía detenerlo.
Pero en cuanto llegó a la altura de los canalones, Hannibal Mago oyó el ruido del combustible que empezaba a fluir por los tubos, acompañado de una asquerosa vaharada de petróleo. Se había olvidado de los lanzallamas que él mismo había hecho instalar contra posibles ataques aéreos.
El jefe de Green Phoenix soltó un grito. Manipuló los mandos del jet-pack a toda prisa, y la mochila salió disparada en vertical justo cuando a sus pies comenzaba a brotar un surtidor de fuego. De manera instintiva, levantó las manos para protegerse la cara. Fue un craso error.
Al principio Yumi no entendió qué estaba pasando. Vio cómo el hombre cambiaba bruscamente de rumbo para ascender hacia el cielo mientras el tejado de la fábrica empezaba a arder bajo él, creando una compacta barrera de llamas.
Después, de golpe y porrazo, impulsado por el denso humo que salía de la parte inferior de su mochila a reacción, Mago rompía a dar vueltas sobre sí mismo a toda velocidad.
El jefe de Green Phoenix se elevó muy por encima de aquel muro de fuego, lo superó, y se alejó por el cielo dibujando una estela clara que recordaba a la de un cometa.
Los lanzallamas se apagaron con la misma rapidez con la que se habían activado, y en la oscuridad que volvió a inundar la noche, Yumi vio cómo Hannibal Mago perdía altura y describía un largo arco sobre el río silencioso. Luego se precipitó en él, levantando un gran chorro de agua.

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