miércoles, 18 de enero de 2012

Capítulo 6

                                                          6 
                                    INCURSIÓN EN LA ERMITA

—No me fío de Jeremy —declaró X.A.N.A.
Aelita se sentó junto a él en el sofá. Jeremy se había visto obligado a cortar la conversación de improviso porque los soldados de Mago se estaban acercando, y X.A.N.A. y ella se encontraban de nuevo solos.
Aelita agarró la mano del muchacho.
—¿No lo entiendes? La teoría de Jeremy lo explica todo: tú y yo éramos amigos, pero luego me hirieron y no pude volver a ir a verte. Y entonces el virus que había dentro de ti se activó. En ese momento perdiste tus emociones y te convertiste en algo distinto. En una máquina. La máquina que mató a mi padre —Aelita sintió que su corazón empezaba a latir más fuerte. No podía por menos que pensar en ello: X.A.N.A. había asesinado a su padre. Él se había saorificado para destruir para siempre aquella invención suya que había quedado fuera de control—. Pero ahora eres diferente del X.A.N.A. contra el que combatía dentro de Lyoko —continuó—, y si quieres, puedes ayudarnos.
—¿Cómo? Le he propuesto a Jeremy que creemos nuevos robots para utilizarlos contra Green Phoenix, pero él no quiere.
La muchacha se esforzó por sonreír.
—Es mejor que no pongamos sobre aviso a los terroristas, al menos por ahora. Mientras tanto nosotros podemos pasar algo de tiempo juntos, conocernos mejor y recuperar los años perdidos. Ya verás como pronto pasará algo y entraremos en acción.
Se puso en pie. Estaba cansada de seguir encerrada en La Ermita. Fuera hacía una espléndida tarde de verano, y ella tenía ganas de respirar un poco de aire fresco.
—Vente conmigo —propuso—. Vamos a dar un paseo.


Yumi oyó el ruido de las chinas al golpear contra la ventana del trastero. Era Odd. Tal y como habían acordado, no había respondido a su mensaje, sino que había salido para allá a toda prisa.
La muchacha miró su reloj. Las doce y cuarto de la noche. Hacía poco que los hombres de negro habían vuelto al gimnasio, habían cogido las cajas con todo el equipo y se habían ido. Se estaban preparando para la misión. Y ahora era su turno.
La muchacha trepó con agilidad por los estantes cargados de pesas y balones medicinales, abrió la ventana del gimnasio y sacó la cabeza fuera.
Odd y Richard la saludaron con la mano.
—¡Esperad ahí! —siseó.
Bajó de los estantes, agarró una mochila bombona y se la lanzó a sus amigos por el hueco de la ventana. Luego continuó hasta quedarse sin más equipo que arrojar, y ella también pasó al otro lado del marco.
Yumi miró fijamente a Richard, jadeando por el esfuerzo de tanto lanzamiento.
—¿Y bien? —preguntó—. ¿Lo he cogido todo?
—Sí, bueno... —le contestó el muchacho con una sonrisa—. Éste no es exactamente el equipo que me esperaba. Son rebreathers de tipo militar, o sea, que cuentan con un sistema de recirculación del aire exhalado muy silencioso, y tienen la ventaja de no hacer burbujas bajo el agua.
—¡Uau! —exclamó Odd, siempre entusiasta de todo lo que se saliese de lo normal.
—El problema es que son algo complicados de utilizar. Voy a tener que explicaros muy bien cómo funcionan.
—Y nosotros nos lo aprenderemos de rechupete —dijo Yumi al tiempo que le guiñaba un ojo a Odd—. A estas horas, los demás ya se habrán sumergido.


—¡Uf! —bufó Eva—. ¡Llevamos ya una hora aquí, y estoy empezando a aburrirme!
Ulrich suspiró y puso los ojos en blanco. Habían llegado al final del puente, y éste terminaba en un inmenso cilindro hueco que parecía estar hecho de roca azul. El cilindro no tenía asideros, y era tan profundo que no se veía el fondo. Una caída desde aquella altura... Aunque en realidad Ulrich no sabía si lo mataría. Se encontraba dentro de Lyoko, y en aquel mundo no tenía huesos que romperse, sino tan sólo puntos de vida. Aunque a saber qué pasaría si se estrellaba contra el suelo: no tenía la menor gana de descubrirlo.
—Oye, tú —lo llamó Eva—. ¿Se puede saber por qué no me contestas? ¿La tienes tomada conmigo, por casualidad?
—¡¿Es que no te puedes quedar calladita un rato?! —soltó Ulrich—. Estoy pensando en qué es lo
que tenemos que hacer. Si no encontramos una forma de bajar, nos va a tocar desandar todo el camino hasta la Primera Ciudad.
Eva se sentó al borde del abismo, con el ceño fruncido.
—No tenía que haberos seguido a ti y a ese cuatro ojos. No sois más que unos mocosos y unos chiquilicuatres.
Por un instante Ulrich se lamentó de que Eva hubiese aprendido tan bien su idioma. Pero luego su atención se vio atraída por un ruido.
Era un roce repetitivo, como el sonido de las páginas de un libro hojeado a toda prisa. Y se estaba volviendo cada vez más fuerte. El muchacho desenfundó la catana que llevaba colgada del cinturón y se puso en guardia. Su espada de samurai tenía la hoja tan lustrosa que parecía brillar con luz propia.
—Pero ¿qué haces? —dijo Eva mientras se ponía en pie de un salto.
—Estáte bien atenta —murmuró Ulrich—. Ya vienen.
Las mantas brotaron del precipicio. Eran dos criaturas enormes, blancas y negras. Tenían un cuerpo formado por una única aleta-ala triangular que acababa en una larga cola puntiaguda. 
Las criaturas no tenían ojos ni boca, pero de sus morros salían dos pequeños cuernos que vibraban en el aire.
—¿Qué demonios es eso? —chilló Eva.
—Un par de monstruos de X.A.N.A. —le respondió Ulrich.
El muchacho apretó más los dedos en torno a la empuñadura de la espada, preparándose para el combate.
—No tengáis miedo: esta vez las mantas no están aquí para atacaros.
La que había hablado era una voz profunda que parecía venir de todas partes al mismo tiempo.
—¿Eres X.A.N.A.? —gritó Ulrich—. ¿Qué es lo que quieres de nosotros?
—Jeremy se ha puesto en contacto con Aelita y conmigo, que estamos en el Mirror. Hemos llegado a... una especie de acuerdo.
Ulrich no sabía qué hacer. No se fiaba ni un pelo de X.A.N.A. Era su enemigo, el que les había hecho pasar tantos malos tragos, contra el que habían combatido un sinfín de batallas. Pero de momento las mantas no habían usado sus colas láser para dispararles.
—He venido aquí para llevaros a un lugar seguro —prosiguió la voz—. Jeremy y yo estamos elaborando un plan para enfrentarnos a Green Phoenix, y vuestro amigo sostiene que vosotros dos podríais resultarnos de utilidad, aunque yo no veo de qué manera. Por lo tanto, la decisión es vuestra.
Con una firme sacudida de sus alas, las mantas descendieron en círculos sobre ellos hasta posarse en la superficie del puente, a la espera.
Eva sonrió, dio varias palmadas de contento y subió a la grupa del monstruo que le quedaba más cerca. Se agarró a los minúsculos cuernos de la criatura como si fuesen sus riendas.
—This is so cool! —gritó—. ¡Mil veces mejor que las clases de equitación de la Meredith School! Mis amigas se van a morir de envidia.
—Vale, de acuerdo —le gritó Ulrich a la voz invisible mientras volvía a enfundar su espada—. Llévanos adonde quieras.
Y luego él también se montó sobre la manta.


Era una noche sin luna, y el parque del Kadic parecía estar profundamente dormido.
Odd sintió un escalofrío dentro de su traje de neopreno. Dejó en el suelo la gran tapa de la alcantarilla, y luego se volvió para mirar a Yumi y a Richard. Tuvo que taparse la boca con ambas manos para no explotar en una sonora carcajada.
Yumi parecía haberse convertido en una astronauta. Tenía el pelo aprisionado dentro de la capucha del traje, y la máscara de buceo le cubría la cara por completo. Dos grandes tubos oscuros le sobresalían a la altura de la boca, curvándose después hacia atrás como un par de tentáculos hasta unirse con la mochila de las bombonas.
Richard se giró hacia Odd con una sonrisa en los labios.
—¡No te rías tan pronto, que ahora te toca a ti!
El joven repitió de cabo a rabo todas las instrucciones acerca de cómo utilizar el rebreather, y ayudó a Odd a ponerse el equipamiento.
—Perfecto —exclamó Richard al final—. Desde aquí hasta el chalé la travesía será muy breve, así que sólo tenéis que acordaros de seguirme muy de cerca. ¿Está todo claro?
Odd trató de hablar, pero de sus labios no salió más que un gruñido. La máscara apestaba a plástico, y le provocaba una terrible sensación de ahogo.
Mientras Richard acababa de vestirse, Odd enfocó la linterna subacuática en la dirección de la alcantarilla. Tras un pequeño desnivel se entreveía la superficie limosa del río.
Había recorrido junto con el resto de la pandilla aquellos conductos muchas veces para llegar hasta la
fábrica o La Ermita, pero ahora, con las cloacas inundadas, iba a ser una gran aventura. Lo único era que le daba un poco de asco la ¡dea de sumergirse en aquellas aguas apestosas.
Richard pasó junto a él, pisándole los pies con las ridiculas aletas de hombre rana. A continuación se ajustó bien la máscara sobre la cara y se tiró adentro de la alcantarilla, salpicando a Odd hasta la coronilla.
Yumi lo imitó un segundo más tarde.
Odd observó a sus dos amigos desapareciendo en el pequeño pozo, pensó durante un instante que ya era demasiado tarde como para echarse atrás y luego él también se zambulló.
El agua estaba helada y turbia. Por delante de su máscara vagaban partículas que era mejor no identificar, iluminadas únicamente por su linterna. Sintió cómo los lastres que llevaba atados al cinturón tiraban de él hacia abajo. Reguló el chaleco de flotabilidad (Richard lo llamaba BCD) hasta encontrar el ajuste adecuado, y a continuación miró a su alrededor.
No lograba distinguir nada, ni siquiera las paredes del conducto. Se hallaba todo demasiado oscuro, y el agua estaba sucísima. Odd tuvo que esforzarse para no vomitar. ¡Menos mal que la máscara le impedía sentir los olores! Pero la idea de que aquella agua se filtraba por el neopreno, y él estaba bañándose en ella...
Por fin notó las luces, dos pequeños resplandores gemelos que lo esperaban a poca distancia.
El muchacho movió las aletas con suavidad hasta alcanzar a Richard y a Yumi.
Cuando lo vio, Richard alzó un puño con el pulgar levantado y empezó a nadar por el conducto del alcantarillado. Yumi y Odd lo siguieron.
Jeremy estaba sentado ante la consola de mando del superordenador, en el primer piso subterráneo de la fábrica.
En aquellas mismas pantallas había visto a Aelita por primera vez, y desde allí había guiado a sus amigos en un sinnúmero de aventuras virtuales. Pero ahora todo era bien distinto. Dos soldados de Green Phoenix se habían plantado detrás de él, y lo observaban con ojos vidriosos mientras el muchacho trataba de descifrar los códigos del miniordenador de Richard.
Jeremy había consultado los apuntes de Memory, y estaba de acuerdo con las conclusiones de la mujer: la PDA contenía un programa de activación, pero no había forma humana de entender qué debía activarse. Eran los códigos más complicados que había tenido que analizar en toda su vida. ¡No les veía el más mínimo sentido!
El muchacho se quitó las grandes gafas redondas y las limpió con el bajo de su jersey. Por lo menos había conseguido ponerse en contacto con Aelita y hablar con X.A.N.A. En cierta manera, parecía que su amiga había conseguido hacer mella en la inteligencia artificial, atrayéndola a su bando. Y podía llegar a ser una valiosa aliada.
—Vosotros dos: fuera. Así me estáis distrayendo al chaval.
Jeremy se dio media vuelta sobre el sillón giratorio. Las puertas del ascensor volvieron a cerrarse detrás de Memory. La mujer iba vestida con su habitual bata blanca, pero ahora tenía una expresión diferente, con los ojos cercados por pequeñas arrugas de preocupación.
Los soldados se pusieron firmes, hicieron el saludo militar y salieron, marchando tan rígidos como un par de marionetas.
Memory le dedicó a Jeremy una sonrisa cansada, y él notó que ya no llevaba el colgante de oro. Aelita le había comentado que había activado el suyo... ¿Podía ser que el transmisor hubiese funcionado de verdad?
—Estás asombrado —le dijo la mujer—. ¿Por qué?
—Su collar...
Las mejillas de Memory se tiñeron del mismo tono escarlata de su cabello, y con dos dedos se sacó el colgante del bolsillo de la bata.
—No quería que Mago lo viese —murmuró—. Esta tarde me he sentido mal, y me he desmayado. Por eso te han hecho salir de inmediato de Lyoko. Pero ahora estoy mejor.
—Pues no lo parece —replicó Jeremy.
La mujer no había hecho referencia alguna a Aelita ni a Hopper. El muchacho evaluó por un momento si debía desviar la conversación hacia el tema de su amiga, pero luego decidió no decir nada. Podía resultar peligroso.
Durante todos aquellos años, Memory había trabajado para Hannibal Mago, y él se arriesgaba a poner en peligro a Aelita y el resto de sus amigos.
La mujer señaló la pantalla principal de la consola.
—¿Has hecho algún progreso con esos códigos? —le preguntó.
—Todavía nada —le contestó Jeremy, sacudiendo la cabeza—. No consigo encontrar un hilo conductor. Parece un batiburrillo bastante confuso en general.
—Entonces —le dijo Memory al tiempo que le guiñaba un ojo—, dejémoslos estar de momento, y concentrémonos en la Primera Ciudad. El castillo es un arma muy potente, y no debería acabar en las manos equivocadas... Quiero estudiarla con atención. ¿Te apetece ayudarme?
Jeremy asintió en silencio.


Odd estaba anonadado por el profundo silencio que había allí abajo. El rebreather no hacía prácticamente ruido, y el muchacho tan sólo oía el sonido jadeante y amortiguado de su propia respiración. Las aletas de Richard y Yumi ondeaban ante su rostro como sombras un tanto difuminadas.
Habían recorrido un laberinto que a Odd le había parecido extraño y nuevo, bien distinto del recorrido que había hecho a pie millones de veces.
El conducto circular de la cloaca se había transformado ahora en un pasillo largo y estrecho. Los muchachos lo recorrieron hasta el final antes de ponerse a nadar hacia arriba, siguiendo una escalera inundada excavada en el cemento. Después, el nivel del agua comenzó por fin a bajar.
Richard se apoyó en los escalones y levantó la cabeza, sacándola del agua.
—¡Buuuuufff! —exclamó Odd mientras se quitaba la máscara—. ¡Otro minuto más de silencio y reviento!
—Habla más bajo —le advirtió Yumi—, que los soldados de Green Phoenix podrían estar justo aquí detrás.
Odd miró a su alrededor. La escalinata desaparecía a su espalda bajo una capa de agua gélida y sucia. Delante de él, por otro lado, tenía una puerta que el muchacho reconoció de inmediato. Era la que separaba el pasadizo subterráneo de los sótanos de La Ermita. Habían llegado.
—¡Esta agua suelta una peste de mil demonios! —se quejó—. Me están entrando ganas de vomitar.
Antes de que pudiese acabar de hablar, la puerta de metal se entreabrió, y una mano armada con una pistola se asomó por el estrecho hueco.
Richard soltó un chillido y se resbaló en los húmedos escalones, cayendo de espaldas en el agua con un sonoro choff.
—¡No disparen! —se apresuró a gritar Odd al tiempo que levantaba los brazos.
Por encima de la mano se dibujó un rostro que el muchacho no reconoció al principio: le faltaban las gafas, y llevaba el pelo rizado aplastado dentro de la capucha del traje de neopreno.
—¿Qué estáis haciendo vosotros aquí? —preguntó la profesora Hertz.
—Bueno, verá, nosotros... hemos venido para echarles una mano.
Hertz sacudió la cabeza con resignación. Ayudó a Richard a salir del agua. El joven tenía el aspecto atemorizado de un cachorrillo.
Odd no podía creer lo que veían sus ojos. La profesora empuñaba con ambas manos una pistola gigantesca, y no se parecía en absoluto a la tranquila docente de ciencias que él conocía tan bien. Se había transformado en un agente secreto. Había vuelto a ser la mayor Steinback.
—No deberíais haber venido aquí—siseó la mujer.
—¡En realidad la culpa es suya! —protestó Odd—. Hasta ahora nosotros nos hemos encargado de todo el trabajo sucio, pero cuando por fin llega el momento de hacer algo divertido...
La profesora le lanzó una mirada heladora.
—Esto no tiene nada de divertido, Odd. Hemos de enfrentarnos a unos terroristas, y estas pistolas disparan balas de verdad. Deberíais haberos quedado en el Kadic.
Los muchachos se quitaron los rebreathers y el resto del equipo, quedándose únicamente con el traje. Goteando, atravesaron la puerta de metal y se metieron en un estrecho trastero guiados por Hertz, que mientras entraban se mantuvo de guardia en el umbral, con la pistola en la mano y los ojos aguzados en un par de estrechas ranuras.
Dentro había tres agentes secretos, el padre de Ulrich, el de Jeremy y los señores Ishiyama. Todos estaban embutidos en sus trajes de neopreno, sobre los que se habían puesto unos chalecos antibalas. Lobo Solitario y sus dos compañeros iban armados.
—¿Pog qué están aquí los chicos? —preguntó Hurón.
—Es verdad. ¿Qué hacen aquí? —añadió Comadreja como un eco.
—¡Guardad silencio! —los acalló Lobo Solitario—, ¡que nos van a oír!
La mano de Akiko, la madre de Yumi, se cerró como una garra sobre el hombro de su hija.
—Vas a tener que darme una explicación, Yumí. Y más te vale que sea convincente.
Odd se dio cuenta de que su amiga estaba en dificultades, y se apresuró a intervenir.
—Queríamos tomar parte en la misión. Sabemos cómo utilizar las columnas-escáner, así que podríamos resultarles útiles.
Lobo Solitario alzó una ceja, perplejo, pero Odd no se dejó desalentar. Habían conseguido llegar hasta allí, y él estaba más que decidido a participar en aquella aventura.

5 comentarios:

  1. =) gracias por esos capitulos avanzados de este libro

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  2. =o 6 KAPITULOS O.O tan pronto no me lo esperaba xD
    Sinceramente krei k te tomarias vacaciones x transcribir practikamente todo el tercer libro en diciembre ^^
    Asi k Gracias x el esfuerzo k le pones al libro y sobretodo por publikarlos seguidos =) .

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  3. joooo se queda bueno... gracias, esperando los demas caps

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  4. ¿Pero esto no es ilegal, lo de copiar libros y publicarlos sin permiso?

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